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jueves, abril 25, 2024
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El rito ****

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Seré claro para empezar: El rito me parece la mejor película sobre el tema del exorcismo, después de El exorcista. Aunque para ser sinceros, me ha dejado más inquieto que El exorcista. Hay películas de terror y películas inquietantes. Las primeras te impresionan de uno u otro modo, a base de pirotecnia visual o a base de buena puesta en escena. Las segundas, las que como El rito son inquietantes, al salir del cine se te pegan y te acompañan el resto del día, quizá al día siguiente. Con seguridad esa misma noche al acostarte.

¿Cuál es la clave para pasar de lo que podríamos llamar “la fiesta del terror” a la inquietud? El rito puede servir para explicarlo si la comparamos con El exorcista. Frente al despliegue visual, esa pirotecnia de la que hablaba, que ataca directamente al espectador a través de sus sentidos, por el camino de lo visceral, que sería el caso de El exorcista, las películas realmente inquietantes, tengan o no escenas de las llamadas “de susto”, que mediante sonidos o imágenes intentan impactarnos al nivel superficial de los sentidos más básicos (por ejemplo en El rito se incluyen varios golpes de efecto a base de sonido que no son precisamente lo más acertado de su planteamiento pero que afortunadamente no tienen demasiado protagonismo en el planteamiento general de la película), las películas realmente inquietantes atacan directamente a nuestra manera de pensar, a lo que realmente nos preocupa. Desequilibran al espectador asaltándole en lo que realmente cree o no cree.

El rito, más que una película de terror es sobre todo una película inquietante. Más que hablar de la presencia del mal en nuestras vidas habla de cómo intentamos esquivar la responsabilidad de ser coherentes a la hora de creer o no creer en algo. He escrito creer o no creer porque incluso para ser ateo hay que ser coherente con ese ateísmo.  En definitiva, la película no es un relato sobre el ateísmo o sobre la Fe, sino sobre ese escepticismo con el que, creamos o no, podemos intentar crear una imagen de lo divino o de lo moral y de lo humano o lo más material fabricada a medida, que se ajusta sobre todo a nuestras necesidades como humanos y no tanto a la necesidad de hacernos responsables de nuestra humanidad.

Trailer:

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El protagonista de El rito es un joven escéptico que acaba metido en el mundo de los exorcismos, y en ese sentido es un buen puente para que el público, creyente o no, entre en la historia. Cierto es que el actor encargado de interpretar el papel Colin O´Donoghue se ha llevado algunos palos de la crítica afirmando que transmite poco, que es algo distante para el público, pero aquí cabe plantearse varias matizaciones.

La primera es que tiene a su lado a un verdadero gigante de la interpretación, un Anthony Hopkins inmenso, con un papel con arco de desarrollo que toca un tema de calado que va más allá de la recreación cinematográfica. Hannibal Lecter ha tenido más éxito, cosa comprensible, y sin duda será el papel por el que la mayoría del público le recuerde, pero personalmente me va a resultar muy difícil no recordarle siempre en este otro papel del exorcista Lucas, tan aparentemente fuerte en el exterior como frágil en el interior, tan inquietante no por lo que hace (caso de Lecter) sino por lo que le ocurre. Un personaje cuya grandeza sale de la humanidad falible, de nuestra capacidad para cometer errores, de nuestra debilidad para ser coherentes con aquello en lo que creemos o decimos creer… Imaginen al padre Merrin interpretado genialmente por Max Von Sydow en El exorcista (el actor le prestó allí su humanidad a un personaje hijo del bestseller, pura fórmula o herramienta narrativa que en las manos de ese gran actor creció más de lo que permitía su origen), pero con mayor verosimilitud y cercanía. Lucas es un soldado en la peor guerra posible, que es la guerra con sus propias dudas. Es la misma guerra que todos libramos cada día.

