Crítica de la película El regreso de Mary Poppins
Rob Marshall recupera la magia visual de la mítica Mary Poppins, con una puesta en escena plagada de referencias a la clásica película que protagonizó Julie Andrews en 1964.
Dentro de la campaña de Disney por actualizar sus títulos más celebrados, El regreso de Mary Poppins es quizá una de las obras más logradas; y eso que no se trata de un remake, sino de una historia que continúa la cinta precedente dirigida por Robert Stevenson.
El gigante audiovisual y multimedia se centra en las aventuras de la niñera inmortal ideada por Pamela Lyndon Travers, y con ella monta un espectáculo que derrocha colorido e imaginación; el cual juega de manera inteligente la baza de la nostalgia activa, hacia el filme que interpretó Julie Andrews hace cincuenta y cuatro años.
El fogueado cineasta Rob Marshall (Into the Woods) enciende la llama viva del recuerdo desde la primera escena; y, a través de esa añoranza hacia el pasado musical del Supercalifragislisticoespialidoso y del Con un poco de azúcar, desarrolla el entretenido argumento, ambientado en el Londres de la depresión económica durante el período de entre guerras.
A semejante lugar es al que acude la infatigable Mary Poppins, caracterizada con brillantez por la efervescente Emily Blunt; con la misión de ayudar a los otrora niños –ahora adultos- a los que educó en la primera de las entregas. La situación que viven Michael (viudo y con tres hijos) y su hermana Jane no es muy buena, ya que están a punto de ser desahuciados por el banco en el que trabajó su progenitor. Poppins aparece en la propiedad de los Banks para echar una mano con los vástagos de Michael, y de paso evitar que estos sean expulsados de su hogar. Una meta que la institutriz del paraguas volador intenta alcanzar con un sinfín de canciones y viajes a universos paralelos, acompañada de sus nuevos pupilos y de un farolero llamado Jack (Lin-Manuel Miranda).
Tal historia sirve a Marshall para animar a los espectadores con un desfile de números bailados y cantados que no desmerecen al molde sonoro y coreográfico del que se nutren, y que los compositores Marc Shaiman y Scott Wittman alimentan con letras tan chispeantes como las contenidas en Trip a Little Light Fantastic y The Place Were Lost Things Go. Tonadas que se suceden disueltas en secuencias envolventes, donde los personajes se contonean y confraternizan con creaciones de animación a la antigua y artesanal usanza.
No obstante, y pese a las virtudes resaltadas, El regreso de Mary Poppins no solo acierta en cuanto a su engranaje técnico y melódico; ya que una de sus bazas más potentes está en la adecuada elección del casting interpretativo. Emily Blunt se enfrenta a Mary Poppins con la vista puesta en los tics y movimientos de la legendaria Julie Andrews, sin por ello abandonar sus propias señas como profesional del arte dramático. Mientras, Lin-Manuel Miranda procura que no se eche mucho de menos la falta del simpático deshollinador Bert. Ambos conforman un dueto admirable, en el que no desentonan los pequeños Banks, muy en la línea de los críos que aparecían en la movie de 1964.
Además es estos alicientes, la película de Marshall también presenta elementos extra de interés cinéfilo; tales como la colaboración de estrellas del calibre de Meryl Streep, Dick Van Dyke (con taconeo incluido, a sus 93 años), David Warner, Angela Landsbury, Julie Walters, Colin Firth y Karen Dotrice (la pequeña Jane de la cinta de Stevenson pasea convertida en una lady bastante crecidita).
Jesús Martín
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