Charlando el otro día con un compañero y amigo, discutíamos sobre la sensación que invade a cierto sector de que el público comienza a cansarse de Santiago Segura y que ya no es la estrella que era hace unos años, salvo cuando saca otra de Torrente. Es como si los espectadores no soportasen más a quien antaño era líder de masas a la hora de llenar las salas de cine, y una de las pocas garantías de la taquilla española. Pero esos tiempos parecen haber pasado a mejor vida. Lo que no pienso que llegue a tanto es que fuera de Torrente Segura no pueda triunfar, pero sí es cierto que un sector de la audiencia le ha dado al espalda. Y es una lástima.
Es una lástima porque entre muchas zarandajas y tontunas que hay en la cartelera siempre rondando, una película como El Gran Vázquez, que además es española, resulta un soplo de aire fresco y una película ciertamente peculiar dentro del panorama cinematográfico nacional. Y además es bastante divertida. Sobre todo merced a un buen guión y a unos personajes magníficamente representados por los actores que les dan vida, con un cariño y una ternura que les dan vida.
La historia de Manuel Vázquez no es muy conocida. Algunos, los más veteranos o los más aficionados al tebeo, recordarán que de su pluma nacieron personajes emblemáticos de una época y un país, que llenaron la niñez merced a la editorial Bruguera, de donde también salieron, cómo no, Mortadelo y Filemón o Zipi y Zape. Vázquez creó a Anacleto, Agente Secreto, a la Familia Cebolleta o las hermanas Gilda. Pero lo que menos gente aún sabe es que Vázquez era un vividor y un golfo de mucho cuidado, experto en sisar a cualquier despistado, cobrar páginas que no había dibujado y vivir del cuento, a su manera. Trabajando, como nos recuerda la película, siempre trabajando, pero trabajándose a los primos que se dejaban liar.
Tal era su fama, que cuando Ibáñez desarrolló la famosa 13 Rue del Percebe, el vecino moroso del ático no es otro que el propio Vázquez, camuflado entre los personajes de quien trabajó con él en Bruguera. Otra creación suya, pero en manos de otro monstruo del tebep nacional.
Todo un personaje que dio con sus huesos en la cárcel en varias ocasiones, y que durante mucho tiempo no pudo dibujar a los personajes que él mismo había creado. Un hombre que tuvo hijos con múltiples mujeres y que tenía un punto canalla que la película refleja perfectamente. Porque, obviamente, de eso habla El Gran Vázquez, de ese hombre que paseaba por las calles de Barcelona como si fuese su dueño aunque debiese dinero a todo el mundo. Ese tipo que vivió así hasta el final de sus días. Aunque la película de Óscar Aibar se centra en los sesenta principalmente.
Y lo hace con elegancia y con unos valores de producción excelentes. Esa España del 600 y los frigoríficos, de la picaresca y las mujeres llegando del pueblo a servir a la capital (como bien recalca el propio Vázquez). La película no sólo sabe imbuirnos en esa época con cierta nostalgia por los personajes que deambulaban por ella, sino que además consigue dar vida a todo ello con elegancia y sin visitar los tópicos. Sabemos que se vive en pleno franquismo, pero nadie lo menciona, porque no hace falta en la historia.
Y sobre todo sabe narrar una clásica historia de picaresca española con gracia y ritmo, aprovechando muy bien los diálogos y la puesta en escena, con una tendencia a no exagerar los chistes y dejar que surjan con naturalidad, como si estuviese pasando delante de nosotros. Muy, muy lejos de Cuéntame…
Con cierta inventiva visual y mezclando los tebeos con la realidad, como cuando los personajes de Vázquez cobran vida y se ponen a charlar entre ellos o con su autor. Y haciendo que sintamos cariño por ellos. Pese a ser un caradura y un golfo, cuesta mucho no estar de parte de Vázquez y sentir cierta admiración por él y sus artes. Su cigarrillo colgando de la boca, su mirada, su picardía, su jeta… El personaje se hace querer y uno sufre cuando le vienen mal dadas, aunque al cabo de un rato piense que lo tenía bien merecido.
Poblar este mundo con sus personajes no es tarea fácil, y en los hombros de Santiago Segura recae casi toda la responsabilidad de dicha situación. Y la verdad es que lo hace con soltura y haciéndonos creíble el personaje, que dicho sea de paso, parece sacado de uno de sus propios tebeos. Todo el carisma desplegado se percibe y son pieza imprescindible a la hora de tenerle cariño a Vázquez. Claro que la presencia de secundarios como Álex Angulo o parte de la cuadrilla de Muchachada Nui en cameos, ayuda bastante.
El problema reside en que a veces cuesta separar actor de personaje y es inevitable ver en Segura ciertos tics de Torrente que se cuelan en Vázquez, a veces de forma inofensiva, otras algo más descaradamente y que llegan a sacarte de alguna escena en concreto. Una lástima porque el trabajo en conjunto es casi perfecto.
Luego están ciertas escenas que te sacan de la película aunque entiendas la intención de que existen para dar aún más aspecto de cómic a la película, pero que dentro de esta peculiar biografía vienen a deshora, como la persecución por parte del sastre y el policía de Vázquez y su hijo, más que un tebeo, parece un capítulo de Benny Hill.
En resumen, Vázquez es una película que se sale de lo común dentro del cine español, pero a la que seguro le costará encontrar su público. Una mirada cómica y tierna no sólo a un personaje, sino a una época quizá peor, pero en la que todos éramos más inocentes, más niños, más dispuestos a leer un tomo de Bruguera. Una época que, como el gran Vázquez, desapareció hace ya bastante tiempo.