Ante un actor de ese talento y experiencia en el que es el mejor papel de su carrera, o por lo menos uno de los más difíciles, el joven O´Donoghue no queda tan eclipsado como a primera vista podríamos pensar. Consideren que el protagonista lidia no sólo con Hopkins sino también con otros dos gigantes en lo suyo: Rutger Hauer en un papel de padre que nos deja entrever lo mucho que han desperdiciado el talento de este gran actor en papeles de fetiche, fruto de su encasillamiento como el replicante Roy Batty. Ese talento, en dosis pequeñas pero contundentes, brilla otra vez en este pequeño papel de El rito. Lo mismo vale para Ciarán Hinds, el César de la serie Roma, que ha sido menos maltratado que Hauer, pero también saca petróleo con poco más que dos o tres secuencias. Dicho sea de paso, es especialmente curioso el aporte de su personaje, el sacerdote que da un curso de exorcismo en el Vaticano utilizando las nuevas tecnologías… hasta que se le cuelga el ordenador. Una genial pincelada de cómo, al final, vamos a tener que contar con nosotros mismos y no con la técnica más moderna para enfrentar los grandes problemas de nuestras vidas y nuestro tiempo… aunque no haya nada malo en utilizar las nuevas tecnologías, siempre que las sigamos considerando herramientas, y no un nuevo becerro de oro al que adorar.

Por si fuera poco, además de moverse entre gigantes, el protagonista interpreta un papel que es todo indecisión. Más que escepticismo lo suyo es duda. No se trata tanto de que crea o no, sino de que no sabe en qué creer. Varios planos explican ese dilema que  nos afecta a muchos. Lo material se manifiesta continuamente en su vida, no tanto como tentación melodramática –el planteamiento de la película no es tan burdo como para caer en esa trampa-, sino como algo mucho más sutil. La conversación a la puerta del bar con el amigo, tomando una cerveza, la chica en la moto mostrando la pierna, que le atrae. Lógico: va a ordenarse sacerdote, pero sigue siendo un ser humano. Es esa misma humanidad lo que le hace dudar, y está reforzada por el personaje de Angeline interpretado por Alice Braga. Pero no estamos aquí en una historia sobre sacerdotes tentados por la carne. Es algo más próximo al espectador, ese paseo entre el bullicio de la noche de Roma en el que acaba entrando en un burguer, esa invitación a tomar un café, esa tentación de vida “normal” lejos del sacerdocio… O´Donoghue interpreta un personaje con el que puede identificarse la mayor parte del público, un joven que tiene miedo a comprometerse incluso con aquello en lo que en realidad cree, porque tiene miedo a lo que eso puede significar y puede “quitarle”, en lugar de a lo que puede aportarle. Para renunciar a esas cosas necesita una motivación, y el reto, la intriga de la película, es si será capaz de encontrar esa motivación en el peor campo de batalla que pueda imaginarse. Adivinen: sí, otra vez, luchando consigo mismo, con sus propias dudas. ¿No será esa forma de interpretar que a algunos críticos y espectadores les hace dudar sobre la capacidad para transmitir del actor en realidad la mejor forma de que entremos en la historia a través de las dudas de su personaje, que así nos resulta más cercano? Imaginen a ese mismo actor interpretando el papel en clave “intrépido héroe convencido de su misión”, “llamado a la gesta”.

O´Donoghue no es parco ni frío en su interpretación. Es que está interpretando a un hombre tibio al borde del abismo de la indolencia y la autocompasión. Es decir: nos está sirviendo a muchos como espejo en ese camino nihilista y autocomplaciente que nos hemos forjado como escudo para alejarnos de todo aquello que nos resulta realmente inquietante o incluso ligeramente molesto.

Eso sí, aclaro que la película es más inquietante si uno cree en algo, y llegados a este punto, no puedo evitar recordar lo que le dice el padre Lucas al protagonista: “Ten cuidado, Michael. Que no creas en el diablo no te protege de él”.

Ahora bien, mirada desde la Fe o desde el escepticismo, El rito es una buena película. Es, como dice el personaje del padre Lucas encarnado por Hopkins, la versión real, o si son ustedes escépticos, más cercana y verosímil, de El Exorcista. Sin vomitonas y sin que a nadie se le ponga la cabeza a dar vueltas como un tiovivo.

Y no es la típica película de terror.

Hay quien puede pensar que es algo lenta. En mi opinión no es lenta. Tiene el ritmo adecuado para llegar a lo que busca. Cada escena, como la del café con la periodista, es una pieza clave del resto del puzzle.

Y tiene al menos dos escenas especialmente turbadoras que nos ponen a mirar al borde del abismo: Lucas en el pasillo del hospital, sentado en una silla, solo y con la cruz al fondo, desesperado, y Lucas mirando hacia la cúpula de San Pedro, en pleno día soleado…

Dos escenas que invitan a la reflexión, como el resto de la película.

Miguel Juan Payán

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