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viernes, abril 26, 2024
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Drive ****

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Drive es una muy buena película de acción e intriga con cine negro en sus entrañas.

Encaja perfectamente en la filmografía europea del director, Nicolas Winding Refn, tanto en lo narrativo como en su protagonista y su forma de abordar estéticamente el cine policíaco. Esto es: en sus antecedentes en  el seno del cine policíaco más negro rodado en Dinamarca con Pusher, un paseo por el abismo y Con las manos ensangrentadas, en la película que rodó en Inglaterra, Bronson. Y no defrauda las  buenas expectativas que habían sembrado esos trabajos anteriores.

El traslado a Estados Unidos no le ha robado un ápice de fuerza y estilo al director danés, que se acopla con solvencia a las claves del cine de género hecho al otro lado del Atlántico sin renunciar a sus claves. En el tratamiento del paisaje urbano como  personaje desolado y solitario sumido en la noche que muestra al principio se acumulan ecos del paisaje que rodeaba la secuencia del robo de coches de Con las manos ensangrentadas, por poner un ejemplo de parentesco inmediato que integra rápidamente Driver en la filmografía del director al que se suman otras claves claras de autoría en el abordaje visual de sus fábulas. Entre las mismas tiene especial significado por el tema que aborda esta película esa especie de nostalgia por un tipo concreto de cine de los ochenta que en el tratamiento de los personajes, sus relaciones, sus conflictos, las situaciones que los rodean, recuerda películas como Elígeme (1984) o Inquietudes (1985), de Alan Rudolph. Ambas eran también historias de triángulo sentimental y relaciones cruzadas, como Drive. Esa nostalgia por un cierto tipo de cine de los ochenta es  elemento destacado del relato por la ocupación anterior del antagonista, Bernie Rose (Albert Brooks): “Antes producía películas… en los 80. De acción, sexys… Alguien las llamó europeas. Yo pensaba que eran una mierda”. Las dos películas de Alan Rudolph citadas bien podrían servir como ejemplo. Esa nostalgia por el cine ochentero se manifiesta en la música y su uso. Compone Angelo Badalamenti, autor de la partitura de películas igualmente representativas de ese tipo de cine de género pero con personalidad de cine de autor, como Terciopelo Azul o Corazón salvaje. Igualmente ochentero es el trabajo con el color y el estilo de las letras en la presentación de la película.

Este toque nostálgico estaba ya presente en cierto modo en la forma en la que el realizador planteó sus películas anteriores, todas ellas centradas en el tema del control, recurrente en toda su filmografía. Todos su protagonistas son antihéroes que pelean para retener el control de sus vidas, caso del personaje encarnado por Ryan Gosling en Drive, o para alcanzar controlar sus vidas, como el personaje que interpretara Mads Mikkelsen tanto en Con las manos ensangrentadas como en Vallhalla Rising, la interesante variante de cine de aventuras y road movie con vikingos descubriendo América al estilo de Aguirre o la cólera de Dios, de Werner Herzog,

Esa especie de retorno al cine de los ochenta recuerda algunos de los ejemplos más destacados y con personalidad cocinados en el cine de ésa época con cierta independencia de la fórmula de explotación más adocenada de los grandes estudios, como Hunter, cazador de hombres, la primera aparición de Hannibal Lecter en la pantalla grande, dirigida por Michael Mann, o Vivir y morir en Los ángeles, dirigida por William Friedkin, ambas con William L. Petersen, posteriormente consagrado como estrella de la pequeña pantalla por su papel de Grissom en la serie CSI, como protagonista. De hecho en lo referido a secuencias de acción y persecución con automóviles no cabe duda que Drive se mueve entre dos títulos principales. Bullit, protagonizada por Steve McQueen y dirigida por Peter Yates en 1968 es su antepasado más remoto, al que le debe mucho, especialmente en la planificación, montaje y uso del sonido de todas las secuencias relacionadas con acción y automóviles. Drive incluso reproduce la célebre secuencia de persecución automovilística con el ruido del motor acompañando la acción que cambió radicalmente la manera de plantear las secuencias de acción en el cine policíaco norteamericano. Me refiero a la persecución después del atraco.

A ésta le seguiría una de las mejores muestras de actualización de las claves del cine negro que dio Hollywood en los años setenta, Driver, dirigida por Walter Hill en 1978, con la que además del título tiene otras muchas similitudes, tanto en sus personajes y secuencias de acción como en su manera de entender el relato de serie negra.

Nicolas Winding Refn nos mete en una historia donde deja claro desde el principio que va a jugar con el espectador confundiéndonos en una trama donde nada ni nadie es exactamente lo que parece. La escena en la que vemos aparecer al protagonista con el uniforme de policía es sobradamente elocuente en ese sentido. El director pone claramente las cartas sobre la mesa para que nadie se llame a engaño. De hecho, su abordaje de la historia con las claves visuales y musicales del cine de los ochenta no tarda en revelarse como otra falacia, porque rápidamente la película cobra su propia personalidad y estilo plenamente asociado a las propuestas audiovisuales propias de nuestro tiempo.  Ese plano en movimiento en el que  vemos a una maquilladora dándole lo últimos toques al actor-policía calvo frente al espejo y éste se transforma en Gosling poniéndose la máscara para ejercer como doble de la estrella es plenamente actual, nos sitúa de inmediato en 2011, y de paso da un montón de información sobre el personaje sin una solo línea de diálogo. Sumido en la mentira del cine, donde ejerce como doble de acción, el conductor al que vemos participar en un robo en el arranque de la película está, como Alicia en el País de las Maravillas, saltando continuamente a un lado y otro del espejo, que marca la frontera entre la ley y el crimen. Nicolás Winding Refn sitúa así al Conductor encarnado por Gosling (el personaje que interpretara Ryan O´Neal  también era conocido únicamente por su “oficio”,  el Conductor…) entre dos mundos.

De la habilidad con la que el director construye visualmente la narración de su película es otra buena prueba la primera conversación entre Irene (Carey Mulligan) y el Conductor, con ese plano en el que la vemos a ella dominando la izquierda de la imagen pero además introduce el rostro de él en el pequeño espejo en el que también está la foto con la chica, su hijo y el padre del niño. Todos los personajes claves del relato reunidos en un solo plano donde además se anticipa toda la telaraña de complejas relaciones y afectos que preside el resto del relato. Otro ejemplo es como introduce el personaje del marido en el relato, en la escena en la que ella se está preparando para salir con él frente al espejo tras la llegada de la niñera,  suena el teléfono, y pasa en una elipsis al interior del coche, donde ella explica que quien llamaba era el abogado de su marido para decirle que éste volverá a estar en sus vidas en el plazo de una semana. Un trabajo de fluidez narrativa ejemplar, haciendo uso de la elipsis y del flash forward, rompiendo en ese fragmento el normal orden cronológico del relato al objeto de proporcionarle la necesaria relevancia a esos momentos e informaciones claves. Volverá a jugar con esa ruptura cuando acuerdan el golpe con el tipo  al que el marido debe dinero, antes de volver a la reunión familiar, dejando claro otro referente curioso del argumento: el western Raíces profundas. El Conductor es en definitiva una variante moderna del pistolero Shane que interpretará en ese clásico del cine del oeste Alan Ladd.

Si a eso añadimos la manera que tiene de introducir la violencia en escenas tan sobresalientes como la del motel o la del ascensor, queda claro que conviene seguirle la pista a Nicolas Winding Refn, que promete darnos muchos  buenos ratos de cine policíaco con madurez y solvencia en el futuro.

Miguel Juan Payán

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