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domingo, mayo 5, 2024
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En el centro de la tormenta ****

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Demasiado tarde -es de 2009- nos llega esta joya del cine policíaco que a los amantes del género más curtidos y versados en la materia les recordará sin duda otro título imprescindible del mismo, La noche de mueve, dirigida por Arthur Penn y protagonizada por Gene Hackman en 1975. Al mismo tiempo, En el centro de la tormenta trae inevitablemente a la memoria de los adictos a la narrativa de intriga o criminal la anterior adaptación de las aventuras de Dave Robicheaux, el detective creado por James Lee Burke, que se tituló Prisioneros del cielo y dirigió en Phil Joanou con Alec Baldwin en el papel principal.

Estas dos películas podrían ser los puntos de referencia esenciales para este poderoso relato que lamentablemente no ha encontrado acomodo hasta ahora en nuestra cartelera, cosa sorprendente considerando la cantidad de basura que nos venimos tragando en el cine de acción y policíaco en estos dos últimos años. Que hayan llegado a la cartelera algunos de los abominables bodrios de rompe y rasga, todo pirotecnia visual, mientras esta reposada, sosegada, tremendamente poética y terriblemente cercana, yo diría incluso que hirientemente humana película de crímenes se quedaba esperando turno, es una buena muestra de lo absurdo que es el panorama de estrenos y distribución que tenemos en nuestro país.

Pero más vale tarde que nunca. No seamos pesimistas. Por lo menos, ha llegado y en pantalla grande, en lugar de verse relegada al estreno directo en DVD, y como digo, es cita obligada para los aficionados al cine policíaco en general y a las muestras de renovación del cine negro en particular.

Sobre Prisioneros del cielo, esta nueva aventura cinematográfica del detective Dave Robicheaux tiene a favor a uno de los grandes actores con que cuenta el cine estadounidense en las últimas décadas, Tommy Lee Jones. Ejemplar en impecable en esta versión más madura de ese personaje al que diera vida previamente Alec Baldwin, Tommy Lee Jones se encuentra con un papel a su medida, de la envergadura del que ya interpretara por ejemplo para En el valle de Elah, y que además en manos del galo Bertrand Tavernier alcanza proporciones de gran icono del género policial con algunos toques que me recuerdan la personificación del mítico comisario Maigret llevada a cabo por Jean Gabin.

Hay que aclarar que además la manera en la que aborda Tavernier esta adaptación de las novelas de James Lee Burke tiene un ritmo que está más cerca del reposado cine de intriga de los años setenta que del frenético y muchas veces descerebrado cine de acción de la actualidad.

El primer plano de la película muestra a Robicheaux sentado ante la barra de un bar jugando con una moneda. La camarera se acerca con una botella y un vaso, lo llena de whisky. La voz en off del protagonista nos dice: “Mi nombre es Dave Robicheaux. Soy un alcohólico. Algunas veces me apetece un trago, pero nunca lo tomo”.

Tal y como ocurre en la novela negra, lo mejor del relato es la relación que el detective establece con el lector, y en este caso con el espectador, merced a esa voz en off que sirve también como confesión. Simplemente con esa escena de arranque, el director nos informa ya de cómo es la vida al borde del abismo del protagonista. Siempre tentado. Siempre a punto de caer. Siempre conteniéndose. Un esfuerzo para resistir la tentación cada vez. Y vuelta a empezar.

De eso va la vida: de caer y volver a levantarse.

Y de eso va  también esta película que se gana  rápidamente nuestra complicidad como espectadores y a partir de este momento inicial nos lleva de paseo por una historia que transcurre en tres épocas distintas y en torno a la investigación de dos asesinatos: en el pasado más remoto de la trama, el pantano se llena con los fantasmas de la guerra civil entre los estados del Norte y los del Sur, que resurge en los pantanos como un paisaje de alucinación de algunos personajes y da pie a un curioso final que deja clara esa impronta fantástica que el director ha elegido para marcar su historia con una singularidad que añade parte de la poesía de la misma. En el pasado más cercano, asistimos al asesinato de un preso negro en los pantanos, tal y como lo vio el protagonista cuando era adolescente. Es una muerte que se repite varias veces en la película, constituyéndose en muerte congelada, en recuerdo del crimen de otros tiempos, de la sociedad más cruenta y pervertida que todos los personajes, excepto Robicheaux, parecen querer relegar al olvido. En el presente, los asesinatos de varias muchachas tras haber sido torturadas, son el punto de arranque de la historia. A esos planos se añaden algunas pinceladas de la ficción dentro de la ficción, la película que están rodando en la zona unas estrellas de Hollywood cuyas vidas más que cruzarse chocan con las de Robicheaux, un tipo empeñado en saber la verdad y que como le dice el personaje interpretado por Ned Beatty: “Parece incapaz de dejar tranquilo el pasado”, a lo que el detective, ya muy baqueteado por la vida física y espiritualmente, contesta: “Por mi experiencia, uno se olvida del pasado cuando lo enfrenta”.

Y sobre todos ellos está el dúo Tommy Lee Jones – John Goodman, que funciona de manera mucho más creíble y sólida como protagonista y antagonista que el formado por Alec Baldwin y Eric Roberts en Prisioneros del cielo.  Robicheaux cojea de un lado a otro con andar cansado, como si estuviera dando los últimos pasos agotadores de su carrera intentando resolver al mismo tiempo el asesinato del hombre negro y los asesinatos de las muchachas, un camino en el que, como siempre ocurre con las novelas de ese personaje, perderá muchas cosas importantes.

Tavernier acierta a introducir en ese esquema la aparición de los fantasmas sudistas del pantano rompiendo el desarrollo cronológico del relato con las escenas de la fiesta, la bebida, el protagonista al volante de su furgoneta conduciendo erráticamente por la noche, vuelta a la fiesta, vuelta a la carretera por la noche, y entonces el pantano…

Sin excesos ni falso dramatismo, ni siquiera en las secuencias de acción, Tavernier hace gala de gran contención y solvencia para contar una historia compleja convirtiéndola en algo muy sencillo. Ejemplo de ello son lo bien construidos que están construidos los personajes que rodean al protagonista como una especie de satélites con personalidad propia y al menos una escena para dejar claro su peso en la trama. Especial mención en ese sentido merece la mujer de Robicheaux, Bootsie, interpretada por Mary Steenburgen, cuya fortaleza y el significado que tiene en la vida del protagonista queda claramente explicado sobradamente con muy pocas escenas y casi ninguna frase de diálogo, por ejemplo en la escena en la que hace firmar los autógrafos a la estrella de cine, o en la cocina al principio, o en el hospital. Construido con lo mínimo, demuestra que en cine, menos es más si las cosas están bien hechas.

Y al final, ese guiño surrealista en la foto, que nos deja sumidos en la perplejidad, y que es tan bueno, y con una función similar a la del final sin final, totalmente abierto, de La noche se mueve.

Resumiendo: si es usted aficionado a la narrativa policiaca y el cine negro, no puede perderse esta película. Y si al salir del cine le pasa como me pasó a mí y se queda con las ganas de más, le recomiendo que vea La noche se mueve. Y si el mono persiste, Harper investigador privado y Con el agua al cuello no son mal apaño. Igualmente si la afición le pide tirar por el camino de la lectura, le recetaría leerse alguna de las novelas de James Sallis, El ojo del grillo o El tejedor, o las novelas de Ken Bruen Maderos, La matanza de los gitanos o El dramaturgo.

Miguel Juan Payán

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