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domingo, mayo 5, 2024
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Cuando todo está perdido ****

Cuando todo está perdido ****Cuando todo está perdido, buena intriga de supervivencia y brillante monólogo sin palabras de Redford.

Una odisea de supervivencia que se sitúa en las antípodas de Gravity, aunque aborda el mismo tema: luchar hasta el final, contra todo pronóstico, no rendirse, sobrevivir. Allí donde Cuarón impone una estrategia visual de montaña rusa, brillante espectáculo visual y despliegue técnico abrumador, un derramamiento de imágenes impactantes de montaña rusa totalmente adolescente, J.C. Chandor impone un tratamiento visual más sosegado y paciente, más maduro. Gravity es una fiesta donde Cuando todo está perdido es un réquiem. Y las dos propuestas son brillantes. Chandor mantiene su estilo de narración madura y pausada, que ya exhibió en su película anterior, Margin Call (2011), un tono clásico de contar sin prisas y sin intentar impresionar al espectador, confiando en que éste tendrá la paciencia de un aficionado a la lectura para seguir su historia. Gravity juega así en la liga cinematográfica más cercana al videojuego, mientras que esta otra propuesta se acerca más a las grandes narraciones de náufragos y supervivientes de la literatura, entrando en muchos de sus momentos en el vecindario de Náufrago (Robert Zemeckis, 2000). Pero al contrario que ésta en ningún momento se deja arrastrar por arrebatos melodramáticos, lo cual convierte su propuesta en algo indudablemente menos espectacular, pero al mismo tiempo la dota de una seriedad y una solidez impresionante por sus agallas para esquivar caer en lo más comercial y lo más obvio.




De manera que si todavía te gusta el cine y crees que la imagen debe dominar, que es la verdadera clave del lenguaje del cine, esta es una película que no debes perderte.

Un detalle a modo de pista: durante las tormentas, en todo momento vivimos la experiencia desde planos cercanos, desde el punto de vista del protagonista, junto al náufrago superado por las circunstancias que sin embargo sigue luchando hasta el final. Vemos lo mismo que él ve desde el interior del barco, sumergido en el agua o desde la balsa. No hay un plano general que nos saque de esa experiencia casi en primera persona para someterse sumiso al espectáculo visual más impresionante de la ola gigante tipo La tormenta perfecta. Renunciando a esa sumisión a lo epidérmico, al cine concebido como montaña rusa, el director nos mantiene atrapados junto a Redford en su lucha por sobrevivir. En ese mismo sentido destaca su elección de incluir más planos desde el fondo del mar, mirando a la barca desde abajo, que desde el aire, lo cual es lógico, ya que así establece el duelo entre el mar y el hombre que es el epicentro del relato, apoyado en esos puntos y aparte que son los fundidos a negro. La sobriedad de la propuesta me ha recordado  en muchos momentos el tono de otra notable película de Redford que no deberían perderse, Las aventuras de Jeremiah Johnson (1972).

Esa sobriedad en el tratamiento de la historia, situaciones, personaje e imagen permite además al director hacer de su película una metáfora de una de las claves de la lucha cotidiana por sobrevivir en nuestro mundo. Esos barcos que pasan de largo ignorando parsimoniosamente al protagonista nos hablan de la soledad y el aislamiento en el que vivimos y son además toda una metáfora de cómo no miramos, ignoramos o ni siquiera queremos ver a todos esos prójimos que se cruzan cada día en nuestro ajetreo cotidiano.

Para rematar la jugada, el final de la película es uno de esos desenlaces que  dejan abierto al debate y al libre albedrío de la interpretación de cada cual si el relato se cierra feliz o infelizmente, una prueba de lo mucho que el director respeta al espectador.

Miguel Juan Payán

©accioncine

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