Crítica de la película Secretos de estado
Una buena película que hace del género de intriga un campo de reflexión.
Basada en hechos reales, Secretos de estado sigue la estela de propuestas en la línea de Todos los hombres del presidente o Los archivos del Pentágono, y comparte con las mismas la difícil fórmula de desenlace y hechos ya conocidos por el público convertidos en intriga a la inversa. Es una especie de vuelta de tuerca del género en el que los creadores del relato asumen que buena parte del público ya conoce el desenlace de la historia, pero no obstante trabajan igualmente las claves esenciales del género partiendo de ese previo conocimiento. No renuncian estas películas a generar suspense. Al contrario. Lo generan igualmente rizando el rizo por el procedimiento de situar en el punto de mira de la tensión creciente no tanto el qué pasa o va a pasar sino el cómo pasa o va pasar lo que ya conocemos.
En ese camino, como digo nada fácil, el director, que en 2015 ya dio pruebas de su eficacia en el género de intriga con la interesante Espías desde el cielo (hay crítica en esta misma página), tiene un equilibrado guión y tres actores principales como sus mejores aliados.
El trío formado por Keira Knightley, Matt Smith y Ralph Fiennes (con Rhys Ifans como refuerzo y detonante más secundario), habitan los distintos frentes en los que se desarrolla la historia con una energía que inevitablemente se traslada al público. Algo esencial considerando que el relato transcurre esencialmente sobre secuencias de diálogo en plano contra plano, o primeros planos, con un aporte constante de información sobre el conflicto y dilema de los personajes frente a la restrictiva ley de secretos oficiales y el abuso de autoridad, el doble juego de la política de partido y el gobierno y la manipulación de la información, o los medios de comunicación que han perdido la objetividad y en muchos casos juegan las cartas del oportunismo.
A todo ello se enfrenta con una crispante ingenuidad la protagonista interpretada por Knightley. Afortunadamente la película no carga las tintas en su drama, no lo banaliza ni lo pasa por el filtro del melodrama, no la convierte en Juana de Arco. Y lo que es mejor, rápidamente traslada la tensión de la intriga a los periodistas ya abogados, abriendo otros dos frentes en el relato que aportan una revitalización del ritmo del mismo en fases claves de la historia. Por ejemplo la entrada del abogado defensor interpretado por Fiennes y sus colegas permite darle un giro a la intriga inicial hacia el cine de juicio en el tramo final de la historia, lo que resulta en más solidez y mejor ritmo de conjunto para toda la propuesta. Además eso no impide que la situación de la protagonista y las consecuencias de su chivatazo tanto para ella como para su esposo queden reflejadas en la pantalla, sin llegar a frenar o desviar el interés por el tema central de la película que en definitiva es la corrupción de la autoridad, el abuso de poder y la muerte de la verdad.
Todo ello permite que la película, además de una buena propuesta de intriga y entretenimiento sea también una oportunidad de reflexión para el espectador sobre el paisaje político que nos rodea, lo que tampoco viene nada mal.
Miguel Juan Payán
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