Posiblemente uno de los directores de cine español más olvidado y menos reconocido de nuestros días (al menos entre los jóvenes talentos) sea Christian Molina, un realizador que con su cuarta película se lanza a rodar en inglés, con algunos nombres realmente populares entre sus filas, lo que da aún más empaque a la cinta. Lo que es cierto es que el director de Diario de una Ninfómana, quizá su cinta más popular, es de esos nombres que nadie parece recordar cuando se trata de hablar de cine nacional, y aunque su obra últimamente se ha centrado en el drama, también hay que recordar que dirigió a Paul Naschy en Rojo Sangre.
Aquí ha conseguido un presupuesto más holgado para rodar en inglés una película que cuenta con los nombres de Danny Glover, Robert Englund (que se apunta a todo) o Valeria Marini (productora también) para contarnos una historia que tiene mucha tela que cortar, o al menos lo pretende, tratando el tema de la violencia y la guerra y los estragos que causa entre los jóvenes. Todo gira en torno a Alex, un niño de ocho años fascinado por las imágenes cargadas de violencia que llenan su vida, y que empieza a tener problemas para comunicarse con sus padres.
La película carece de artificios y juega con una buena puesta en escena y las sólidas interpretaciones de todo su reparto, aunque olvidarnos del joven Fergus Riordan como Alex sería un delito, un chaval capaz de fulminar con una mirada como si portase un AK-47 y al mismo tiempo capaz de conmover al instante siguiente. Los nombres pesados de la película aportan un aplomo y una credibilidad que da mucha fuerza al relato, aunque en ciertos momentos la película flojee en su ritmo y en sus intenciones.
De tanto manosear el mensaje contra la violencia y la guerra se acaba perdiendo fuerza. Debe ser la trama y los personajes los que nos lleven a ello y no un continuo machacar al espectador. Es en esta parte donde la película pierde fuerza, debido a la imagen tópica de Estados Unidos y la banderita que nos venden. Es la imagen de una América irreal, la que tenemos desde aquí, y no la que realmente vive un americano. Aunque siempre viene bien entender qué imagen tenemos de Estados Unidos y por qué…
Pero en el drama familiar, en la incapacidad para comunicarnos con los nuestros, en las escenas comunes de colegio con castigos incluidos, en la participación del director… ahí la película sale vencedora con creces, dejando el sabor de boca de una sociedad que poco a poco se consume a sí misma y no es capaz de salvar ni la inocencia de sus niños, porque aunque una familia parezca perfecta, nunca lo es. Y esa parte de I Want to be a Soldier es perfecta para entender muchas cosas que nos suceden hoy día.
Un buen y sólido drama, por momentos excelente, en otros algo manipulador, que sirve para conocer un poco más el trabajo de un director que tiene un futuro prometedor como es Molina.
Jesús Usero
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