Excelente retorno al cine de espías más tradicional en una de las mejores adaptaciones de las novelas de John LeCarré.
De factura clásica que en buena parte de su metraje recuerda los mejores logros del cine de espías más serio y maduro de los años sesenta y sobre todo de los setenta, El Topo trae a la cartelera una brillante adaptación de la novela de John LeCarré en la que el director Tomas Alfredson saca el máximo partido a una sobriedad expresiva que contrasta con el sólido y espectacular rendimiento interpretativo de un reparto liderado por un Gary Oldman que recupera con todos los honores su merecido puesto como protagonista interpretando una de las mejores versiones del espía Smiley.
En la construcción de la película llama especialmente la atención el paso de lo general a lo concreto, que hace honor a una de las claves esenciales del estilo de LeCarré, una manera de construir historias del género de espionaje en las que se dan los elementos más atractivos de enganche del lector sin caer en las trampas ni los tópicos del bestseller. Muy al contrario: trabajando el relato con todas las galas de la buena literatura que trata con igual respeto a personajes y lector.
Lo mismo puede decirse de esta adaptación cinematográfica que pasa de las grandes claves del enfrentamiento entre los bloques en la guerra fría a la intimidad de los personajes. Obviamente lo primero sólo es un telón de fondo, un pretexto para poder desarrollar la trama intimista, los personajes en sus miserias y conflictos privados, algo que sugiere el paso del reloj grande el edificio monumental al pequeño reloj en el momento en que se nos muestra la reunión de los altos mandos del espionaje británico tras mostrarnos el tiroteo con el que arranca la trama.
Acompañada por una excelente banda sonora cuya parte musical capta perfectamente el alma y el tema del relato, El Topo se construye sobre un exquisito dominio y exposición de los tiempos, las pausas y los silencios, de manera que lo más importante de su trama está siempre en lo que no se dice pero el espectador intuye y deduce. Un ejemplo de esto es la manera en la que entra y sale del relato la relación matrimonial de Smiley, esa esposa a la que, con gran inteligencia del director, apenas vemos, pero que a través de esa no presencia consigue ser omnipresente y esencial como se verá en el desenlace de la trama.
La elegancia y lo sutil preside la exposición de los distintos temas que van abordándose en el relato, con un ajuste perfecto de actores e imágenes que se muestra especialmente eficaz en los planos y escenas que nos desvelan la lista de sospechosos de ser el topo del título. O ese plano de los dos trenes en las vías que señala la asociación en la investigación de Peter (Benedict Cumbertbatch, el último Sherlock Holmes televisivo) y Smiley, y cómo los trenes van por distintas vías en el plano… O la manera elegante y sutil en la que las piezas de ajedrez nos explican que Control (impecable John Hurt) sospechaba de todos, incluido Smiley, y cómo quedó eximido de dichas sospechas.
En su complejidad y la manera de trabajar con un reparto que expone la historia trabajando la fórmula de protagonismo coral, la película me ha recordado lo elaborado del guión de L.A. Confidential, otra adaptación muy difícil, auténtico encaje de bolillos o cubo de Rubik en el que las piezas consiguen encajar sorprendentemente de manera fluida, sin esfuerzo. Esa fluidez se manifiesta también en los juegos con las distintas tramas que arropan la trama general y juegan continuamente con el tiempo. El tema del paso del tiempo, del pasado y las ocasiones perdidas, como la que se expone en el encuentro de Smiley con su antigua compañera, esos viajes en el tiempo a otros tiempos más dorados o brillantes, que siempre se sienten como mejores… aunque quizá no lo fueran tanto. O esa especie de microhistoria con personalidad propia dentro del relato que liga al espía Ricki Tarr (Tom Hardy, siempre hacia arriba, y sigue subiendo), y la joven rusa cuya brutal resolución casi consigue cortarnos la respiración, y que se sitúa en el centro cronológico de la trama, alcanzando como digo gran protagonismo dentro de la misma, demostrando que el director acierta plenamente a administrar bien los flashback para que el relato principal pueda entrar y salir con fluidez de los mismos sin que el ritmo quede afectado.
El ritmo construido sobre esas piezas de pasado que se van juntando para componer un dibujo total del relato, es impecable, y en esa colección de flashback llama especialmente la atención el que sin duda es el mejor de los retornos al pasado de la trama, el momento en el que Smiley cuenta su encuentro con Karla, el jefe del espionaje enemigo, recuperando para la película todo el peso de su antecedente literario. Es en esa rememoración de la historia de Karla y el mechero donde además aparece el tema del matrimonio, la infidelidad, la mujer que va a ser clave en el relato desde la ausencia. Una clave de la historia que reposa en exclusiva, como el resto de la película, sobre la interpretación del actor, en este caso Gary Oldman. Cómo el pasado y la conspiración se entremezclan con la vida de Smiley. Realmente no vemos a Anne, la esposa de Smiley, porque interesa mantenerla en la sombra, como icono de la falta de confianza y la traición entre los compañeros, una clave del personaje que quedará resuelta visualmente también con gran elegancia en el final de la historia.
Distintos momentos históricos y distintas guerras dan como resultado distintas películas bélicas y de espías, y la guerra fría, el enfrentamiento entre los bloques oriental y occidental, dio un fruto de historias intensamente dramáticas que marcaron el cine de intriga de los años setenta en un estilo que ahora recupera El Topo facilitándonos una de las mejores películas estrenadas en el presente año que ahora termina.
Miguel Juan Payán
{youtube}E4sY0xXKiVw{/youtube}