La novela negra y los relatos de western están de luto tras el fallecimiento el día 20 de agosto de uno de los mayores talentos en esos territorios comanches: Elmore Leonard. Los paisajes de ficción policíacos y del oeste pierden a uno de sus poetas más destacados en las últimas décadas. Pero además el cine y la televisión también han perdido a una inagotable fuente de inspiración de la que se han venido nutriendo desde que Leonard empezará a trabajar para ambos medios a finales de los años cincuenta.
Elmore John Leonard Jr. había nacido el 11 de octubre de 1925 en Nueva Orleans, y ha fallecido en Detroit, Michigan, dejando tras de sí un legado literario y cinematográfico que incluye varios clásicos tanto en el western como en el género policial. Su trabajo más reciente lo había desarrollado en la pequeña pantalla, sirviendo como inspirador y productor ejecutivo de la serie Justified, titulada en España La ley de Raylan, una de las ficciones policiales más recomendables de las últimas temporadas.
Hijo de un ejecutivo de la General Motors, se pasó la infancia trasladándose junto con sus padres y su hermana mayor de un lugar a otro, siguiendo la estela del trabajo de su progenitor, y así creció entre Dallas, Oklahoma City y Memphis, hasta que la familia se estableció finalmente en Detroit hacia 1934. Su primer trabajo como escritor se produjo como parte de su formación cuando escribió una obra teatral en la que adaptaba la novela Sin novedad en el frente, cuya primera versión cinematográfica, dirigida por Lewis Milestone en 1930, le había impresionado especialmente, forjando así esa vinculación entre cine y literatura que iba a presidir toda su obra posterior. Tras una juventud dedicada especialmente a los deportes, béisbol y rugby principalmente, y un intento fallido de alistarse en los marines, donde fue rechazado a consecuencia de sus problemas de vista, Leonard acabó en el batallón de construcción de la marina, los Seabees a los que John Wayne rendiría tributo en una de sus películas de propaganda bélica de los años 40, Batallón de construcción (Edward Ludwig, 1944). Licenciado en junio de 1946, Leonard se matriculó en la Universidad de Detroit para estudiar literatura y filosofía. Todo apuntaba a que iba dedicarse a ayudar a su padre en el nuevo negocio familiar, la venta de automóviles en un concesionario que su progenitor había abierto en Nuevo Méjico tras dejar la General Motors, pero la muerte de su padre de un infarto acabó por conducirle por otro camino profesional y le llevó a trabajar como escritor en una agencia de publicidad y más tarde a publicar sus primeros relatos y novelas del oeste en las revistas pulp de los años 40, como la célebre Argosy. Vendió su primer relato del oeste por mil dólares y decidió seguir explotando el filón de su talento literario documentándose ampliamente sobre el territorio de Arizona en los años 80 del siglo XIX y sobre los apaches, dos de sus temas favoritos como autor de novelas del oeste. Primero simultáneo esa ocupación como escritor con su trabajo en la agencia de publicidad, lo que le obligaba a levantarse a las cinco de la mañana para poder escribir antes de irse a trabajar. Pero a finales de los años 50 decidió abandonar su trabajo como publicista para dedicarse a la literatura a tiempo completo, y de paso se adaptó con gran flexibilidad al ocaso de las historias del oeste para reciclarse en autor de novelas policíacas, y en esa misma etapa comenzó a ver los frutos de su trabajo como narrador de ficción reflejados en la pantalla grande y pequeña.
En su cosecha de colaboraciones y novelas adaptadas al cine cine destacan títulos como Los cautivos (1957), un clásico western de bajo presupuesto dirigido por Budd Boetticher y protagonizado por Randolph Scott, El tren de las 3:10 (1957), que contó con un remake protagonizado por Russell Crowe y Christian Bale en 2007, La perversa (1969), protagonizada por Ryan O´Neal, El infierno del whisky (1970), con Richard Widmark, ¡Que viene Valdez! (1971), un anticipo de las claves de Acorralado protagonizado por Burt Lancaster, Joe Kidd (1972), con Clint Eastwood, Mr. Majestyk (1974), protagonizada por Charles Bronson, Embajador en Oriente Medio (1984), con unos crepusculares Rock Hudson y Robert Mitchum, Jugar duro (1985) con Burt Reynolds, 52: vive o muere (1986), con Roy Scheider y Ann Margret, El cazador de gatos (1989), una de las visitas al cine de género más curiosas del siempre imprevisible Abel Ferrara, Cómo conquistar Hollywood (1995), con John Travolta y Gene Hackman, y su secuela, Be Cool (2005), Touch (1997), Jackie Brown (1997), el homenaje de Quentin Tarantino a la blaxploitation, Un romance muy peligroso (1998), protagonizada por George Clooney, y la más reciente Life of Crime (2013), protagonizada por Isla Fisher, Tim Robbins y Jennifer Aniston.
