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lunes, octubre 14, 2024
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Crítica La puerta mágica ★★★

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Crítica La puerta mágica película dirigida por Jeffrey Walker con Patrick Gibson, Sophie Wilde, Christoph Waltz, Sam Neill

Fábula romántica para nostálgicos de Harry Potter de la Generación Z.

Nuevo placebo cinematográfico de fusión de aventuras fantásticas y romanticismo para calmar las dudas y miedos, en este caso de la Generación Z, frente al choque con el muro de la realidad y el complejo de haber llegado demasiado tarde a este mundo para encontrar el camino a Hogwarts y reclamar su copia de la varita de Harry Potter. Cada generación, de los Baby Boomers a la Generación X y la Generación Y, tiene su propio equivalente de este tipo de película, esa película que intenta responder de manera muy simplona los problemas más serios, que no son pocos, pero especialmente se centran en la inseguridad en el paso del Rubicón a la edad adulta.

La puerta mágica empieza entretenida e incluso simpática y parece dispuesta a sacar buen partido de esas incertidumbres generacionales frente al primer trabajo, la primera relación sentimental (un diálogo del personaje de Sam Neill alude a la falta de relaciones previas del protagonista en un chiste metido con calzador para subrayarlo), y la falta de estímulos para entrar en la edad adulta de los que ya van viendo como la juventud se les escapa entre los dedos como arena de las fiestas playeras que están cada vez más lejos.

De reparto está correctamente defendida, destacando un Sam Neill que disfruta del reto de ejercer un papel por debajo de sus posibilidades, de compañero de viaje de la fantasía, eso sí, con su solvencia habitual. En algún momento me ha recordado al gran Sean Connery cuando se entregaba a uno de sus trabajos de corte alimenticio dándolo todo.

Crítica La puerta mágica ★★★

Pero pronto queda claro que la nostalgia de la Pottermanía no es suficiente para mantener en pie de su segundo acto en adelante esta fábula, especialmente desde el momento en que el objeto que da título a la película entra realmente en funcionamiento en el segundo acto dando lugar a una secuencia de montaje con la que se sirve de manera poco sólida y aún menos original el boceto de una trama romántica metida con calzador, y en la que la eficacia de los dos protagonistas, Sophie Wilde y Patrick Wilson no está puesta en cuestión, pero la película se hunde en lo previsible y cae en una inquietante falta de recursos para subir sus apuestas en la clave de intriga  cuando más lo necesita para dejarse caer lánguidamente en un tercer acto repleto de tópicos y de resolución apresurada que está lejos de lo que prometía su arranque.

El resultado es un producto para la misma capa de público que piensa que Todo a la vez en todas partes es lo más grande que ha cocinado el cine de atracciones desde que los hermanos Lumière rodaron El regador regado.

En una película que arranca correcta como metafórica fábula de las dudas y miedos ante el primer trabajo y la falta de oferta laboral capaz de entusiasmar realmente a los solicitantes del primer sueldo de su vida, junto con la constatación de que la vida no es una película, ni un videojuego, ni una canción de Rosalía, y que no vale esconderse en el metaverso,  el punto de inflexión de la incorporación al relato de la puerta en cuestión paradójicamente hace lo contrario de lo que prometía: cierra todas las puertas a la originalidad o el interés. En su lugar los protagonistas de la película encuentran su propio metaverso trajinándose la puerta del título para irse a tomar el fresco a una playa y luchar vanamente por sacar adelante una historia de amor de plástico acorchado que parece sacada de un anuncio algo trasnochado de bebida energética, antes de rematar su aventura con un enfrentamiento del bien contra el mal donde la mayor amenaza es el consumismo y la manipulación de que somos objeto todos para convertirnos en consumidores compulsivos de un infierno capitalista que no da tanto miedo como debiera, por mucho que nos asusten con un limbo de corchopán tan falso como el paraíso playero.

Y, a todo esto, me pregunto yo qué se hizo del dragoncillo del principio, que tanto prometía y tan poco cumplió…

                                                              Miguel Juan Payán

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Miguel Juan Payán
Profesor de Historia del cine, Géneros cinematográficos y Literatura dramática

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