Resulta incomprensible que cinematografías como la brasileña únicamente asalten la cartelera española muy de vez en cuando. Cuestión de injusticia comercial que ha retrasado casi dos años el estreno de esta interesante y emotiva película (premiada en el Festival Latinoamericano de Huelva, en 2012), orquestada con soltura y sensibilidad por el enérgico Selton Mello: una especie de hombre multiusos en la industria audiovisual carioca, aún desconocido en estas latitudes peninsulares.
Y eso que, desde el planteamiento inicial, El payaso ya genera una curiosidad intrínseca. Centrado en la figura de un profesional del circo, el largometraje sigue las andanzas de un clown con dudas sobre su vocación, que ha alimentado su infancia y juventud con las esperanzas de carpa de su progenitor: pareja de escenario alimentada con los sinsabores de una vida en vías de extinción.
Ajeno a una privacidad no entendible lejos de los compañeros de la troupe, Benjamín (también nominado como Pangaré) asiste a la representación de su día a día con los ojos de un extraño, mimético y sin palabras con las que poder definir su propia manera de ser. Un autoconocimiento necesario para desligarse de un padre que ha quemado su condición de mentor válido en la accidentada senda de la inspiración. Esta relación familiar –complicada, dramática, cargada de silencios y miradas entre camerinos- marca la evolución de un guion construido con la sencillez de los afectos y de las preguntas sin respuestas.
Mello entiende a partir de los títulos de crédito que la epopeya de este héroe, maquillado incluso después de lavarse la cara, debe metamorfosearse en un estilete narrativo, con el que los espectadores puedan quitar las capas de su oscura pisque, para saber más acerca de este personaje obstruido por una especie de síndrome de Peter Pan.
Esta apuesta sincera por el espectáculo humano hace que la obra beba su savia en la fuente de la verosimilitud a ultranza, del nomadismo de actores y tragasables, del desamparo de pitonisas y forzudos. En la línea de Charles Chaplin, Selton casi prescinde totalmente del verbo para crear las diferentes situaciones y los estados de ánimo, siempre alumbrado por el espíritu de la comedia trágica, sin retóricas deslumbrantes ni recursos capaces de desintegrar el surrealismo envolvente del cosmos descrito.
Tirar por una solución semejante hace que la importancia absoluta del filme recaiga sobre el cuadro artístico: un elenco donde destaca el trabajo de normalmente profundo y portentoso Paulo José (la veterana estrella sudamericana deja muestras de sus virtudes en un set de rodaje, arropado por la piel de Valdermar, el papá del protagonista).
No obstante, Mello no consigue evitar (pese a su meritoria labor) una ligera pérdida de eficacia argumental, al pasar del universo del circo al de la cotidianeidad de los que habitan el planeta de los asalariados con nómina a cuestas. Así, dentro de la segunda parte de la película (en la que el clown pretende abandonar su dedicación a los escenarios), el fresco pierde color; para recuperarlo al final, proyectado a través de la bohemia circense.
Jesús Martín
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