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lunes, noviembre 11, 2024
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El infiltrado ****

El infiltrado ****Una de las intrigas más intensas que he visto este año. Policíaco de nivel.

Imaginen una mezcla de The French Connection (William Friedkin, 1971) con Serpico (Sidney Lumet, 1973) y El príncipe de la ciudad (Sidney Lumet, 1981), y añadan unas gotas de la serie Breaking Bad, cuya personalidad aporta el protagonista, un Bryan Cranston que debería estar nominado a premios por este trabajo, y así tendrán una buena pista por la que considero El infiltrado como una de mis películas favoritas de este año. Es el tipo de película que te impide levantarte de la butaca o apartarte de la acción un solo momento porque su ritmo y su construcción de la intriga te atrapa tanto como a su protagonista.

Eso me lleva a preguntarme si, dado el público onanista y de medio polvo apresurado que tenemos en este tiempo nuestro de coitus interruptus, no vendrá alguno diciendo que le parece lenta. Sería otra muestra –una más- de que mucho personal que se dice aficionado al cine no tiene la menor idea de cine. Podría darme pena o alarmarme, pero lo cierto es que me da risa cuando pienso en todo lo que estas almas cándidas se están perdiendo por poner por delante de su disfrute como espectadores sus nerviosetes hábitos de consumo frenético de todo y falta de pausa y tiempo para disfrutar realmente de lo que se supone que les gusta, lo cual supongo que les pone al borde del gatillazo ante tantas buenas películas que no reciben su aplauso porque se les antojan “lentas”.

¡Lentas!




El infiltrado es una buena película que en aras de la coherencia de su relato, inspirado en personaje y hechos reales, prefiere organizar su propuesta sin falsearlas con golosinas visuales o narrativas innecesarias.

Al contrario: consigue elaborar una de las más agobiantes estructuras de intriga del año girando en torno a una presentación y desarrollo sobrio de personajes y conflictos. ¿Abusa de esa sobriedad? En absoluto. El director elige legítimamente un ritmo y un estilo que además le cuadra a la perfección a la película, y al hacerlo se sitúa más cerca de las intrigas citadas de Lumet que del frenetismo urbanita de la persecución narrada por Friedkin en The French Connection. Y luego además tiene algún que otro momento Breaking Bad como el de la tarta o la maleta que se abre y revela su contenido que sin apartarse de la realidad y la coherencia, le añaden picante al asunto y exploran esa doble personalidad que se está forjando poco a poco el personaje protagonista interpretado por Cranston.

La película soluciona de manera sobria pero muy competente las relaciones entre los personajes sin permitir que adquieran más protagonismo del estrictamente necesario para definir su situación. Por ejemplo aplicando un saludable minimalismo narrativo nos da toda la información y la emoción que necesitamos sobre ese extraño triángulo que se forma entre Mazur, su esposa (Juliet Aubrey) y su compañera de trabajo (Diane Kruger, espectacular), resolviendo el mismo con tres secuencias clave que no hacen alarde de dramatismo innecesario: la de la esposa tomando su decisión ante su marido que decidió sin contar con ella, la de Mazur y su compañera en la habitación del hotel después del asesinato, y la de la esposa, la compañera y el traje antes de la boda. Igualmente en clave sobria define la relación entre Mazur y su compañero (John Leguizamo) con ese teléfono que no suena pero sí luce con los fogonazos de una sirena de la policía, mientras la esposa duerme. Una brillante metáfora que se asocia y define justo el momento en que el protagonista empieza a correr el riesgo de desconectarse de su vida real para convertirse en esa otra persona que ha creado para realizar su trabajo, que es el conflicto central del personaje durante todo el relato y define muy bien la situación del infiltrado.

Los personajes secundarios tienen todos su desarrollo en tiempo récord pero de forma contundente y hasta con su momento de protagonismo, como Joseph Guilgun, un tipo que hace magia ante la cámara. Si lo dudan repasen This is England y sus secuelas de miniseries televisivas, la serie Misfits o la serie Predicador, donde su interpretación del vampiro Cassidy era de lo poco que podía rescatarse. Ojo a las pinceladas breves pero de alta esgrima interpretativa de Amy Ryan como jefa, Olimpia Dukakis como la tía, Benjamín Bratt como el elegante mafioso del cártel. Y ojo a la participación española, que deja el pabellón bien alto con Rubén Ochandiano, Simón Andreu y Elena Anaya. Añadan a la receta ese curioso momento de guiño y homenaje a un actor icónico de la acción de serie B en otros tiempos, Michael Paré (protagonista de Calles de fuego, dirigida por Walter Hill y de otras cosas menos notables), en el papel de Barry Seal, el apostador de la carrera de galgos, al que el director le regala un momento de cameo memorable.

El infiltrado no es Infiltrados de Scorsese ni lo pretende, ni lo necesita, pero en algunos momentos juega en el mismo campo de intriga y tensión y con temática similar, y como aquella otra es igualmente cuidadosa y meticulosa, hasta el detalle, a la hora de establecer un equilibrio perfecto entre el personaje principal y sus acompañantes en el relato, consiguiendo que incluso el secundario de aparición más breve tenga su momento para lucirse. Es uno de los mejores trabajos de encaje de personajes y situaciones más notable que he visto este año en el cine.

En ese aspecto, por la vía de la sobriedad, mejora y llega a ser todo lo que quizá pretendía y no pudo llegar a conseguir La gran estafa americana (David O. Russell, 2013).

Y es una de las mejores películas del año, obligada para los aficionados al cine policíaco y de intriga.

Miguel Juan Payán


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