Crítica Volveréis película dirigida por Jonás Trueba con Itsaso Arana, Vito Sanz, Andrés Gertrúdix, Fernando Trueba
Jonás Trueba deconstruye el matrimonio y el amor clásico desde su mismísimo final a base de aliteración y metaficción
Al poco de arrancar Volveréis, Ale y Alex, nombres pretendidamente consonantes, intentan explicarle a su profesor conjunto de inglés, en su lengua anglosajona, que han decidido separarse, pero que su estado emocional es muy positivo y su objetivo es dar una fiesta para celebrar el evento con alegría.
Evidentemente, el receptor de la noticia encaja la situación con sorpresa y una absoluta falta de entendimiento a pesar de comprender todas y a cada una de las palabras empleadas en la oración. El público (el no angloparlante) atiende a la secuencia con igual estupefacción ante la ausencia total de cualquier subtítulo. Con esto, el mas jóven de los realizadores Trueba nos equipara a todos (entendamos o no lo que han dicho) ante una situación tan contradictoria que en realidad no puede argumentarse con palabras. Con las de ninguna lengua. Únicamente el cine y su infinita capacidad para modelar y unir las imágenes mostradas puede dar sentido a un final abrazado con cariño, a un acto de belleza que esconde el dolor obvio pero que decide minimizarlo, a una celebración de la derrota que no es sino otro paso del amor.
Trueba parte de una idea lanzada al vuelo por su padre, el enorme Fernando Trueba, quién aparece interpretando también al progenitor de tal contradicción en uno de los actos de metaficción sobre los que se va a articular todo el relato, para (de)construir a base de comedia aparentemente ligera una mirada matrimonial invertida o crepuscular que reniegue y a la vez complemente a los romances clásicos de los que hablan sus protagonistas (increíbles Vito Sanz y Itsaso Arana, ambos colaboradores del guión), un actor y una directora de cine convencidos de que pueden separar su caminos sin sufrir las consecuencias de la melancolía y centrando el foco sobre una supuesta mejoría vital que no dejan de repetir con ánimo de que en algún momento sea verdad. Y es posible que lo sea desde un principio, pero lo que florece en estos actos de aliteración verbal automatizada es la última cercanía romántica que encuentra una relación que se agota.
Toda la obra emerge entre los caminos íntimos de Ingmar Bergman y su Secretos de un matrimonio (1974), el cine de Eric Rohmer e incluso el excelente uso de la dramedia afilada del Woody Allen de los 70’ (el cual habría encontrado un perfecto alter ego gesticular en Vito Sanz). Sin embargo, aunque sí hace gala de ese inseparable aroma a cierto snobismo autoral y las florituras de dirección no siempre aportan a su fondo, al final son esas dudas lógicas de la propia pareja, las de los diferentes familiares y amigos que reaccionan de múltiples formas tronchantes, y un esperanzado “Volveréis”, y (en un acto de sinceridad) las del propio director, quién pone a sus criaturas a montar, cortar y estructurar la propia película que estamos viendo, las que conducen a la aparición de una magia inesperadamente tierna sobre una concatenación de conversaciones que se suceden con aparente sencillez, donde el subtexto y la importancia del gesto invaden y dicen mucho mas que imperante desparrame sentimental (brutal palo en el momento de la grabación a cámara). Lo explícitamente reiterado y su mención juguetona a la obra de Soren Kierkegaard abordan el descubrimiento de un verdadero amor (y un verdadero cine romántico) en la letanía de lo cotidiano.
De ternura natural y palpable, imposible de agrupar en su conjunto de palabras con cierto sentido mas allá de las del filósofo danés (el cual es acallado por una mano en uno de los momentos mas bellos de la película) . Con todas sus fases. Con su principio y su final. Pues un final es la expectativa de un nuevo comienzo que nos devolverá a otra maravillosa repetición esplendorosa tras la confección de la memoria y anticipada de lo siguiente, es decir, de volver. Por eso mismo, y como profetiza su clarividente título, solo cabe una posibilidad para atrapar en toda su dimensión la que posiblemente sea la mejor película de Jonás Trueba: volver a ella.
Miguel Ángel Espelosín
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