Crítica de la película El hombre de las mil caras
Alberto Rodríguez se supera a sí mismo con una película brillante, gran reparto y mucho arte.
Puro vértigo. Tal como suele hacer en todas sus películas, nos engancha a base de música e imagen desde el primer momento, en este caso con la imagen de vértigo de un aterrizaje que en realidad es un despegue triple: el despegue de la historia que nos va a contar, el despegue del propio protagonista, Paesa, y el despegue del narrador que nos conduce de manera eficaz por el laberinto de corruptelas, trucos y trampas que constituye el camino de la historia. En total coherencia con esa primera imagen, el narrador es el piloto, testigo-compinche-esclavo del protagonista. En una película donde es esencial esa relación de desdoblamiento y sombra que viven el fugado Luis Roldán y el propio Paesa, Alberto Rodríguez hace una declaración de principios en toda regla y asienta el tono desde el primer momento, controlando absolutamente a partir de ese momento todos los elementos, personajes, situaciones, embrollos, intrigas y detalles varios que constituyen esa historia que despega con ese aterrizaje.
El juego de contrarios es claro desde el primer momento y además establece la estructura de narración que empieza casi por el final, por ese último encuentro de Paesa con su amigo el piloto. Valga este comentario sobre cómo se las gasta el director a la hora de hilar fino con lo que nos quiere contar y cómo nos lo quiere contar. Totalmente hipnótica desde ese principio visualmente vertiginoso y que define además el carácter y estructura de la trama, El hombre de las mil caras reúne, en brillante ejercicio de estilo y cine de género tocado por la varita mágica que es la autoría y el talento de su director, las características que han venido definiendo el cine de Alberto Rodríguez. Toda la película es un pugilato constante de los actores con sus personajes en una sucesión de sobresalientes propuestas visuales definidas las más de las veces en el territorio del plano medio y el primer plano, pero que no por ello renuncian a esa cualidad básica del cine del director a la hora de extraer de todas y cada una de las localizaciones la misma capacidad de importancia y protagonismo que los actores y personaje que se mueven por ellas. Tal y como ya hiciera en sus películas anteriores y sobre todo en Grupo 7 y La isla mínima, Rodríguez construye una pareja perfecta formada por la muestra de talento desbordante de todo su reparto con las calles de París y los interiores de casas y hoteles. Carlos Santos construye de manera brillante a su Luis Roldán como un personaje en evolución que se mide cara a cara con un Eduard Fernández igualmente brillante en su reconstrucción del personaje de Paesa. José Coronado es el cicerone-narrador que habita con una madurez y una solvencia impresionantes un personaje más complejo de lo que parece con el que el guión de Rafael Cobos y Alberto Rodríguez reformulan las atribuciones y características del detective clásico del género reinventándolo como testigo de los acontecimientos que sirve además como puente entre el espectador y el resto de los personajes y logra que el enrevesado asunto que nos narra quede diáfanamente claro. Del mismo modo Marta Etura se reinventa con diálogos de mujer fatal y miradas de actriz total que lo dicen todo sólo con un silencio y una pasada de ojos por la piel de la trama. Y luego hay intervenciones breves que dejan una huella indeleble, una firma de talento que nos grita lo grande que puede llegar a ser el cine español merced a sus actores, por breve que sea su aparición. Les recomiendo que reparen en las aportaciones de Emilio Gutiérrez Caba, Pedro Casablanc y Luis Callejo, que con tan sólo unas pinceladas construyen ese tapiz de fondo “político” de todo el asunto que se nos cuenta. Gutiérrez Caba tiene además varios encuentros con Eduard Fernández que son oro puro como escuela de cine y de interpretación para la cámara. Resumiendo: una película de cinco estrellas cuyo título espero escuchar muchas veces en la próxima entrega de los premios Goya y que merece toda la atención y todo el éxito por parte de la crítica y de la taquilla, porque es una de las mejores películas que vamos a ver este año.
Otra lección de cine de Alberto Rodríguez.
Miguel Juan Payán
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