Diario de Cannes día 1. Martes 13
Confiaba yo en haber aprendido algo del año pasado para no caer en la misma trampa espacio-temporal de Cannes y disfrutar mi llegada con calma. Pues no. Correr al aeropuerto, correr al autobús de Niza, correr al piso, correr a por la acreditación y, finalmente, correr a ver la restauración 4k de La quimera del oro Charles Chaplin. En fin, como bien está lo que bien acaba, hice de tripas (rugientes de hambre) corazón y me limité a asumir la máxima de que no tengo remedio viendo la obra maestra del mudo que sigue tan vigente en su ácida mirada humana como en 1925. No hay mejor cura que el cine.
Partir un Jour (de Amélie Bonnin) ★★½
Ojalá el debut en el largometraje de Amélie Bonnin a partir de su cortometraje homónimo hubiese sido el bálsamo final. La apertura oficial del Festival de Cannes perpetua su tradición reciente de ofrecer una película-limpieza de paladar limitada a 90 minutos, ligera y a modo de trampolín publicitario para empujar la taquilla gala en su estreno inminente. Partir un jour (partir un día) toma el nombre y la canción completa del single de 2BE-3 para ofrecer una dramedia entre fogones con insertos de musical sobre Cecíle (Juliette Armanet), una dueña de restaurante michelín que enfrenta una crisis de la mediana edad, tras conocer su embarazo, volviendo al pueblo que una vez dejó atrás.
Allí retoma el contacto con sus padres, responsables de su amor por la cocina, y con Julien (Bastien Bouillon), una antiguo amor del colegio del que quedan algunas ascuas sobre lo que pudo ser y nunca fue. Es decir, otra revisión más de la clásica la familia separada y la trieja romántica en un precocinado debate melancólico sobre el que los números musicales como el Paroles, Paroles y la chispa de la comedié française intentan verter un disfraz de frescura que nunca termina de despuntar por pura desconfianza en sí mismo. Eso sí, su simpática honestidad y orgulloso valor nutritivo 0% en su condición de obra-producto fabricada para el consumo rápido en multisalas hacen que su visionado no podamos tildarlo de indigesto.
Miércoles 14
Enzo (de Robin Campillo) ★★★★½
Aunque para ser justos, y tal como rezan sus títulos de crédito, lo que hemos visto es una película de Laurent Cantet realizada por su amigo y montador Robin Campillo, debido al fallecimiento en 2024 del director ganador de la Palma de Oro por La Clase antes de poder terminar gran parte de la misma. La Quincena de realizadores de Cannes ha ofrecido su puesta de largo como film inaugural a una obra de una delicadeza exquisita acerca de los muros que la juventud levanta entorno a su persona mientras transita el camino de la configuración de su adultez.
El desconocido Eloy Pohu encarna a la perfección las dudas de este Enzo, que tan pronto se antoja tan insoportable para sus sorprendidos padres y para los espectadores, como sin avisar alcanza alta cotas de bella fragilidad con sus descarriados pasos hacia un rechazo tras otro. Entre medias se cuelan una reflexión sobra la lucha de clases, ya que Enzo rechaza su condición de familia de clase alta para entregarse a la vida del albañil para desgracia de un padre (Pierfrancesco Favino) obsesionado con la idoneidad de los estudios superiores, y un intento de romance queer con un compañero ucraniano dolido por su rechazo a ayudar a la patria ante la invasión de Putin.
Cierto que nunca alcanza el virtuosismo formal de películas parejas como Call me by your name, limitandose en su lugar al clasicismo mas puro, donde la cámara no estorbe pero sin perder nada del florecimiento en complejidad de unos personajes magníficamente delineados. Solo un final atropellado en su exposición empaña una cinta que se cuela en los corazones de aquellos que se atreven a recordar su adolescencia en el espejo póstumo de Laurent Cantet.
Sound of falling (de Masha Schilinski). ★★★★
Con la llegada de la competición oficial estalló la primera bomba del festival. La segunda película de la directora alemana Mascha Schilinski nos había conquistado hace meses gracias a su título provisional, The doctor says i’ll be right, but i feeling blue (El doctor dice que estaré bien pero me siento triste), antes de que fuese sustituido por el aún mas adecuado nombre definitivo, pero nada hacia presagiar el incomodo desafío que iba a soltar en la lucha por la Palma de Oro.
