Un espectáculo de épica visual entretenido para evadirse en fechas navideñas. No es 300, pero es mejor que Furia de titantes.
Tarsem Singh propone un repaso a la leyenda de Teseo, el Minotauro y el Laberinto desde una película volcada en lo visual que entra por los ojos aunque flojee algo en lo referido a argumento. El director de La Celda y El sueño de Alejandría es totalmente fiel a su estilo y planteamientos en esas otras obras y deja claro desde el principio sus intenciones de entrar a saco en la mitología griega para tomarla como rehén de su interés por jugar con la imagen y las posibilidades del medio cinematográfico. Eso hace que, como en las dos películas citadas, los personajes le interesen exclusivamente en su función como habitantes de los paisajes a medio camino entre los sueños y la pesadillas, siendo así meros títeres en las manos de este avezado experimentador de la incorporación de claves eminentemente pictóricas a las imágenes en movimiento, ya sea a través de su desempeño como director de vídeos musicales y anuncios como en su faceta como realizador de largometrajes.
Del mismo modo que La Celda no era sino una especie de variante de El silencio de los corderos aplicada al juego de Singh con la fotografía, la luz, los encuadres y los colores, hasta crear paisajes tremendamente bellos y atrayentes, casi hipnóticos, pero que parecían una sucesión de cuadros para una exposición, o un montaje de videoarte, esta Inmortals no es sino una variante de la épica 300 de Zack Snyder, pero igual que le ocurriera a La Celda frente a El silencio de los corderos, se construye sobre el embeleso de lo visual, y no sobre el desarrollo dramático de los personajes.
Así en el principio se muestra tremendamente cercana a otro ejercicio de cine épico volcado más en la exposición visual, Titus, la versión de la obra de William Shakespeare dirigida por Julie Taymor, pero en lo referido a trama y personajes la fórmula de 300 le sirve sólo para desplegar el mismo sistema de rodaje a base de pantallas verdes sobre las que se van construyendo una sucesión de paisajes espectaculares. El otro parentesco con la película de Zack Snyder se da en las escenas de acción, que sin embargo están más dosificadas que en 300, e incluso para algunos espectadores que hagan memoria pueden parecer escasas y concentradas sobre todo al final de la película, con una épica batalla de entre 15 y 20 minutos que resulta ciertamente impresionante en su manera de desarrollarse con una cámara lenta capaz de hacer ese momento más brutal. Singh le saca el máximo partido como secuencia de acción, pero lamentablemente quizá llega demasiado tarde. Esa batalla entre dioses y titanes llega precedida además por un momento que evidencia la endeblez del guión para construir personajes de mayor calado épico. Me refiero a la arenga que lanza Teseo a los helenos para que resistan en el túnel el empuje de las hordas del rey Hyperión, interpretado por un Mickey Rourke que está a sus anchas jugando la carta del liderado perverso del antagonista con algunos rasgos que recuerdan en algunos momentos la interpretación de Marlon Brando en el final de Apocalypse Now.
El Teseo de esta película está lejos del Leónidas que arengaba a sus muchachos en las Termópilas. Le falta a Inmortals la ración de “Esto es ¡Esparta!” o “Esta noche cenaremos en el infierno”, o como alternativa la arenga del general Máximo al principio de Gladiator: “¡A mi señal, ira y fuego!”.
Es en ese aspecto donde nos damos cuenta de que el guión no está respaldando el impresionante despliegue visual que además acierta a sacar el máximo partido al uso del tridimensional con esas concentración de buena parte del argumento en una delgada lengua de terreno suspendida sobre un abismo, o en la entrada en el laberinto y el enfrentamiento con el Minotauro, para mi gusto la mejor escena de toda la película.
Pero hay menos batallas de las esperadas, más diálogo del necesario, y un protagonista del que cabe esperar que transmita más como el próximo Supermán en manos de Zack Snyder, porque como Teseo no acaba de impresionarnos e incluso es superado por el personaje secundario de Stavros, al que da vida Stephen Dorff con bastante más carisma que el futuro Kal-El. Es evidente que ese planteamiento en el que un papel de reparto resulta más interesante que el protagonista titular es fruto de ese ya mencionado interés o embeleso del director por lo visual descuidando el desarrollo de personajes y situaciones, cosas ambas puestas al servicio de la construcción de paisajes, escenarios y vestuarios impactantes. Esa situación no afecta al desempeño de Mickey Rourke como antagonista simplemente porque sabido es que éste actor se autoalimenta y es perfectamente capaz de dirigirse a sí mismo aunque no le dirijan, corriendo no obstante el riesgo de caer en el tópico en algunos momentos.
Con todas esas carencias, debo reconocer no obstante que la película no aburre. Muy al contrario: de su continua presentación de paisajes y composiciones pictóricas extrae un resultado positivo para enredar al espectador en su propio laberinto visual, equivalente al que ha de recorrer Teseo para conseguir sus objetivos, y aunque no resulte tan emocionante como la citada 300, su presentación de las secuencias de acción garantiza emociones visuales suficientes, como digo especialmente en su parte final, como para que merezca la pena acercarse a verla al cine, en pantalla grande, e incluso en 3D, porque sin alcanzar las cotas de Avatar, sí es cierto que entre las películas que se han aplicado a la moda del tridimensional, merece la pena ver con las odiadas gafas algunas de las locuras que se le han ocurrido a un Tarsem Singh que por sus logros exclusivamente en lo visual me ha recordado el trabajo de Gustavo Doré ilustrando La Biblia, el viaje al infierno, las Cruzadas o el Quijote. Algunas de las escenas de la película son para parar la imagen y quedárselas mirando como un cuadro.
Miguel Juan Payán
{youtube}dTxTJk9c_Kc{/youtube}