El viento se levanta. Otra obra maestra de Hayao Miyazaki y su película más madura.
Miyazaki va más allá de las fronteras de la animación con su última creación. Adornada con una sobriedad y sencillez argumental que encaja perfectamente en las propuestas del director japonés , al mismo tiempo se recubre de una exuberancia visual que es también marca de estilo en su filmografía. El viento se levanta es un poema de imágenes. Como suele suceder en todas las películas del director, cada uno de los fotogramas de la película es una llave que nos abre la puerta a otro mundo. Un mundo reconstruido con gran riqueza artística a base de dibujos animados que pasados lo primeros segundos de proyección nos hacen olvidarnos de que lo que estamos viendo es cine de animación y no una historia narrada en imagen real. Tal y como ocurriera en su momento con las obras del teatro de marionetas japonés, el bunraku, estas figuras animadas demuestran tener tanta personalidad, tanta alma y tanta solvencia y madurez como los actores de carne y hueso, e incluso me atrevo a decir que en algunos momentos llegan a superarlos. Quien lo dude puede recordar la secuencia de la llegada del niño a casa perseguido por su hermana pequeña y quizá entienda mejor lo que quiero decir en las líneas anteriores.
Este poema entrañable y cargado de nostalgia por la vida sencilla perdida que nos ofrecen las imágenes del protagonista viajando en el estribo del tren, mirando el paisaje, los momentos con la muchacha pintando bajo la sombrilla, la lluvia que se abate sobre los enamorados, son suficiente prueba de que en esta ocasión Miyazaki se ha superado a sí mismo a la hora de construir visualmente su fábula. Liberado además de los artificios derivados del cuento fantástico que han acompañado sus obras anteriores, instalado en la biografía y el mundo real, por mucho que incluya fragmentos de sueños que bucean en clave onírica en la imaginación del protagonista en sus encuentros con el ingeniero italiano Caproni, Miyazaki construye su película más madura con la que al mismo tiempo cierra un círculo. Hagamos notar que entre las aportaciones aeronáuticas de Caproni se incluye el Caproni CA 309 Ghibli, un avión monoplano bimotor empleado para reconocimiento y bombardeo durante la Segundas Guerra mundial. Ghibli no sólo es el nombre del estudio de animación de Mikayazki, sino también la manera en la que se denomina al viento siroco en Libia, que sirvió a Caproni para bautizar su aeroplano y que establece el vínculo con el viento como fuerza creadora y destructora, tan vinculado a las películas de animación de Miyazaki. El director japonés entona así con este trabajo una especie de canto nostálgico funeral, muy propio de su veteranía y su edad, en el que habla con el viento en casi cada una de las imágenes de su película. Y su conversación da como resultado una de las más bellas producciones de animación que hemos visto en la pantalla grande en mucho tiempo. El impecable ritmo de esta charla con el viento, establecido desde las primeras imágenes del vuelo del protagonista en su infancia, permite que las dos horas de proyección pasen, nunca mejor dicho, volando. No somos conscientes del tiempo mientras que estamos subidos en esa especie de carrusel de imágenes y emociones trabajados por Miyazaki como un duelo entre la vida privada y sentimental del protagonista y su vida pública y profesional. Un carrusel plagado de pequeños gestos, como el de la mano que se dan los amantes, mostrados de espaldas, y el humo del cigarrillo que asciende hacia el techo en un momento cinematográfico perfecto que nos revela la intimidad de los personajes mostrando la enorme habilidad de Miyazaki como concertista visual capaz de alternar lo épico con lo íntimo y lo espectacular con lo más sencillo. De ese modo, Miyazaki vuelve a mostrarse como un equivalente en el cine de animación de los grandes maestros del cine japonés, de Kurosawa a Mizoguchi, Ozu, Naruse u Oshima.
Miguel Juan Payán
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