Crítica La semilla de la higuera sagrada película dirigida por Mohammad Rasoulof con Soheila Golestani, Setareh Maleki
Un thriller a fuego lento sobre el principio del fin de la teocracia iraní
Un terror muy real
Es comprensible que el director Mohammad Rasoulof haya tenido que salir por patas de su país tras firmar una película como La semilla de la higuera sagrada. El Gran Premio del Jurado de Cannes, que toma por título el pasaje bíblico de Jesús y la higuera que representa la vida entregada de forma incondicional a la Fe, no duda en ningún momento en espeluznarnos con imágenes reales de detenciones, torturas, asesinatos y violencia de muy diversa índole ejercida por el régimen islámico durante las manifestaciones estudiantiles ocurridas en el otoño de 2022.
Y, claro, a nadie le gusta que se muestren sus vergüenzas; menos aún cuando representas una de las dictaduras mas terroríficas, por incomprensiblemente reales, del mundo actual: la teocracia iraní.
Aun así, el valor cinematográfico de la nueva película de Rasoulof no debe medirse por vídeos de Tik Tok ni tampoco por el contexto político de sus responsables (por muy reivindicable que sea su sufrimiento), si no porque, al igual que ocurrió con obras previas del autor como La vida de los demás (Oso de oro) y Un hombre íntegro (Premio Un certain regard), sus estudiadísimas formas clásicas sitúan la narración en un marco de dolor y miedo absolutamente palpable y, sin embargo, se opta por tender un cabo de luz entre la angustia de una oscuridad donde cualquier traspiés puede significar el fin.
La brecha generacional, una nueva esperanza
La semilla de la higuera sagrada es la historia de una grieta, de una fractura, una en la que al mirar en su interior desvela como la construcción de todo el sistema iraní y, por ende, la de las familias que representan el supuesto bienestar social, en realidad es una edificación de arena perforada por mil túneles (de ahí la inteligente localización del climax final) de odio y rebelión amenazantes con echarlo todo abajo de un momento a otro.
Lo que se nos narra en sus considerablemente estirados 170 minutos es la metáfora del exterior a través de un drama eminentemente de interiores (otra cosa hubiese sido directamente suicida) en el que unas jóvenes pertenecientes a una familia bien posicionada económica y socialmente observan como se avecina un cambio de paradigma para las mujeres al mismo tiempo que su figura masculina de referencia, su padre, es designado para ejercer de juez de instrucción y pseudo-verdugo de todo aquel que participe en las revueltas o simpatice con la causa.
En medio quedará la figura de la madre, una mujer debatiéndose entre el amor infinito por sus hijas y sus convicciones femeninas islámicas de una época en la que la sumisión total al hombre pudo significar la solución a todos los problemas.
La desaparición de una pistola dentro del hogar será el tardío detonante de un incendio de dudas, paranoia y verdaderos rostros imponiéndose a una felicidad impostada con el que desnudar la fragilidad de la dictadura, pero también para descubrir con el desarrollo de su misterio que Rasoulof ve en estas nuevas generaciones criadas entre redes sociales, televisores y cierto desapego con sus progenitores la semilla de la esperanza cuyo germinado no va a poder detener ningún acto de represión.
Y a pesar de todo, en ningún momento se toma el camino del discurso machacón que invite a la acción violenta ni se retuerce el colmillo con aspectos macabros a lo Holy spider, aquí lo que se nos ofrece es una ventana a la disgregación intra-familiar como anticipo al derrumbe del castillo de naipes
Más intelecto que emoción
El resultado es una grito tremendamente valiente en su mirada aplanada y con un alto valor humano en un mundo donde se siguen dando sociedades terroríficas para las mujeres, pero su visionado adolece de algún que otro pecado que le resta fuerza a la hora de golpear al espectador.
En su decisión de construir la tensión a través de escenas cotidianas donde priman las cenas, las conversaciones laborales, los reproches caseros o la perplejidad ante los noticiarios la atención del espectador sufre altibajos y no es hasta el tercer acto, cuando se abrazan abiertamente las claves del suspense, se abandona el letárgico paralelismo de la germinación y la tensión florece para mantenerte al borde de la butaca de forma constante.
Además, su sabia decisión de querer mirar a todos los personajes como víctimas de la situación, sin maniqueísmos baratos, provoca que no sepamos a donde quiere ir hasta que los giros de guión hacen acto de presencia y prenden la mecha.
Nadie queda atrás
En la línea del mejor Asghar Farhadi, La semilla de la higuera sagrada mira hacía su país de origen sin imposturas y con unos intérpretes naturales que nos enseñan todo lo que falla, pero su principal labor es la del llamamiento a revertir la terrible situación contando con todos los que hayan sido parte del problema y ahora deseen ser parte de la solución. Aboga por el perdón y la salvación de todos los que sufren a diario incluyéndoles en el nuevo orden que traerán los jóvenes. Aboga porque ese fruto sagrado de lugar a una nueva fe basada en el amor donde nadie quede atrás. Un esperanzador brote entre las inminentes ruinas.
Miguel Ángel Espelosín
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Crítica La semilla de la higuera sagrada