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lunes, diciembre 9, 2024
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EL Verano de Martino ****

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Bellísima historia de tránsito a la madurez la que nos presenta El Verano de Martino. Una de esas películas pequeñas y que muchas veces pasan desapercibidas en la cartelera, pero que están llenas de poderosas imágenes y con unos personajes perfectamente dibujados que nos llevan a disfrutar de la historia de Martino, un joven muchacho que en Bolonia en el verano de 1980 (un verano trágico para la ciudad, dados los atentados vividos el dos de agosto de aquel año) descubre lo que es el amor y la vida, a través de su trato con un Capitán americano que le enseña a surfear y con una muchacha, novia de su hermano, de la que se enamora perdidamente.

Comento lo del atentado de la estación de tren de Bolonia de 1980 porque tiene un gran peso en la historia que trata la película, un peso cíclico, que une el inicio de la cinta con el final, pero que además aporta una sensación soterrada de peligro, de tragedia que va a suceder tarde o temprano y a la que la trama se dirige inexorablemente como un tren sin frenos, como esa charla entre el hermano de Martino y sus amigos con los soldados americanos que comienza como una broma y acaba como un ataque entre unos y otros. Pero mientras llega ese momento la historia de Martino se mueve con elegancia, con ternura y con sutileza, en una historia madura y sincera que se centra sobre todo en esa playa parte del complejo militar americano y en la que los jóvenes italianos se cuelan para nadar.

Sabe manejar la película a sus personajes con maestría, sobre todo el del protagonista, ese Martino al que da vida el joven Luigi Ciardo con brillantez, con una interpretación de esas en las que una mirada dice más que un diálogo, y que contrasta esa juventud con la de su hermano y los amigos de éste, mucho más interesados en hacer el ganso que el hermano menor. Como si ese final de la infancia le diese una madurez que se pierde en la juventud, en ese tramo en el que uno intenta aparentar ser un hombre, mientras que Martino demuestra serlo.

Y a esa historia de transición a la madurez se le une el cuento de hadas, cercano a la literatura fantástica, que el joven recuerda que su madre le leía de niño, donde un guerrero se enamoraba de una princesa que no podía amar. Esa historia le da a la película un aspecto de fábula que le favorece y que, al final, sirve para darnos cuenta de que la historia de Martino es, en realidad, la de Silvia y el capitán Clark, de cómo la presencia del joven muchacho cambia las vidas de ambos y les lleva a la redención. Ambos con los rasgos de la bellísima Matilde Pezzota y Treat Williams, un actor siempre infravalorado en USA que aquí está sensacional.

Al final lo que nos queda es esa pequeña historia en torno a una playa, llena de momentos emocionantes y ante todo sutil, nunca excesiva, con un manejo de la elipsis (por ejemplo nunca vemos el calvario de Martino en su casa con su padre) magnífico y unas interpretaciones maravillosas. Un relato breve que no llega a la hora y media sobre el paso de niño a hombre, la amistad, el amor y la tragedia de los sueños rotos que, pese a todo, deja un sabor lleno de esperanza en el espectador. Una pequeña joya del cine italiano que, posiblemente, acabará perdida entre la marea de grandes estrenos de este fin de semana.

Y no debería.

Jesús Usero

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