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viernes, abril 26, 2024
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El caso Fischer ****

El caso Fischer ****Película interesante con un Tobey Maguire convincente pero superado por Liev Schreiber.

En primer lugar, entiendo que el esforzado y notable trabajo de Tobey Maguire en el papel del ajedrecista Fischer haya llamado la atención de la crítica y se haya llevado de calle todas las flores de los comentarios sobre este largometraje. Y me apresuro a decir ya que efectivamente es de lo mejor que le he visto hacer a este actor, mucho más notable de lo que su interpretación del personaje de Spiderman le ha permitido demostrar. De hecho, quiero aprovechar para comentar que creo que hay actualmente en el cine tres actores que han degustado la miel y la hiel de alcanzar una popularidad un punto tremendista por los personajes que han acabado definiéndoles y atándoles a una etiqueta determinada de cara al público y cuyo talento creo que va más allá de esos registros concretos que no obstante los van a acompañar durante el resto de su vida. Estos tres mosqueteros serían Elijah Wood, que será para siempre ya el Frodo de El señor de los anillos, Daniel Radcliffe, que será siempre Harry Potter, y en el caso de Maguire sería sin duda Spiderman, por lo cual recomiendo ver sus trabajos anteriores al encuentro con el superhéroe de la Marvel en películas como La tormenta de hielo, Pleasantville o Las normas de la casa de la sidra. En estos actores se detecta un encasillamiento de corte reduccionista que oficia como lastre, al contrario de lo que ocurriera por ejemplo con Sean Connery o Harrison Ford, que utilizaron sus papeles como 007 y Han Solo como plataformas profesionales para saltar al estrellato. Incluso el incuestionable talento de Robert Downey Jr. corre cierto riesgo de quedar injustamente anclado al Tony Stark marvelita como demuestra lo mucho que su registro en tal personaje acaba afectando a otros de sus trabajos, como el Sherlock Holmes que interpretó en las dos películas de Guy Ritchie.




De manera que, aclaro: aplauso para Tobey Maguire en su trabajo muy competente y nada fácil como Fischer en este largometraje.

Pero junto a eso, un apunte: no pierdan de vista cómo alguien más dentro de la película supera incluso ese trabajo de Maguire como Fischer, porque para quien esto escribe lo más destacado y notable de El caso Fischer está en la interpretación del ajedrecista ruso Boris Spassky que hace Lieb Schreiber. Muy grande lo suyo. En una interpretación minimalista, con muy poco diálogo y trabajando sobre todo desde el gesto, las miradas, los silencios, los movimientos… Schreiber establece su dominio absoluto del territorio en cada momento que se pone delante de la cámara. Schreiber acaba metiéndola una nueva velocidad a la película en su segunda parte, ganándose un creciente protagonismo en la misma y subiendo todo el conjunto de nivel. Otorga orden y concierto lo que de otro modo sería simplemente un ir y venir aparentemente deslavazado y caótico siguiendo la pista al imprevisible personaje de Fischer, un ir y venir subiendo y bajando de aviones y coches, entrando y saliendo de aeropuertos, hoteles y salas de convenciones, en el que parece no haber ninguna pauta lógica, lo cual resulta doblemente enervante para una película que tiene el ajedrez como epicentro de su argumento.

Hay más cosas interesantes en este largometraje de las que pueden advertirse a primera vista. Y no sólo para los que aman esa enigmática maravilla reina de todos los suspenses que es el ajedrez. Por ejemplo tras el notable trabajo de Maguire encontramos el sobresaliente trabajo de Schreiber y unas pinceladas de reparto mucho más que sobresalientes de un actor que está destacando desde hace tiempo en papeles secundarios y nunca defrauda, Michael Stuhlbarg, que junto con el eficaz Peter Sarsgaard ejercen como una especie de guardaespaldas de orden y organización que garantizan, tanto en la ficción como en la realidad de la propia película, una coherencia imprescindible a la caótica y laberíntica existencia del personaje de Fischer en la ficción y de su correlato en la interpretación de Maguire.

Por otra parte es imprescindible para juzgar con justicia la película convenir en que el ajedrez es un tema claramente anticinematográfico, con el que no obstante Edward Zwick consigue uno de sus mejores y más arriesgados trabajos como director, demostrando que lo mejor que hay en su filmografía representado esencialmente en dos largometrajes, Tiempos de gloria y Diamante de sangre, no es casualidad. Otra cosa es que el público masivo de nuestros días, adicto a la simplificación y lo previsible, al pan y circo visual, pueda encontrar indigesto el inteligente trabajo de juego contra los tópicos del biopic que practica Zwick en esta película respaldado por un buen aporte del montaje.

Porque, verán ustedes: ese caos de la película en su ir y venir de la primera parte de la trama no es casual ni accidental, no es por tanto un error, sino una pincelada del ritmo frenético que define la patología del propio personaje protagonista y nos conduce como espectadores en paralelo a la misma, hasta llevarnos a esa segunda parte más sólida del duelo Fischer-Spassky, en la que cobra mayor protagonismo y presencia el personaje de Schreiber en completa coherencia con el ritmo más pausado que Zwick imprime a ese tramo final y culminante de su relato.

No era nada fácil lidiar con todos los elementos que integran esta película, y lo más destacable es que Zwick acierta a bregar con ellos con valentía, corriendo riesgos que quizá pueda apartarle del aplauso del público mayoritario adicto a lo obvio, a la repetición y a lo previsible, rescatando una manera de contar que recuerda ese otro ritmo del cine antes de la era del blockbuster, cuando las películas mostraban su respecto por el espectador convirtiéndole en colaborador y partícipe del relato y requiriendo su atención con los cinco sentidos. En unos tiempos como los nuestros, en los que incluso en los pases de prensa veo constantemente teléfonos móviles encendidos en la sala cuando ni siquiera han pasado cinco minutos de proyección, además de constantes entradas y salidas de la proyección para ir al retrete o apartarse de cualquier otro modo del pleno y continuado visionado del largometraje, no me extraña nada que está película esté siendo juzgada por debajo de sus verdaderos logros.

Miguel Juan Payán


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