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martes, abril 30, 2024
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Malditos Bastardos


Crítica de la película Malditos Bastardos

Más Tarantino y menos Tarantiros.

En Malditos Bastardos Quentin Tarantino demuestra que cada vez maneja mejor el lenguaje cinematográfico y la escenificación de sus películas. A modo de ejemplo vale con ver la secuencia de interrogatorio del nazi Hans Landa al propietario de la granja que abre la película. En la misma el director demuestra su excelente pulso para narrar utilizando el encuadre y la composición con gran habilidad ( por ejemplo consigue abrir el espacio con un plano del granjero y tras él la ventana que muestra a los soldados alemanes, fuera de la casa, pero igualmente presentes e integrados, como amenaza futura, dentro del cuadro). Pero aún más significativo es el astuto uso del recurso narrativo y visual de las dos pipas que aparecen en la secuencia, cada una de las cuales marca un giro en el pulso que mantienen los dos personajes que, dicho sea de paso (y tal como insinúa la música de spaghetti western) es como un duelo verbal, sin pistolas, sólo con palabras. Los planos de detalle aplicados a la primera pipa, la del granjero, acaban con la cerilla en el cenicero y permiten mostrar brevemente la gorra de Landa con la ominosa calavera nazi –un aviso de peligro como la imagen de los soldados al otro lado de la ventana-, al tiempo que el granjero cree haber vencido el pulso y sonríe casi imperceptiblemente cuando Landa le pide una información que los nazis ya poseen –número y nombre de los miembros de la familia judía-, lo que cree le permitirá salir del problema sin convertirse en un delator. La segunda pipa, la del propio Landa, es un objeto algo fuera de lugar que atrae inmediatamente la atención del espectador, facilitando la distracción que el director necesita para hacer un salto de eje, maniobra para desorientar al público tanto como el granjero interrogado es desorientado por Landa. Previamente hay un movimiento de cámara en torno al interrogador y el interrogado tan felino y sigiloso como la estrategia de interrogatorio de Landa: el nazi rodea a su presa, esperando para saltar sobre la misma como Tarantino rodea a sus personajes dispuesto a saltar sobre el desenlace de la secuencia, al tiempo que mueve nuevamente la cámara para añadir tensión haciendo una revelación al público. A partir del salto de eje facilitado por la pipa de Landa, entramos en el camino de finalización de esa secuencia que tiene un punto de inflexión y cambio de ritmo en una sucesión de primeros planos… Ese interrogatorio es como un pulso, y equivale a los arranques en tono conversacional de Reservoir Dogs o de Pulp Fiction, uno de los sellos del director, de manera que quienes después de ver la película en Cannes afirmaron que no parecía de Tarantino deberían echarle otro vistazo, más cuidadoso. Malditos Bastardos es Tarantino cien por cien. Lo que ocurre es que no es el Tarantino que algunos habían previsto que fuera, teniendo en cuenta el título y la temática de la película: Segunda Guerra mundial, un comando de judíos americanos se dedican a meterle el miedo en el cuerpo a los soldados alemanes aplicando tácticas de guerrilla apache y haciendo el voto de entregarle 100 cabelleras de soldados alemanes a su jefe, el teniente Aldo Rayne. Quienes esperaban ver Doce del patíbulo, Los cañones de Navarone, La brigada del diablo o El desafio de las águilas quedarán inevitablemente defraudados (a pesar de que el propio Tarantino ya lo avisó en el New York Times: “Esta no es la típica película de Segunda Guerra Mundial que veía tu padre”), pero eso se debe a que la imagen que tienen del cine de Tarantino es equivocada de partida.

Para empezar, Tarantino no está haciendo cine bélico: simplemente toma prestada la fórmula del género y luego hace con ella lo que el da la gana, esto es, la acopla a sus necesidades e inclinaciones creativas (incluyendo entre las mismas de forma muy destacada el protagonismo femenino en un género tradicionalmente masculino a través del personaje de Shoshanna Dreyfus (Mélanie Laurent), cuyo duelo con Landa es casi una reedición en tamaño reducido del que mantenía la Novia interpretada por Uma Thurman con el Bill interpretado por David Carradine en Kill Bill). Y si alguien espera hechos históricos ya se puede ir olvidando, porque la suya no es la Segunda Guerra Mundial que nos explicaron en las clases de Historia Contemporánea, sino la Segunda Guerra Mundial de Tarantinolandia, y está incorporada a los acontecimientos históricos de esa especie de universo paralelo en el que se desarrollan, entrecruzan y se relacionan todas sus historias, tocadas por elementos realistas y lenguaje que podemos reconocer, pero habitadas por personajes y adornadas con situaciones que sólo pueden vivir en su manera de entender la ficción. De ahí que Tarantino haga esta película de guerra sin batallas y con muy escasas, medidas y a la vez que sorprendentes y eficaces, escenas de violencia. Generalmente éstas son la culminación de largas secuencias de diálogo, lo que puede resultar desconcertante para quienes acudan a ver la película esperando ver acción trepidante (recuerden: nunca vimos el atraco al banco de Reservoir Dogs…), al mismo tiempo que confirma que lo realmente interesante para el director no es la pirotecnia de los momentos de acción, si bien éstos le resultan tan divertidos como el vertido de fluidos al final de una relación sexual, sino la relación sexual propiamente dicha, esto es: las escenas de diálogo. Malditos bastardos está repleta de esas largas secuencias de pulso interpretativo con los diálogos y los gestos que son marca de fábrica en el cine de Tarantino y en las que él potencia y hace brillar el talento de los actores, caso del epicentro interpretativo que se destaca en el reparto coral de Malditos Bastardos, Christoph Waltz, el coronel Landa, verdadero motor de la trama.

Luego están las gracietas y guiños que tanto le ríen a Tarantino sus entregados admiradores, sus incondicionales, los que se carcajean ante cada una de sus ocurrencias y a veces se ríen un poquito de más cuando la cosa no es a veces para tanta carcajada, porque en este mundo tiene que haber de todo y siempre han estado los que crean y los que aplauden a los que crean. En esa parcela encontramos en Malditos Bastardos reiteradas citas, como la afición por los pies que tanto atrae al director y que tanto fastidia a mi colega y amigo Jesús “Txetxu” Usero, experto en TT (taquillas y televisión) de esta misma revista. Uno de los bastardos responde por el nombre de Hugo Stiglitz, actor mejicano de películas de consumo y serie B y sub-Z, otro toma el alias de Antonio Margheriti, célebre director de spaghetti-western italiano que firmaba algunas de sus películas con el seudónimo de Anthony M. Dawson, hay un general inglés que responde por el nombre de Ed Fenech (Mike Myers), homenaje a la diva del cine italiano de consumo Edwige Fenech, hay una frase de agradecimiento al éxito de sus películas en Francia (“Soy francesa. En mi país respetamos a los directores, aunque sean alemanes”), hay una alusión al mítico monstruo del cine previo al expresionismo alemán, el Golem… y muchas más cosas que no voy a revelar aquí para que los espectadores puedan descubrirlas, a modo de huevos de pascua, cuando vean la película. Entre los guiños, quizá el más elaborado sea la música, tan ecléctica como suele ser en toda película de Tarantino y utilizada como un protagonista más de la trama que aquí brilla especialmente asociada al Coronel Landa.

Miguel Juan Payán

Miguel Juan Payán
Profesor de Historia del cine, Géneros cinematográficos y Literatura dramática

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