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domingo, abril 28, 2024
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EL DESTINO FINAL 3D: la muerte la lía parda… otra vez

EL DESTINO FINAL 3D: la muerte la lía parda… otra vez

Antes de nada conviene despejar dudas: buena no es. Más bien lo otro. Es decir: es mala, previsible, incluso cansina, como afirma uno de mis colegas de la revista, el inefable e incombustible Jesús Usero. Pero, a ver, ¿qué esperaban? ¡Es la cuarta entrega de una saga que vino al mundo ya con limitaciones! ¡Si había algo original en ella, murió con la segunda entrega, como mucho! ¡Y además ya ni siquiera está Ali Larter para que nos alegremos la vista, como en las dos primeras!

Seamos serios: lo más lógico es que sea repetitiva, poco original, previsible. Lo normal es que sus personajes tengan un arco de desarrollo rivaliza en complejidad con el de un maniquí de cartón reclutado por una agencia de viajes de barrio para anunciar un periplo hacia ninguna parte con una oferta dos por uno más la suegra: estancia, desayuno, comida y cena por tres billetes del Monopoli y dos monedas de chocolate de las que venden en los chinos del todo a 100.

Vamos que es más falsa que un euro de madera.

Aclarado el tema, pasemos a plantearnos cómo sobrevivir a El destino final 3D, que bien podría subtitularse “se va a liar parda en 3D”. El primer consejo si finalmente decidiste entrar a verla es que por lo menos hagas el ejercicio de sinceridad y autocrítica de preguntarte por qué narices no dedicas tu tiempo a ver otra cualquier cosa más interesante. Pero si finalmente has decidido zambullirte en la sala oscura con tus gafas de 3D en la mano, lo menos que puedes hacer es dejar todas la neuronas que te queden operativas colgadas en la puerta, apagar la capacidad de raciocinio como apagas el móvil y dejar en vibrador tu credibilidad, porque igual ante algunas de las cosas que vas a ver y escuchar en la pantalla será precisamente la falta de credibilidad de las mismas lo que te proporcione una mínima coartada para echarte alguna sonrisa (por ejemplo ante la manera de definir al personaje del racista como “miembro de la asociación nacional del rifle”… trazo de brocha gorda donde los haya que sonrojaría de vergüenza al guionista más golfo del oficio pero a los de ésta película puede que incluso se les haya antojado una pincelada genial digna de un Picasso de la narrativa cinematográfica). El tercer consejo es que bajo ningún concepto (y esto es como lo de no mojar a los Gremlins), te tomes en serio algo que los propios tipos que han perpetrado el filme con alevosía, nocturnidad, mucho morro y la originalidad y el talento de baja definitiva por enfermedad no parecen haberse tomado en serio en absoluto.

Reunidas todas las pieza del asunto está claro que la única traducción posible para no aburrirte más de lo imprescindible con este largometraje es ubicarlo en clave de comedia negra que gira en torno al complejo del superviviente. Más que terror (el miedo no aparece por parte alguna) los sucesivos accidentes me recuerdan un gag de comedia de la etapa muda o un dibujo animado de la Warner Bros., ya saben: ¡Correcaminos, Beep, Beeep, el Coyote te va a comer! Uno espera ver aparecer de un momento a otro al canario amarillo y cabezón diciendo aquello de: ¡Me parece que he visto un lindo gatito! Pero tampoco nos pasemos: los gag de los dibujos animados de la Warner solían ser mucho más elaborados que algunas de las peripecias imposibles que nos propone esta película, cuyos accidentes responden más al socorrido recurso del tartazo en la cara, el pie metido en el cubo de agua o la piel de plátano y el resbalón. Algo primario, simple, previsible, que anticipamos sin dificultad y por ello nos causa menos miedo o risa de lo que debería.

Ése podría ser tema interesante de la película, esa mezcla de slapstick, humor físico de tropezones y caídas, convertida en herramienta para el terror y no para el humor, pero, claro, ese argumento que valdría para justificar la primera entrega queda desautorizado porque estamos hablando de la cuarta, y ésta nos da más de lo mismo a ración doble.

¿Más de lo mismo?

Bueno, no del todo. El desafío final 3D tiene algo que no tenían las anteriores: el 3D, propiamente dicho. Los perpetradores del invento han confiado en exceso en las tres dimensiones como recurso dramático protagonista en su trama, aunque no parecen tener muy dominado el asunto. Deben haber pensado algo así como: ¿Quién necesita historia, personajes, puesta en escena, momentos inquietantes o planteamientos novedosos y originales si tienes un puñado de accidentes absurdos con chismes puntiagudos, contundentes o cortantes disparándose en todas direcciones? En ese sentido, los títulos de crédito son toda una declaración de principios. No engañan, no. Son claritos, diáfanos en sus limitaciones. Parecen decir: esto es lo que hay, colegas, la cuarta película de la saga con lo mismo que las anteriores, pero menos curro, aunque ¡todo está en 3D!

Lo malo es que incluso el uso del 3D no es precisamente el más recomendable. De hecho, es un 3D aplicado con la vetusta forma de entender este recurso de hace varias décadas, así que en lugar de meternos en la película, nos saca de ella. Y pongo dos ejemplos para terminar porque este invento tampoco necesita más comentarios.

En la escena en que los cuatro protagonistas supervivientes charlan de lo que les espera, después de que una de las mozas se largue espantada, un ejercicio de plano contra plano convencional entre los dos chicos se convierte en una cosa muy rara que de repente pasa de ser plano contra plano a ser un plano de tres porque se empeñan en meter a la otra chica al fondo, junto a la puerta, en los planos de reacción del chaval que está sentado, con el fin de darle uso al relieve de la imagen. Craso error. Al ojo del espectador queda raro, y nos saca de la película.

Ocurre lo mismo en otra escena de plano contra plano que sitúa artificialmente una verja innecesaria entre el guardia jurado y el mecánico de coches. En un nuevo intento por sacar partido a las tres dimensiones en las secuencias menos espectaculares de la película, vuelven a meter la pata. Sólo vemos la verja, que es la gran protagonista por encima de los personajes. Habrá quien venda esto afirmando que es un rasgo de genialidad y talento de los perpetradores del asunto, ya que de ese modo nos anticipan el importante papel que va a tener la verja y crean intriga, suspense, dando una información al espectador que los personajes no parecen poseer, algo así como: ¡troncos, cuidado, las verjas son afiladas y letales como picadoras de carne en el cine en 3D! Pero el problema es que la verja se nos antoja poco realista, totalmente antinatural, y nos saca de la película, incluso nos molesta verla en esa escena, por mucho papel premonitorio que tenga en la misma. Es poco sutil para ejercer como herramienta de información/anticipación en una clave de suspense.

Resumiendo, que ni en la utilización del 3D más allá de sus manifestaciones más obvias funciona esta película. No obstante aburrida no es, porque, claro, a fuerza de ver los accidentes como chistes visuales de comedia muda y dedicarnos a sacarle faltas al manejo de las 3D conseguimos llegar hasta el desenlace sin dormirnos, aunque en los últimos diez minutos la cuesta se nos haga más empinada y empecemos a pensar en lo que vamos a hacer al salir del cine.

Vamos que esto, sin 3D, no hay quien se lo trague más allá de los 10 primeros minutos, pero con eso de las cosas volando por todas partes se aguanta casi algo más de media película sin que los párpados se nos cierren y caigan víctimas de la insolencia de lo previsible.

Miguel Juan Payán

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