Sound of falling es una radical y mastodóntica mirada en forma de collage intergeneracional lírico dentro de una familia rural alemana desde finales del siglo XIX hasta principios del XXI en la que asistimos a la herencia maldita de muerte y depresión con la que conviven todas las mujeres de la casa.
Su visionado, con la búsqueda formal en 4:3 de ser una alumna aventajada de Michel Haneke, el Dreyer de Ordet o el Bergman mas despiadado, se vive como una experiencia audiovisual tan fascinante como finalmente farragosa y algo pagada de sí misma entre idas y venidas temporales de calvario fuera de plano, rostros gélidos que esconden el sufrimiento de una violencia silente (sexual, moral, amorosa y física) y una edición de sonido para anticipar esa caída del título simplemente descomunal.
Sin embargo, la de Schilinski es, desde luego, una obra difícil de recomendar para cualquiera que desdeñe la abstracción en favor del mero entretenimiento; y ni aún con una mente abierta se antoja mas fácil disfrutar en el sentido primario de la palabra de este incendio feminista de planos perfectos y desmesurada rabia contenida pensado sibilinamente para noquear al espectador durante días.
Promis le ciel (de Erige Sehiri). ★★
Como no hay dos sin tres fui también a la apertura del Un Certain Regard, la subdivisión de la competencia oficial en la que se citan óperas primas y apuestas independientes de carácter internacional. A la tercera también fue la vencida. Muy bien me estaba yendo el día y por fin encontré la tan temida primera decepción.
La tunecina Erige Sehiri deslumbró a la Quincena en 2022 con Entre las higueras, pero se ve que el ascenso de división no le ha sentado nada bien al entregar un drama descafeinado y en círculos sobre tres mujeres inmigrantes costamarfileñas que buscan a promesa de un futuro en una Túnez que las rechaza. Marie, la mas mayor, es una pastora evangélica amenazada por el islamismo creciente de la región que acoge en su casa a Naney, una madre separada de su hija, y Jolie, una estudiante que busca traer una mejor vida a su familia. La adopción de una joven huérfana obliga al trío a replantearse su situación y buscar una salida ante la cada vez mas tensa situación económica y social.
Resulta encomiable seguir los pasos de estas mujeres fuertes entre trapicheos, sermones baptistas y sueños de cruzar el mediterráneo, pero la cinta nunca puede con el peso de una dirección realmente anodina encallada en la soflama dramática de su desgracia, donde la búsqueda incansable de la lágrima pretende distraer del hecho de que en realidad tras 90 minutos no hemos avanzado absolutamente nada. Al menos la entrega de sus actrices aleja la situación de la completa deriva televisiva.
Two prosecutors (de Sergei Loznitsa) ★★★★½
Menuda sorpresa terminar la jornada con una joya de lo mas inesperada. Loznitsa ya había demostrado de sobra ser el mayor cronista cinematográfico de nuestro tiempo en lo que respecta a la memoria histórica del horror soviético (Como ucraniano e idealista bolchevique, lleva toda su carrera encomendado a la labor de negar el entierro de la barbarie estalinista, realmente contraria a toda la ideología socialista de Lenin), pero en su nueva película, con toda seguridad su mejor largometraje, asistimos anonadados al mas inmisericorde abismo del funcionario en la URSS como metáfora actual.
Su simplísima historia no invita a seguir los pasos de un joven fiscal del partido al que le llega una nota de auxilio de un antiguo dirigente, ahora injustamente encarcelado fruto de las purgas de los años 30 para con sus propios compatriotas. No obstante, el gran éxito del director de Donbass radica en su arriesgadísima aventura formal, con la que se entrega hasta el paroxismo a la coherencia contenido-continente.
La cinta dedica casi dos horas a poco más de tres extenuantes (y terroríficas) conversaciones intercaladas por periodos de pura letargia y espera, compuesto además por una infinita sucesión de planos generales y grandes planos generales a medio camino de Wes Anderosn y Andrei Tarkovsky en los que las lineas rectas y la estructuración geométrica de los elementos del encuadre cobran máximo valor como evidencia del brutalista infierno de burocracia en bucle al que el totalitarismo ruso sometía a sus detractores.
Es decir, toda su estructura atiende a una fábula pesadillesca de corte orwelliano, no carente de esa irónica acidez marca de la casa, donde el espectador debe terminar tan extenuado como el protagonista. Solo así se puede comprender que cuando se abren las puertas del averno, no hay vuelta atrás.
Miguel Ángel Espelosín
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