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martes, mayo 7, 2024
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El aprendiz de Brujo *

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El aprendiz de brujo es menos solvente de lo esperado. Se pierde a medio camino entre Los cazafantasmas y las peripecias de Harry Potter sin llegar a entretener tanto como La búsqueda. Distraída en su primera parte, se pierde en la segunda hacia un final demasiado previsible.

La idea no era del todo mala, y Nicholas Cage, que entre otras cosas es un frikazo de los cómics, supo verle el interés potencial, pero lamentablemente luego no han sabido sacarle el máximo partido, y está lejos de ser una de las producciones más distraídas de la factoría Bruckheimer precisamente porque les ha faltado atrevimiento para zambullirse a fondo en el lado más descaradamente fantástico y “superheroico” del argumento, algo que Los Cazafantasmas hicieron con una caradura desternillante. Como tampoco desarrollan a fondo ese tono de “relato legendario” que sugieren en el prólogo del principio y estaría más cerca de las peripecias de Harry Potter, se quedan en tierra de nadie, algo despistados sobre cuál es la verdadera naturaleza de la fábula que nos están contando. Sospecho que ello se debe principalmente a dos cosas.

La primera que buscando el camino más seguro hacia el éxito en la taquilla, han encontrado precisamente lo contrario. En los últimos años, siguiendo la moda de las tácticas narrativas de repetición propias de la “era blockbuster”, los encargados de cocinar el cine comercial en Hollywood caen en la trampa de repetir las mismas fórmulas. Es como si todo se rigiera por una fórmula o una serie de pasos que por su capacidad para repetir determinadas cosas en determinado momento, han acabado por convertirse en previsibles, y por tanto hurtan toda la sorpresa al público, ahogando el relato en una reedición de tópicos, situaciones y personajes en los que todo atisbo de posible originalidad perece rápidamente ante la aplicación de la fórmula, del esquema, de las claves generales de éxitos anteriores. Es como si apretaras un botoncito en el ordenador y automáticamente te sacara la lista de cosas que deben ocurrir en el relato, en cada minuto y hasta en cada segundo. Minuto cinco: gran explosión cubriendo toda la pantalla y haciendo saltar a los personajes protagonistas fuera de cuadro; minuto cien: beso apasionado entre los dos protagonistas (mejor si son de sexo opuesto para no perder público infantil y posibilidades de exhibición en localidades del sur profundo de los Estados Unidos donde la homosexualidad si no está aderezada con música de banjo y al estilo Defensa no está bien vista…); minuto ciento cinco: el protagonista salva el día rescatando el objeto buscado y asume finalmente su papel como héroe (nada de el malo mata al bueno y la chica se casa con el caballo).

Tanto formulismo acaba por quitarle toda la gracia creativa y la originalidad al asunto, y como además el espectador no es tonto, empieza recelando de la repetición y acaba percatándose de que le están endiñando más de lo mismo, pero con otras caras y paisajes. Es un ceremonial destinado a jugar sobre seguro que tampoco es nada nuevo: la Warner Bros. ya lo aplicó en los económicamente críticos años treinta, fotocopiando una y otra vez dramas y películas de gánsteres que habían tenido éxito en la serie A y resucitaban argumentalmente cual ave fénix con más modesto plumaje y menor inversión en las producciones de serie B concebidas como acompañamiento de las producciones más prestigiosas y caras del estudio. Era cosa de cambiar dos o tres cosillas y allá iba nuevamente el mismo cuento repetido con pocas variaciones. Era un recurso para ahorrar imaginación e inversión en guiones y derechos de nuevas historias tocando teclas que ya se habían probado como capaces de ganarse el afecto del público… aunque no deberían olvidar que lo poco agrada y lo mucho cansa.

Un ejemplo: cuando el relato llega a la escena que inspiró todo el proyecto, el momento en el que el protagonista imita a Mickey Mouse en Fantasía y pone a bailar las escobas para que le echen una mano, un momento que debería haber sido emotivamente intenso, nos encontramos una resolución del mismo anodina, como si la fábula y sus personajes llegaran agotados a la misma, sin tensión alguna, y desde luego muy lejos del original de animación de la Disney.

