Hoy a las 9 de la mañana he visto Donde viven los monstruos, la última película de Spike Jonze, antes de entrevistarle para la revista.
Ha sido una experiencia curiosa de la que hablaré cuando corresponda en las páginas de críticas de la revista en papel y que comentaré también en la web cuando llegue el momento del estreno, pero al margen de la película propiamente dicha quería simplemente reseñar aquí el regalazo que me ha aportado este miércoles que parece un lunes venido a menos después de un puente de cuatro días que ha sido como el aperitivo de las vacaciones de Navidad: un cuento.
O mejor dicho: EL cuento.
La obra maestra de la sencillez que es Donde viven los monstruos escrito e ilustrado por Maurice Sendak.
Algún día hablaré de la película o reportaje que sobre el propio autor dirigió Spike Jonze, porque también me la han pasado, pero lo que ahora me gustaría destacar es simplemente una sensación que he experimentado al leer ese cuento: la sensación de la sencillez considerada como arte y la idea de que bien puede ser un resumen ejemplar de la mirada de los niños.
Un cuento sencillo que puede leerse muchas veces porque tiene la virtud de recordarnos la infancia que inevitablemente hemos perdido.
La historia de Max, un niño que goza de plenos poderes para desplegar su imaginación, no necesita más explicaciones, pero es todo un regalo para que aprendamos a valorar lo importante que es encontrar siquiera unos minutos cada día para volver a la infancia aunque sólo sea brevemente o a lomos de los recuerdos que nos quiera regalar la memoria.
Yo tendré el cuento a la vista para recordármelo con esa frase de demoledora sencillez:
“Esa misma noche nació un bosque en la habitación de Max…”