Crítica Misión Imposible Sentencia Final película dirigida por Christopher McQuarrie con Tom Cruise, Hayley Atwell, Ving Rhames
Christopher Macquarrie y Tom Cruise articulan un ¿cierre? asfixiante y muy emotivo, aunque imperfecto.
Una sorpresa a estas alturas
Si alguien me llega a asegurar hace escasos días que la octava entrega de una saga de acción tan longeva como Misión Imposible iba caer entre la crítica (y seguramente entre el público) como algo inesperado, me hubiera lanzado a tirarle de las pieles del cuello hasta descubrir el pliegue de la máscara con la que seguramente el agente del IMF estuviese urdiendo su treta.
Después de que Brian de Palma entregase su encargo que fue Misión imposible (1996) con su conocido virtuosismo, John Woo la revolucionase con una parodia new age en el 2000 y J.J. Abrams le devolviese la seriedad en 2006, el guionista y director Christopher Macquearrie la dotó de una entidad, primero desde el guión en Protocolo Fantasma (2011), y luego desde la silla de máximo responsable, por la que uno esperaba navegar dentro de su zona de confort. Una vez encendida la mecha… nada mas lejos.
Sentencia final se articula, al contrario que las demás, como una carrera contrearreloj definitiva para evitar el fin del mundo asumido desde el propio esquema. Fruto de ser la segunda mitad de un todo y en busca del gran colofón, asistimos a un crescendo asfixiante donde la primera hora dilata le exposición informativa hasta el infinito para luego detonar la bomba de la acción y arrasar la experiencia del espectador. Es decir, Mcquarrie obvia los éxitos precedentes y apuesta por conquistarnos primero con la pluma y luego rematarnos con el martillo.
Esta arriesgada jugada con la que algunos encontrarán la desconexión también se topa con las mismas dolencias decualquier otra conclusión de díptico taquillero previo: ausencia de verdadera introducción, arcos que se estiran mas que evolucionan y la sensación de climax continuado, además de ciertas decisiones de fan services y uso retirado del recurso del flashbacks o planos detalle para recordar la función de los elementos macguffin, que colaboran a ser arma arrojadiza contra la película.
No obstante, el desprejuicio generalizado que trae su máxima de “mas difícil todavía” y, especialmente, la magnífica mano de sus responsables para que vivamos el absurdo como nuestro apocalipsis particular, hacen que esta nueva, y tal vez última, misión de Ethan Hunt centrada en el terror actual a las posibilidades de la IA funcione como una gozosa montaña rusa y nunca vea empañado su objetivo final a base de gloriosos giros de guión, amenazas que se retuercen y se recrudecen, un repertorio carismático de jugadores en la partida (que mejora de la de Esai Morales!), emoción a raudales y las mejores set pieces de acción del panorama hollywoodiense. Es decir, estamos ante otra magnífica entrega de un serial cinematográfico empeñado en entretenernos a toda costa. Malditos sean…
Todo un regalo, si decides aceptarlo
Esta octava entrega no necesita mirarse en el espejo de la perfección que fue M:I Fallout (2018) y sí prefiere vivir feliz en un descarrilado apocalíptico sin frenos para evitar el destino nuclear a la vez que se entrega sin miramientos a ser un regalo para cualquier fan del serial desde sus inicios. Los personajes se mueven con aire de despedida y un gesto de abrazo para sí mismos y para el espectador y Mcquarrie trufa el relato de miradas al pasado y sorpresas de ultima hora con las que atar cabos sueltos y cumplir ese periplo empezado en Rogue one (2015): aunar todas la entregas en una única dirección.
Mi persona, siempre reacia a la emoción barata, no ha tenido fuerzas para combatir la cascada melancólica y, una vez dentro, tampoco para preguntarse si cualquiera de las acaloradas disputas sobre la idoneidad o no de confiar en Hunt una última vez o los pasos en paralelos de un equipo que vuelve a aplicar el “divide y vencerás” tenían algún sentido, pues no he encontrado escena alguna que navegase contra el respeto mas puro por el espectáculo y la dicha.
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Desde mi perspectiva, Macquarrie sigue bien fino a la hora de replicar la contundencia de ese thriller setentero de Don Siegel y John Frankenheimer como argamasapara sustentar toda la locura disparatada, como también a la horade incorporar a la ecuación gestos de cine de aventuras de los 80’, búsqueda del tesoro y genio en una botella inclusive, con los que apuntalar el conjunto.
Este broche y su entregado equipo (héroes y villanos por igual)reclaman el muy necesario cine de disfrute en la butaca y sonido envolvente, la inocencia del descreimiento y, como no podría ser de otra manera, el gusanillo de una nueva experiencia de Cruise y compañía a la hora de jugarse la vida por resucitar el carácter físico de Buster Keaton o Charles Chaplin, ese en el que lo que acontece en pantalla es cinematográficamente real y no el mero resultado de miles de ordenadores trabajando sobre croma verde.
Para la ocasión: una espectacular secuencia de submarinismo, digna del mejor James Cameron, y la enajenación absoluta que supone ese hito para la posteridad del cine de acción a bordo de dos avionetas con el que se impacta de lleno en un techo que quién sabe si alguien (o ellos mismos) serán capaces de romper. Misión cumplida, señor Hunt, usted se ha jugado el pellejo y yo no he podido apartar la mirada.
Miguel Ángel Espelosín
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