Pero tal como me explicó cuando tuve la oportunidad de entrevistarle para esta misma revista con motivo de la presentación de su novela Tómatelo con calma allá por el año 2001, su adaptación favorita al cine de todas las que habían llevado sus personajes e historias a la pantalla grande o pequeña era Un hombre (1967), un western dirigido por Martin Ritt y protagonizado por Paul Newman en el poco previsible papel de un mestizo, mitad indio mitad blanco, John Russell, que protege a los viajeros de una diligencia asaltada por los forajidos que lidera el personaje interpretado por Richard Boone. Curiosamente yo llevaba en aquel momento en el bolsillo para que me lo firmara precisamente un ejemplar de esa misma novela, Hombre, que me había regalado para tal menester Jesús Robles, lamentablemente ya también fallecido, editor, librero y fundador de la librería 8 ½. Y en aquel ejemplar de Hombre, Elmore Leonard me dejó impreso el mejor consejo que me han dado nunca, que en un obvio alarde promocional coincidía con el título de la novela que había venido a presentar a Madrid: Take it easy, Miguel. Desde entonces ese “Tómatelo con calma, Miguel” se ha convertido para quien esto escribe en una especie de consigna que intento recordar cuando las circunstancias de la vida me llevan a pensar que estaría bien organizar un buen tiroteo al estilo de Sam Peckimpah en el principio o el final de Grupo salvaje. Porque todos los héroes de la narrativa de Leonard siempre se toman las cosas con calma. Incluso las peores cosas. Y así es como salen de los singulares embrollos en los que suele meterlos su creador.
En esa joya del western crepuscular que es Hombre, en la que Leonard revisó a su manera la claves del clásico del género La diligencia, dirigido por John Ford, como en tantas otras novelas de este mismo autor, es la sangre fría del protagonista lo que consigue sacarle de las situaciones más apuradas, o por lo menos le otorga la posibilidad de perecer en ellas con toda dignidad. Como ya he comentado en alguna otra ocasión, las historias del oeste de Elmore Leonard tienen siempre algo de novela negra, y sus historias policíacas tienen siempre algo de western. Por eso están protagonizadas por héroes poco probables, imprevistos, tipos que no quieren ser héroes o en todo caso son héroes a la fuerza, y que además lo único que quieren es seguir con sus vidas de manera tranquila y sencilla, sin meterse en problemas que no les atañen. Como ocurre con todos los personajes protagonistas de Elmore Leonard, en sus novelas y en el cine, la narración es siempre la historia de un viaje de héroe reticente desde la intención de pasar desapercibido de un tipo que no quiere problemas a su implicación directa en los acontecimientos que le rodean cuando los villanos y las circunstancias ya no le dejan otra salida.
Y con ello llegamos a la otra gran característica de las novelas de Leonard: los villanos. En las ficciones de Leonard nos tropezamos siempre con un tipo de antagonistas que viajan por la vida con el equipaje del matón y el villano, pero con frecuencia consiguen caernos incluso simpáticos, bien sea por su estupidez o por su lado pragmático. El duelo entre el héroe a la fuerza y este otro personaje con exceso de confianza en sí mismo y encantado de conocerse que suele ser el villano “made in Leonard” se constituye así en uno de los ejes sobre los que descansan las tramas de sus historias, hasta el punto de que el desenlace de dicho enfrentamiento marca el momento en el que finalmente el protagonista reticente deja el segundo plano y empieza a tomar el timón de la acción, dirigiendo los acontecimientos, un reflejo perfecto de los géneros sumidos en las turbulencia morales de las últimas décadas que arrancó en los años 60, provocando el ocaso del western y la evolución de los relatos policiales con la quiebra de los valores tradicionales en la mitología estadounidense, con los conflictos raciales y los magnicidios políticos unidos a la guerra de Vietnam.
Uno de los mejores ejemplos de esta dinámica de enfrentamiento entre el héroe reticente y el villano simpático lo encontramos en el paulatino protagonismo bicefálico que ha ido manifestándose en la temporada 3 y 4 de Justified: la ley de Raylan con el Marshal Raylan Givens interpretado por Timothy Olyphant y el delincuente habitual Boyd Crowder interpretado por el gran Walton Goggins, dos amigos de la infancia que se siguen teniendo afecto a pesar de estar en lados opuestos de la ley, como los viejos personajes del lejano y salvaje oeste, y pueden llegar a intercambiar diálogos como éste:
– No te quedan balas.
– ¿Vas a jugarte la vida a eso?
– No, Raylan. Voy a jugarme la vida a que eres el único amigo que me queda en este mundo.
Vamos a echar mucho de menos a Elmore Leonard, no sólo porque sea uno de los mejores escritores de su tiempo, sino porque cada vez que acabábamos de leer una de sus novelas podíamos experimentar una sensación de optimismo existencial derivada de la posibilidad de tomarnos las cosas con más calma.
Descanse en paz uno de los grandes maestros de la tecla.
Miguel Juan Payán
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