Crítica de El arma del engaño
Crítica de la película El arma del engaño
Sólida intriga histórica con subtexto romántico equilibrado.
John Madden es un director elegante y eficaz que sabe sacar adelante sus películas trabajando sobre un estilo clásico que no es habitual de nuestros días y, junto a los temas para adultos que suele manejar, sea cual sea el género en el que instale sus historias, posiblemente instalan sus propuestas en el territorio del cine para adultos conocedores de su entorno, de la historia y de la sociedad más allá de las peripecias de blockbuster superheroico o franquicias varias que dominan los taquillazos más obvios de la cartelera de nuestros días.
Quiero decir con todo lo anterior que El arma del engaño me parece una buena película. Bien servida por sus actores en cada plano. Sólida y eficaz narrativamente. Y sobre todo elegante.
Además creo que es una buena aplicación y una interesante explicación del género de espionaje. Su trama nos sitúa en el espionaje aplicado al contexto de la Segunda Guerra Mundial, esto es, el espionaje previo a la Guerra Fría, pero en sus claves narrativas podamos localizar sin dificultad planteamientos dramáticos que nos recordarán tanto las novelas de John LeCarré como las películas que las adaptan. Basta repasar los conflictos y la general incomunicación y soledad que rodea a los personajes protagonistas -aclaro que cabe aquí esgrimir claramente la fórmula de protagonismo coral-, para comprender lo mucho que tienen en común con la manera de acercarse a las novelas de espionaje de LeCarré, y como éste rey del género en la literatura, las utiliza como pretexto para hacer una interesante exploración existencial de sus personajes, así como de temas recurrentes como la lealtad, el patriotismo, las emociones y sentimientos no correspondidos, la confusión moral, que aparecen también en El arma del engaño.
Lo interesante está también en cómo esta película, que se autodefine sobre esos parámetros modo LeCarré, al mismo tiempo bromea hábilmente con la otra cara de la moneda de la ficción de espionaje representada por las fantasías creadas precisamente por uno de sus personajes, Ian Fleming, el futuro creador de James Bond. La secuencia del “padre” de 007 manoseando con una significativa sonrisa el reloj trucado con cuchillas en el departamento de artilugios de los espías reales es un guiño que al mismo tiempo sirve como declaración de principios de ese juego de parodia de esa otra manera de entender la narrativa de espionaje como fábula, en lugar de asentarla, como es el caso de esta película, en hechos y personajes reales.
Pero lo más interesante de todo es que en la película aflora cierta inquietud autoral del director más allá del género en el que esté trabajando en cada momento. Y es la misma el hecho de que todas sus historias son, siempre, una exploración de sentimientos dificultados por el medio o no correspondidos. Me parece interesante cómo Madden ha edificado toda su filmografía sobre la premisa de la desconexión sentimental, identificando así la mejor forma de sacarle mayor madurez y propuestas más interesantes al uso de lo romántico en el cine. Así lo testimonia un breve repaso a su filmografía.
Miguel Juan Payán
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