Crítica de la película Mientras dure la guerra
Amenábar vuelve con su mejor película y un reparto de gigantes.
Amenábar y sus actores se crecen, se agigantan, adquieren tamaño y forma de gran cine tratando una materia prima difícil en una de las mejores películas sobre la Guerra Civil que ha rodado el cine español.
Más allá de lo que cada cual piense sobre lo que en la película se cuenta. Más allá de lo que nos recuerde a cada uno este fresco histórico sobre las propias historias de nuestra familia, para bien o para mal, y más allá de lo que a unos y a otros pueda parecerles desde su personal punto de vista la visión de los acontecimientos y personajes que aparece en la pantalla, resulta difícil ponerle pegas a esta película desde la objetividad.
Amenábar riza el rizo porque además de meterse en el avispero de la Guerra Civil como tema elije precisamente zambullirse en el epicentro de muchas polémicas, llevando al espectador hasta el momento y uno de los lugares clave en los que se produjeron los acontecimientos que marcaron definitivamente la historia de nuestro país. Pero es precisamente eso lo que le permite rodar una película que se pone por encima de la media de abordajes de este tema dentro y fuera del cine español a base de solidez cinematográfica, brillante despliegue visual, actores que se crecen absorbiendo y dando vida a sus personajes, todos, del primero al último, y en general una seriedad que rinde tributo a la importancia del asunto que nos está contando sin caer en ninguno de los defectos de fondo y forma que suele acompañar a buena parte de las películas que tratan este tema cuando se convierten en rehenes de la propaganda o la melodramatización oportunista.
No hay nada de eso en esta película. Amenábar hace uno de sus mejores trabajos. Para quien esto escribe su mejor película hasta el momento.
El guión y el abordaje visual de los acontecimientos, desde el primer plano de la película hasta el último, se ponen a la altura de las grandes películas sobre asunto histórico, de esas muestras de cine en las que el cine mismo se hace grande haciéndose eco de la Historia.
La madurez de tratamiento del tema como creación cinematográfica, más allá de lo que cada cual pueda pensar sobre el asunto y los personajes que se tratan, es notable. En lo visual Amenábar dirige esta película con la autoridad y el pulso firme de un director que domina las mejores claves del cine clásico, del cine-cine, del cine en pantalla grande donde cada centímetro de la pantalla cuenta. Y al hacerlo mantiene esa habilidad suya para cruzar lo íntimo y privado con lo épico y espectacular del cine. Su pulso no tiembla en ningún momento y luce esa rara habilidad de los maestros para tratar con la misma fuerza el encuentro cara a cara, en clave íntima, del actor con su personaje y en la escena siguiente zambullirse en un momento histórico al que le otorga todo el peso visual del cine en pantalla grande.
Desde su primera película ha demostrado además que sabre sacarle no solo el mejor plano sino la mejor interpretación a sus actores. Y aquí, con Karra Elejalde como Unamuno, personaje nada fácil para el guion, ni para la película, ni para el director, y sobre todo tampoco para el actor, consigue un trabajo más que sobresaliente de los que van a dar mucho que hablar en positivo en el cine español de este año. Karra Elejalde, que siempre ha sido uno de los mejores recursos de nuestro cine delante de la cámara, un todoterreno de lujo, le pongan donde le pongan, le den lo que le den, entra de la mano de su Unamuno por la puerta de los grandes de nuestro cine.
Y en lo referido a actores, esto solo es el principio, porque otro tanto puede decirse de la recreación de Eduard Fernández como Millán-Astray, o Santi Prego como Franco. Este triunvirato de figuras históricas se mide en duelo en pantalla como personajes y como actores en un guión que cruza un camino de ocaso, como el de Unamuno, con el principio del ascenso de Franco al poder aludiendo a la frase que da título a la película.
Amenábar trata este asunto con dignidad, seriedad, sin maniqueísmo facilón o gratuito, con una buena recreación de época que nos mete en la historia y dejando espacio a cada personaje, principal o secundario, para que brille en su propia parcela de protagonismo (Nathalie Poza como la esposa del alcalde de Salamanca, Tito Valverde como Cavanilles, Luis Zahera como el pastor protestante, etcétera).
La escena clave de la película define además perfectamente el tema y el punto de vista del director, que es el de muchos españoles, el del diálogo, desde la discrepancia, aunque sea en un campo camino de Zamora…
Miguel Juan Payán
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