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miércoles, octubre 9, 2024
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El lobo de Wall Street ★★★★★

El lobo de Wall Street ★★★★★

Crítica de la película El lobo de Wall Street de Martin Scorsese con Leonardo DiCaprio

El lobo de Wall Street. Scorsese borda una sátira a ritmo frenético en una de sus mejores películas.

La han criticado mucho. Lógico. Especialmente en Wall Street. No gusta esta versión descarnada, brutal, cruel, sin concesiones, de cómo se construyen las grandes fortunas, los tejemanejes de la Bolsa, la economía de farsa y engaño y todos esos excesos dignos de la decadencia del Imperio romano que nos han llevado hasta la crisis devastadora para tantas vidas que hoy sufrimos los mismos de siempre mientras los otros mismos de siempre se siguen forrando a nuestra costa y presentan anualmente cuentas de beneficios astronómicas.

Martin Scorsese mete el dedo en la llaga y, claro, eso resulta molesto. Especialmente porque lo hace sin falso melodramatismo de salón, sin lágrimas de cocodrilo, sin mensaje buenrrollista. Muy al contrario. Su última película es un disparate con el que ilustra ese otro disparate pero sin rasgarse las vestiduras, esto es, sin subirse al púlpito y pontificar como hacen otros. Muy al contrario: Scorsese nos hace partícipes como espectadores de ese disparate en todo momento, hasta el punto de que al acabar la proyección de su película, que alcanza un metraje próximo a las tres horas pero pasa rauda y veloz ante nuestras córneas como si sólo durara hora y media merced a su endemoniado ritmo de orgía continua, estamos tan exhaustos como los propios protagonistas, tal y como si hubiéramos participado en esa orgía de sexo, drogas y excesos personalmente. Scorsese consigue con El lobo de Wall Street un ritmo y una complicidad del espectador que consigue los mismos resultados e incluso supera la de los videojuegos de guerra en primera persona. Desde la primera secuencia de su película estamos ahí dentro, en la pantalla, somos los invitados del protagonista interpretado por Leonardo Di Caprio mirando a cámara y hablando con el espectador desde el primer momento como una especie de paso más allá de la ruptura de la cuarta pared, llevando hasta las últimas consecuencias el camino que Scorsese iniciara ya en el arranque de su carrera con los diálogos airados y desafiantes de Harvey Keitel con Dios en Malas calles, el monólogo de Travis De Niro ante el espejo en Taxi Driver, las confesiones en clave de comedia de Jake La Mota en Toro salvaje o el monólogo de Ray Liotta en Uno de los nuestros. Jordan Belfort, el sinvergüenza pícaro y seductor que interpreta Di Caprio, nos sirve como cicerone y guía en su mundo de depravación, triunfo y decadencia desde el primer momento, mostrándonos el lado más enloquecido de la doctrina del “hombre hecho a sí mismo” a ritmo de esperpento (los enanos lanzados contra las dianas, la joven secretaria que acepta raparse el pelo al cero a cambio de dinero…). Y cuando terminamos ese viaje de casi tres horas por su triunfo y caída, que por otra parte es la versión más irreflexiva y caótica de los descensos al infierno de los antihéroes de Scorsese, en coherencia con el relato basado en hechos reales que nos está contando y la personalidad volcánica, caótica e imprevisible de su protagonista, el director hace su jugada maestra, definitiva, y nos señala a todos con el dedo con ese plano del público crédulo capaz de dejarse engañar continuamente por la misma gentuza y con los mismos trucos y mensajes absurdos que han hecho del abominable mensaje “persigue tus sueños”, los libros de autoayuda y la teletienda tres de las más repugnantes muestras de la farsa en la que se han convertido nuestras vidas.

Lo que Scorsese nos dice en ese plano final y en general en toda El lobo de Wall Street, es que nosotros somos cómplices de esa farsa porque, como los clientes de Belfort y las víctimas del timo de la estampita que practicaban Tony Leblanc y Antonio Ozores en los aledaños de la madrileña estación de Atocha en una de las escenas más cómicas de Los tramposos (Pedro Lazaga, 1959), somos codiciosos, tan codiciosos que estamos incluso dispuestos a engañarnos a nosotros mismos y dejarnos engañar con tal de dar de comer a nuestros sueños de fortuna y gloria. Por eso Scorsese hace un notable trabajo de montaje y planificación para invitarnos  y hacernos partícipes de las orgías y excesos de Belfort y nos convierte en sus cómplices desde el primer minuto de proyección. Incluso el único personaje ético de su historia, el agente del FBI interpretado por Kyle Chandler, tiene ese momento final de regreso a casa en el metro en el que comparte con nosotros a través de una simple mirada a sus compañeros de vagón, una reflexión sobre si esa es realmente la vida que le gustaría vivir, y recuerda lo que le dijo Belfort/Di Caprio en su yate en una de las mejores secuencias de la película. ¿Acaso no nos gustaría a todos ser Jordan Belfort? Esa es la duda que Scorsese consigue sembrar en nuestras mentes, la misma duda que utiliza el propio Belfort y otros muchos vendedores de humos y sueños de nuestro tiempo para vaciarnos los bolsillos de sus víctimas de dinero.

Y todo eso lo hace Scorsese con el respaldo de un Leonardo Di Caprio imparable e impagable, secundado por el mejor trabajo que he visto de Jonah Hill y por la espectacular contribución de un elenco de secundarios que capitanea la breve pero contundente aparición de Matthew McConaughey, seguido por las pinceladas que aportan a esta pintura sobre el caos Rob Reiner, John Bernthal, Jon Favreau, Jean Dujardin, el ya citado Kyle Chandler, Shea Whigam (el “hermano” de la serie Boardwalk Empire aparece poco pero deja su huella con ese personaje de capitán de barco con la personalidad totalmente secuestrada por el protagonista), Kenneth Choi (memorable su manera de solucionar el robo del dinero en casa del protagonista, estallando desde ese segundo plano de repente como si reclamara más protagonismo en la historia), la impresionante Margot Robbie, que es como una mezcla de Sofía Loren con Anita Ekberg, y Joanna Lumley.

Miguel Juan Payán

©accioncine

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Miguel Juan Payán
Profesor de Historia del cine, Géneros cinematográficos y Literatura dramática

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