La visita de David Lynch a Madrid para hablar de su obra y promocionar un libro sobre meditación ha generado singular expectación cinéfila que ayer se concentró en torno a la sede de la Escuela Universitaria de Artes y Espectáculos TAI, donde el director norteamericano contestó a las preguntas del crítico Carlos Reviriego y del público asistente a su masterclass, entre el que se encontraban jóvenes estudiantes de cine, algunos periodistas y directores como Juan Carlos Fresnadillo, Rodrigo Cortés o Nacho Vigalondo.
Lavoisier, padre de la Química moderna, llegó a la conclusión de que la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma. Tras las declaraciones de David Lynch en la masterclass que impartió ayer a dos pasos de lugares tan castizos como el Parque del Retiro y la Puerta de Alcalá de Madrid, no he podido evitar acordarme de esa Ley de la Conservación de la Materia de Lavoisier.
La buena noticia es que según el director de películas tan significativas para el cine moderno como Cabeza borradora, El hombre elefante, Dune, Terciopelo azul, Corazón salvaje, la mítica serie Twin Peaks y su prolongación en el largometraje Twin Peaks: fuego camina conmigo, Carretera perdida, Una historia verdadera, Mulholland Drive o Inland Empire, el cine no va a desaparecer, no se muere, como la materia estudiada por Lavoisier, sólo se transforma zarandeado y mutando con los cambios como si de la criatura de Cabeza Borradora se tratara.
La mala noticia es que, por las respuestas dio a las preguntas que se le fueron formulando a lo largo de la masterclass, Lynch, nacido en Montana en 1946, ha vuelto a su pasión de la infancia, la pintura, y está ahora tan inmerso en la pintura y la fotografía que no se plantea de momento volver a rodar películas. De hecho ha reconocido que no ve mucho cine actual, aunque le gusta lo que hacen los hermanos Coen. Más sorprendente es que se haya desmarcado de esa asociación con el surrealismo que tantos estudiosos de su obra han querido destacar. Ahora todos esos analistas y críticos que en algún momento hemos dedicado tiempo y neuronas a trazar el mapa de carreteras del cine de Lynch incorporando el surrealismo como parada obligada, nos estamos preguntando en qué nos hemos equivocado al vincularlo con un movimiento del que Lynch asegura que no conoce demasiado, especialmente por su reiterada negativa de reconocer el cine de Buñuel como fuente de inspiración. Lynch afirma no conocer demasiado el cine de Luis Buñuel, más allá de su entomológica característica de contratar hormigas como personajes y figurantes para sus películas. ¡Pasmo general entre sus seguidores! E imagino que también entre los seguidores de Buñuel, que se las prometían muy felices anticipando un sesudo análisis del maestro Lynch sobre el maestro Buñuel del que podrían estar sacando petróleo para reflexiones, debates, disputas y conclusiones aventuradas durante décadas. Para muchos es una lástima, pero por mi parte, llevado de mi manía de leer entre líneas, no puedo evitar pensar que si Lynch ha negado tres veces vinculación alguna consciente de su cine con el de Buñuel en su visita a Madrid, el Evangelio según San Lucas también recoge ese momento en el que Jesús le dijo a Pedro: “Antes que cante hoy el gallo, me habrás negado tres veces”. Así que repasando las respuestas de Lynch cuando le han preguntado por Buñuel no puedo sino acordarme de las respuestas de Pedro cuando le preguntaban por Cristo: “¡Mujer, no le conozco!”, “¡Hombre, no soy uno de ellos!” y “¡Hombre, no sé de qué hablas!”. Sospecho que al Buñuel que se declaraba “ateo por la gracia de Dios” le habría sacado como mínimo una media sonrisa de sarcasmo esta referencia bíblica…
A Lynch las comparaciones de su cine con el de Buñuel o su vinculación con el surrealismo le llevan a desenfundar lo mismo que repetía el diálogo de una de sus mejores películas, Terciopelo azul: “este es un mundo extraño”. Esa afirmación me recuerda las referencias de El mago de Oz que encontré en su cine, y sobre todo en Corazón salvaje, cuando hace muchos años la editorial JC me propuso escribir un libro sobre este director. Lo de “este es un mundo extraño” de Terciopelo azul es como lo que le decía a su perro al llegar al colorido mundo de Oz la Dorothy interpretada por Judy Garland en la versión cinematográfica de El mago de Oz dirigida a finales de los años 30 por varios pesos pesados de la dirección del cine clásico de Hollywood como Victor Fleming, George Cukor, King Vidor, Mervyn LeRoy o Norman Taurog: “¡Totó, ya no estamos en Kansas!” Lo cual me lleva a pensar que, como intenté explicar en aquel libro, el cine de David Lynch quizá sea, más que un periplo surrealista, un paseo por el mítico camino de baldosas amarillas que recorría Dorothy buscando al Mago de Oz acompañada por el León Cobarde, el Hombre de Ojalata y el Espantapájaros; un camino tan variado e imprevisible como el que reúne en una misma filmografía obras tan inclasificables como Cabeza borradora, Terciopelo azul, Twin Peaks, Carretera perdida, Mulholland Drive o Inland Empire junto a otras manifestaciones del mismo genio más cercanas a lo clasificado como El hombre elefante o Una historia verdadera. Lynch no quiere ser etiquetado, ni clasificado, ni como surrealista ni como nada. Es más como una especie de Dorothy que recorre ese camino de baldosas amarillas esperando ser sorprendido e inspirado por lo que se tropieza en este mundo extraño que ya no es Kansas o en su caso Montana. Por eso bromea afirmando que está muy liado con su pasión por la fotografía o la pintura para ver cine actual pero sigue interesado por el trabajo de otros directores como Martin Scorsese o Werner Herzog, porque según dice le interesa “la gente moderna”. Por eso todavía recuerda sus encuentros con uno de sus directores más admirados, Federico Fellini, con el que pudo pasar todo un día compartiendo ese paseo por el camino de baldosas amarillas y del que pudo despedirse en el hospital en que el maestro del cine italiano estaba ingresado poco antes de que falleciera. Por eso se empeña en recomendar a los futuros cineastas que peleen y confíen en sí mismos, que mantengan el control de su obra, que no se dejen convencer para abandonar una buena idea o para seguir una mala idea, y que lo importante es que al terminar su trabajo estén contentos y felices con lo que han hecho.
Quizá por eso, y porque su visita a España forma parte de una campaña promocional de la meditación y de un libro sobre el tema, recomienda meditar 30 minutos antes de empezar a trabajar cada jornada y otros 30 minutos después de terminar.
Porque a Lynch lo que parece importarle ahora más que cualquier otra cosa es ser feliz haciendo el trabajo que quiere hacer.
Como Dorothy paseando por el camino de baldosas amarillas que es la vida y por extensión el arte.
Miguel Juan Payán
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