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El segundo tema que creo afecta a la película es también característica habitual del cine comercial de nuestros días. La moda de mezclar varios géneros no es mala por sí misma. Antes al contrario: puede ser muy jugosa como forma de presentar una historia desde puntos de vista más ricos y variados, incluso sorprendentes, jugando con el híbrido como herramienta. Ahora bien, siempre debe quedar claro, y así lo ejemplifican películas como Alien, Blade Runner, El jovencito Frankenstein… cuál es el género que domina, porque el híbrido es una buena herramienta, pero al mismo tiempo puede convertirse en un arma de dos filos que despista al espectador sin dejarle ubicarse en un género y un tono concreto, llevándole de un lado a otro. Ello da lugar a varias películas mal conjuntadas dentro de la misma película, con las previsibles consecuencias devastadoras desde el punto de vista del ritmo.

El aprendiz de brujo es un ejemplo de ello. Para empezar tiene un prólogo del que saltamos a una época infantil del héroe y de la misma,  en una elipsis temporal, a la época adolescente. Esto es: no nos deja asentarnos en la historia en sus primeros quince minutos, nos lleva de un lado a otro, nos bombardea con nombres e informaciones, pero cuando le estamos cobrando afecto al chavalín, salta y nos lo pone delante convertido en un adolescente cuyo principal problema como personaje es que resulta demasiado mimético y anda perdido entre Peter Parker, alias Spiderman, Harry Potter y el chaval de Transformers, por no decir que es el enésimo clon de Luke Skywalker con su propio Obi Wan particular interpretado por un Nicholas Cage que este mismo año sin ir más lejos estuvo más convincente en un papel de similar o muy parecida función en Kick-Ass (allí sin peluca, o pelucón, si ustedes lo prefieren, y conste que ya hay quien dice que la peluca del actor ha adquirido conciencia de sí misma e incluso pretende optar a un Oscar…).

Sinceramente, era más interesante la peripecia del chavalín en la etapa infantil, porque lo del adolescente a la caza y captura de la nena más maciza de su entorno está ya muy visto y si no nos lo sirven en clave de comedia gamberra se hace muy cansino. No es el caso en esta ocasión, donde además, la historia romántica transmite la sensación de ser un aditivo innecesario para la trama, una especie de pegote que pinta poco, o nada, en el conjunto del asunto. Si nos ponemos en clave romántica, más interesante era la peripecia del personaje de Cage con la bruja interpretada por Monica Bellucci. Ahí estaba el interés.

Otra pega es el villano, poco temible. De hecho cae simpático. Igual es que yo me estoy deslizando ya hacia el lado oscuro a velocidad de vértigo, pero lo cierto es que, casi comprendo al tipo por lo poco que me creo o me interesa lo que le ocurra a los héroes.

En cuanto al desenlace, casi me da un ataque de azúcar con tanta felicidad almibarada.

Finalmente, quizá lo peor: no han tenido valor para decantarse por un tipo u otro de público. O hacían una película para todos los públicos explotando el personaje del chavalín del principio, o se metían a fondo con el adolescente pero en una clave más oscura que les privaba de ser una película para toda la familia.

En eso, como en  los géneros, también se quedan a medias. Quieren abarcar todo, y eso les deja en fuera de juego con la mayoría de los espectadores.

Le damos tiempo hasta llegar a las escenas del ataque del dragón, con el  grifo metálico de la torre ejerciendo como elemento que parecía abrir camino a un tratamiento tipo Los cazafantasmas, pero a partir de ahí la trama parece cada vez más errática, desorientada, y acaba siendo un puzzle con piezas que encajan de manera forzada y como si tuvieran prisa por llegar a un desenlace precipitado.

Lástima. Tenía buen material de partida, pero lo desperdician por querer asegurar en exceso la jugada y arriesgar poco o nada.

Miguel Juan Payán

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