Divertido guiño a la fórmula de buddy movie con Russell Crowe y Ryan Gosling mejorando las trapacerías del guión.
Un detective acabado que acepta todo tipo de casos para malvivir (Gosling) y un matón de cuatro perras con algún que otro bache de autoestima provocado por el abandono de su mujer (Crowe) se alían para encontrar a una joven desaparecida en un caso que gira en torno al mundo del porno en la ciudad de Los Angeles de los años setenta. El resultado es la película posiblemente más simpática de la temporada veraniega, eficaz vehículo para echarse unas risas aunque tenga el guión más pasota y chapucero en lo que se refiere a intentar construir la historia.
La historia se ambienta en los años setenta, pero en realidad es un homenaje a la manera de entender el cine de acción policial que puso de moda la fórmula de los amiguetes distintos obligados a entenderse con el estreno en 1982 de Límite 48 horas, dirigida por Walter Hill y escrita por éste junto a Roger Spottiswoode, Steven E. De Souza y Larry Gross. Luego esa fórmula sería copiada por el propio director de Dos buenos tipos, Shane Black, en sus guiones para Arma letal, de 1987 y El último Boy Scout, de 1991. De manera que no es una sorpresa ni en absoluto casualidad que Dos buenos tipos peregrine a lo largo de su metraje entre estas tres películas, que sirven como referentes imprescindibles. De manera que estamos ante una fábula de intriga policial con ligeros ribetes de cine negro que se ambienta en los años setenta pero tiene más bien un espíritu ochentero.
Shane Black siempre ha tenido, como guionista y ahora también como director, esa tendencia a presentar muy bien sus personajes y situaciones en el arranque de sus historias, y ésta película no es una excepción. Black conoce bien lo que quiere el público y le da pan y circo con mucho humor, autoparodia, evasión y diversión garantizada durante todo el metraje de sus historias. Además aquí mantiene la fórmula que mandaba en el cine ochentero más comercial, cuando los actores completaban el trabajo inacabado del guionista haciendo de una ligera definición de los personajes en el guión, poco más que un boceto liviano de filias, fobias y motivos sujetos por el frágil hilo de los tópicos del género, campo abonado para poder rellenar los huecos a base de carisma y talento. Y Ryan Gosling y Russell Crowe son incuestionablemente dos tipos con talento, así que su alianza en esta peripecia es un divertido encuentro que nos mantiene con media sonrisa en la boca casi durante todo el metraje, incluso cuando al guión ya parecen habérsele agotado las ideas y se entrega a la acción por la acción, después de haber renunciado a montar una intriga algo más competente y menos tejida en torno a casualidades y deus ex machina reiterados sin mucha coherencia argumental. Las cosas empiezan a pasar porque sí y eso hace que se resienta el tejido narrativo de la trama policial propiamente dicha, además de conducir al desperdicio de personajes y oportunidades. Por ejemplo el papel de Gosling en clave de humor está bien y suficientemente desarrollado, pero no así el de su compañero Crowe, que tiene su mejor momento de comedia en el arranque de la trama con ese flashback de su esposa, pero luego no sigue por ese camino y se convierte sobre todo en títere de acción. Otro personaje desperdiciado es el de Kim Basinger, poco más que un cameo apañado y metido casi con calzador. Además, prescindiendo paulatinamente de la coherencia argumental, el guión nos exige casi con insolencia que aceptemos todo aquello que quiera contarnos sin pararnos a pensar, algo así como que nuestra credulidad le firme un cheque en blanco. Confía Black, con razón, en su reparto. Eso no es malo. Es peor que en el tercer acto se entregue de manera atropellada a solucionar el enigma de manera chapucera y con una sucesión de secuencias de acción previsibles que desaprovechan la oportunidad de añadir más diversión al conjunto.
Sea como fuere, película simpática, divertida, que funciona bastante bien hasta la salida de la fiesta porno, pero luego se va desinflando hacia el final, siendo sostenida sobre todo por un Crowe y un Gosling al que nos gustaría ver en otra peripecia protagonizada por estos dos disparatados personajes, porque el buen rato está garantizado.
Miguel Juan Payán
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