Buena intriga con sorpresas y giros de lo hitchcockiano al cine negro.
Los actores en perfecta comunión con sus personajes y un argumento que los respalda plenamente navegando entre las diversas posibilidades del cine de género policial son las mejores garantías para acercarse al cine a ver Al final del túnel. Rodrigo Grande ha elaborado una fábula policial con personajes y situaciones interesantes que exhibe recursos de cine clásico y no le tiene miedo a utilizar las fórmulas del género porque las respalda hábilmente con una buena construcción de personajes y un trabajo muy sólido de su reparto. Los habitantes de este laberinto de intriga en el que el director logra sumergirnos automáticamente desde el primer fotograma juegan con todas las claves de información y manipulación del espectador que podemos encontrar en una película de Alfred Hitchcock, pero no se conforman con eso. Ya la propuesta argumental ofrece en sí misma suficientes oportunidades de elaborar una interesante propuesta de relato policial que tiene la virtud de sacarle partido a todas las claves de las intriga de enigma de cuarto cerrado tipo Agatha Christie o G.K. Chesteron mezcladas con los resortes del suspense que esgrimiera Alfred Hitchcock en películas como Encadenados, pero lo mejor es que el guión y el director no se conforman con eso y buscan añadir más elementos planteando una segunda línea narrativa que abre espacio en el relato a la participación de los antagonistas en una forma que conduce la película cuidadosa y eficazmente hacia el territorio de la crook story, la historia de delincuentes, más propio del cine negro, que es la variante en la que finalmente desemboca la historia.
Este tipo de construcción se basa en mantener al espectador pegado al relato en todo momento, y para ello el director asienta su propuesta en el excelente trabajo de Leonardo Sbaraglia, Clara Lago, Pablo Echarri y un Federico Luppi cuidadosa y sabiamente dosificado que aparece lo justo pero cuando aparece es definitorio para toda la trama y eleva brillantemente el conjunto en su último giro hacia el desenlace.
Junto a todo ello hay detalles como el abordaje del tema de la silla de ruedas totalmente equilibrado y normalizado, sin otorgarle un protagonismo que no debe tener sino simplemente convirtiéndola en una característica más del personaje central, pero sin dejar que éste quede definido por su discapacidad en ningún momento. Es un rasgo que junto con su manera de resolver el enigma de la subtrama de la niña muestra la inteligencia de la película a la hora de establecer la comunicación y darle la información al espectador. Y también es un ejemplo de lo que más me gusta de este largometraje, que es el respeto por sus personajes y cómo construye desde ese respeto hacia sí misma su respeto por el espectador. Eso la convierte además en una de las películas más elegantes que he visto este año. Elegante por su manejo de las distintas variantes del género policial sin renunciar a las claves del cine de género pero al mismo tiempo manteniendo la calidad de una buena propuesta dramática. Elegante por su manera de proporcionar entidad y arco de desarrollo a sus personajes sin caer en las trampas del tópico, aunque sí aproveche sus funciones básicas dentro de este tipo de historias. Elegante por su manera de hablarle al espectador.
Miguel Juan Payán
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