Crítica de la película El asesino de los caprichos
Verdú, Garrido y Álamo lo mejor. Actores frente a un policíaco flojo.
Encuesta policial peleada consigo misma. Así podría definirse esta película que parece dividida entre ser un relato de asesinatos en serie y al mismo tiempo una exploración del personaje de Maribel Verdú, que como Aura Garrido y Roberto Álamo tira de oficio para sacar adelante una historia que no acaba de decidirse por enfocarse en ser un relato en profundidad sobre su personaje o atender al enigma de intriga que nos propone. Resultado de esa aparente indecisión es que no acaba de definirse y además cae en una precipitación en su tercer acto que resulta un poco decepcionante. El problema de servir a dos amos sin alcanzar un equilibrio e imponer claramente el tema que debería ser el corazón que diera sentido a la trama y el argumento. Tiene cosas interesantes en el argumento, pero es desigual en su trama y no acaba de dejar claro su tema, que debería haber sido lo que le otorgara fuerza y personalidad.
Verdú consigue a base de miradas y trabajo muy astuto de actriz forjada en mil batallas insuflar vida y personalidad a su personaje, que por lo demás está construido como con retazos de varias cosas amontonadas pero no ordenadas, algo que podría decirse también de la intriga que se nos cuenta. Lo mismo se puede decir en el caso de Aura Garrido. Es precisamente el juego de los actores, y su trabajo en común, lo que levanta interés y presta algo de solidez a la película, que por otra parte resulta repetitiva en algunos elementos -el karaoke, la llamada de teléfono no respondida a tiempo en dos ocasiones, las visitas del personaje de Verdú al baño que no sirven como definición del personaje-, plana y muy previsible en sus claves de intriga -obvia la manera de señalar al asesino con precipitación y en un estadio muy inicial del relato-, de manera que cuando maneja todo lo referido a la intriga propiamente dicha se observa cierta precipitación o desinterés por sacar adelante el laberinto policial para poder centrarse en el personaje de Verdú. Sin embargo, éste tampoco está demasiado desarrollado más allá de la pose, y su vida le llega por la actriz.
Cierto es que si juntas a Verdú, Garrido y Álamo tienes ya puesta sobre la mesa una panoplia de recursos interpretativos que van a venderte cualquier trama, por simple, repetitiva, previsible en sus giros, poco sorprendente y precipitada en sus conclusiones, caso de este largometraje. Pero creo que en el nivel que ha venido desarrollando el cine policial español de la última década, este largometraje se queda corto y está lejos de los mejores logros del género que han llegado a la cartelera en las últimas temporadas.
El esquematismo de los personajes queda solventado por el trabajo de los actores, pero el desarrollo de la trama necesita más despliegue de recursos narrativos de los que tiene, más allá de ser una variante floja de Seven. No llega a desarrollar realmente sus puntos fuertes como historia, a saber: el mercado subterráneo de las obras de arte y las subastas, el oportunismo un punto corrupto de la política en época de elecciones, el triángulo sentimental y de conflicto en el que vive la protagonista, que da lugar a una secuencia interesante con el encuentro de sus dos amantes, pero se queda solo en anécdota porque tampoco va más allá, como el proceso que vive durante la película, la traición, o la definición del antagonista, cuyas motivaciones para montar tal circo son un tanto endebles y se sostienen difícilmente en el marco del propio enigma policial.
Tema especialmente mal resuelto es cómo meter información sobre el caso de manera poco fluida, forzada, a lo largo de los diálogos, dejando de lado otros aspectos. Un ejemplo: las dos policías discuten sobre si denunciar o no un asunto que surge en la propia comisaría en torno al caso y la política, pero eso luego no llega a ningún sitio, queda como uno de los muchos flecos.
Visualmente la forma de resolver el desenlace del personaje de Daniel Grao es plana, remite, como el desenlace, más a serie de televisión, algo que se repite en otros momentos. Pero en otras secuencias la película se complica en rebuscadas resoluciones, como un momento especialmente forzado, la innecesariamente laboriosa forma en que las dos policías relacionan el caso que investigan con los grabados de Goya, dándose un paseo hasta el metro.
Miguel Juan Payán
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