Confieso que esta película me ha sorprendido gratamente. Me esperaba algo más formulario, algo más fuera de juego, de época, y con tanto rumor sobre retrasos y pegas en la primera versión montada, sobre que Anthony Hopkins había tenido que repetir algunas escenas, sobre que habían tenido sus más y sus menos entre los de maquillaje del bicho pelo a pelo y los partidarios de los efectos digitales, me temía lo peor.
¡Cuál no ha sido mi sorpresa al descubrir una auténtica gozada de película que me ha devuelto a mis años mozos, cuando iba al cine única y exclusivamente a disfrutar! Bueno, para ser sincero, sigo yendo al cine exactamente a lo mismo, por eso tengo tan poca paciencia con las películas malas, intelectualoides pero vacías, o simplemente memas elucubraciones de pretendidos Bergman venidos a menos que a veces me toca tragarme, pero lo que quería decir es que viendo esta nueva versión de El hombre lobo, aquél clásico del terror de la Universal, he recuperado al crío que llevo dentro.
La película me ha recordado los tiempos en los que con mis seis o siete años conseguía que mis padres me dejaran quedarme a ver un ciclo de películas de terror de la Universal con Drácula, Frankenstein, la Momia y el Hombre Lobo, y luego podía bajar al día siguiente para debatir con mis amiguetes en la calle, aprovechando las primeras sombras de la noche, lo que habíamos visto en esas películas, con los ojos medio tapados por el miedo.
El cine era entonces algo más de la propia película: era también nuestra imaginación completando el puzle de la película y buscándole otros finales, una historia para continuar con las peripecias del monstruo después de la palabra fin. Era una alianza de la imaginación, entre nosotros y la película, o lo que es lo mismo, entre nosotros y el propio monstruo. Porque, desde la infancia, y aún transidos por el miedo, inevitablemente nos sentíamos identificados con el monstruo.
Por aquellos recuerdos entrañables, veía con ojos suspicaces este intento de resucitar al hombre lobo clásico, al que me había acompañado en las fantasías de mi infancia. Pero después de ver la película no puedo sino hacerle una sentida reverencia de reconocimiento y gratitud a Benicio Del Toro por poner al día aquella experiencia, por volver a regalarnos un hombre lobo clásico con todos sus pelos y los rigores del maquillaje, pero ser suficientemente astuto como para caer en la cuenta de que sólo con eso no valía. Tenía que actualizarlo, tenía que acercar la historia y el personaje a los nuevos tiempos y a los nuevos espectadores, entre los cuales yo mismo me cuento puesto que no sigo siendo aquel niño que veía películas de terror en blanco y negro en la televisión.
Del Toro y Joe Johnston imponen un implacable ritmo de actualización a las peripecias del personaje mezclando con singular habilidad lo clásico y lo moderno, tanto en los efectos como en los propios personajes. Un ejemplo de ello, entre muchos otros, pero posiblemente el mejor para pensar en esa actualización, es el personaje del padre. En el original, Claude Rains estaba perfecto como progenitor, pero, amigos, Anthony Hopkins consigue componer a un auténtico bastardo que, si me lo permiten, supera muy de lejos el trabajo que hizo como Van Helsing en el Drácula almibarado de Coppola. Dicho sea de paso, en ésta nueva versión del licántropo antihéroe no hay nada del almíbar romántico-baboso que estropeó aquella actualización coppoliana del insigne vampiro. Aquí todo es realmente oscuro como la pez y tan desgarrador como un zarpazo del propio monstruo. La clave de cómo va a ir la cosa es la llegada del hijo a la mansión familiar y su encuentro con el padre. Ojo al papel del perro Sansón en la escena. Premonitorio del poder que le otorga la interpretación de Hopkins al padre. Es sólo uno de los varios factores que hace crecer esta película por encima de lo que había esperado quien esto firma en un principio.
El otro factor esencial, es, obviamente, Benicio Del Toro. El poderoso trabajo del actor para dotar a un personaje que en el original era un tanto bidimensional y servido por un actor de carácter, Lon Chaney hijo. Del Toro aporta toda una colección de nuevos matices al personaje con su interpretación, y en sus ojos y sus gestos vemos toda la frustración de una vida marcada por la pérdida y las ausencias, empezando por la pérdida de su madre.
Y luego está algo realmente interesante: el encuentro del padre y el hijo en la oscuridad de un relato de terror impecable, con algunas oportunidades para saltar del susto, con una transformación que me recuerda la efectividad de aquella otra de Un hombre lobo americano en Londres, pero con unas claves más complejas, como explico en el artículo sobre la película que se publica este mismo mes en la revista Acción.
Finalmente, y en lo referido al duelo entre los efectos tradicionales y el maquillaje de toda la vida versus los efectos digitales, tenemos que darle la razón a Benicio Del Toro, que en calidad de productor y según me comentó cuando tuve la oportunidad de charlar con él la gira promocional de su película sobre el Che, apostaba por los métodos tradicionales, por tirarse horas en la silla del maquillador para garantizar que bajo el hombre lobo encontráramos al hombre, esto es, al actor, y no un efecto especial fabricado en el ordenador. Lástima que los miedos de la productora y la necesidad de completar ese trabajo más tradicional con unas escenas de acción con saltos del licántropo por los tejados den momentáneamente la sensación, ya familiar para el público, de que estamos viendo un personaje de dibujo animado. Esas carreras en falso no estropean el conjunto de una película muy interesante y recomendable, de una máquina de diversión terrorífica, y de un trabajo sutil y elegante del reparto.
Porque al final el terror no está en los efectos especiales, sino en la puesta en escena y en los ojos y la voz de los actores.
Así que perdono con gusto esos alardes de saltimbanqui informático, que supongo es el precio que hay que pagar para que el público adicto a los videojuegos tenga su ración de acción en la pantalla, aunque debo advertir que en eso la película original, con el licántropo semiagachado caminando como un hombre-bestia entre los árboles, era bastante más inquietante.
Miguel Juan Payán