Crítica El método Williams
Crítica de la película El método Williams
Si existe un deporte en el que los padres suelen ser los garantes de la carrera de sus vástagos, este es –sin duda alguna- el tenis. El elitista ejercicio profesional de las raquetas es pródigo en mostrar cómo las ambiciones paternas se viven a pie de pista, mientras sus correspondientes criaturas se juegan el futuro frente a una red a media altura, a base de reveses y saques explosivos. El fútbol también es un claro ejemplo de sueños familiares compartidos, pero únicamente se materializa cuando el/la candidato/a llega al estrellato. El tenis, en cambio, es una práctica física en la que es frecuente percibir el sacrificio de los papás, para que sus pequeños/as lideren el ranking de los/as mejores. Richard Willams entra de lleno en la categoría de los daddies entregados al potencial tenístico de sus niñas; en este caso, las exitosas Venus y Serena Williams.
El cineasta neoyorquino Reinaldo Marcus Green se acerca a la figura solapada y determinante del hombre conocido como King Richard, y lo hace con el sano propósito de escenificar su cruzada personal, para conseguir que Venus y Serena rompan los estereotipos de un deporte en el que, a principios de los noventa, los afroamericanos estaban vetados en las escuelas tenísticas más importantes de Estados Unidos. Precisamente, el componente racista y de lucha por acabar con la segregación en el circuito profesional made in USA se convierte en uno de los puntales del efectista guion del film; el cual, no obstante, nunca llega a apostar claramente por el camino de la denuncia o de la controversia, respecto a las injusticias cometidas en el circuito de la WTA y en los torneos juveniles estadounidenses.
La historia arranca y evoluciona pegada a los sueños y la determinación de Richard Williams (Will Smith): un vigilante nocturno que pasa los días en las pistas de la localidad de Compton (California), donde pretende enseñar a sus hijas (Serena y Venus) la grandeza del deporte de la raqueta. El hombre es el defensor de la futura carrera de sus estrellas emergentes y consanguíneas; y, a través de su peculiar y rocoso método de triunfo, dirige con capacidad humana los pasos de las pequeñas Serena y Venus.
Este esqueleto dramático está recreado de manera algo plana, sin caer en la tentación en ningún momento de marcar las más que posibles brechas que, sin duda, debieron aparecer en las carreras incipientes de Serena y Venus. Reinaldo Marcus Green se deja llevar por el potente peso mediático de las hermanas tenistas, y convierte a Richard Williams en un individuo sin fisuras, y con un aura de elegido para la gloria que resulta bastante inverosímil.
Bajo esta propuesta, los leves flecos del contexto racial y de brutalidad policial contra la población negra quedan algo difuminados, como también lo está el hecho de que las ex número uno de la WTA pasaran su infancia en un gueto californiano.
Tales sensaciones llenan la película de mensajes positivos y bastante ingenuos, y soslaya sin atisbos de mejora los males que aquejan a un deporte tan elitista y exigente como es el tenis. En este terreno, los ligeros apuntes de la caída a los infiernos de Jennifer Capriati y las supuestas malas artes en la pista de Arantxa Sánchez Vicario contra la debutante Venus se diluyen rápidamente, al igual que cualquier chispazo de conflicto dramático.
Jesús Usero
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