Natalie Dormer monopoliza con su interpretación este thriller algo turbio, el cual avanza con dificultad a través de una historia con demasiados giros. La actriz de Juego de tronos se convierte en lo mejor de una cinta que mantiene la tensión mientras se refugia en el universo opaco de la protagonista.
Pocas cosas son lo que parecen en Entre sombras. De eso se encarga el director Anthony Byrne, quien aprovecha sagazmente el elemento de la ceguera de la pianista a la que encarna su pareja Natalie Dormer, para introducir al espectador en un argumento lleno de trampas.
El comienzo del filme resulta atractivo y desconcertante, con Dormer en una actitud rígida y silenciosa, sumida en la invidencia de su personaje (una joven llamada Sofia). Mientras, en el piso de arriba, su vecina mantiene una relación distante con ella, pero no exenta de cierta carga sensual; notable en los fugaces encuentros de ambas en el descansillo y en el ascensor del edificio donde viven las dos. El suspense se mantiene en esos prolegómenos mediante atmósferas bien construidas, en las que vuela con eficacia la música clásica que conforma el paisaje en oscuridad de la singular y callada Sofia.
Y así continua hasta el instante en que la enigmática vecina cae al vacío desde su terraza. Suicidio o asesinato: esa es la dicotomía que da pie a la segunda parte del largometraje, en la que Byrne introduce los elementos de un supuesto criminal de la guerra de Los Balcanes, y el de un asesino con cuentas pendientes de lo sucedido en la extinta Yugoslavia.
A partir de tales revelaciones, la historia entra en una especie de viaje frenético en pos de marcar un crescendo algo torpe en la acción, el cual contribuye a borrar cualquier rastro del gusto escénico desarrollado en las primeras secuencias del filme.
El estilo un tanto perdido y bastante confuso que ejecuta el director hace que los giros determinantes de la trama se atisben como demasiado artificiales y algo manidos, en medio de una maraña de descubrimientos que, lejos de generar la ansiada sorpresa, provocan una especie de decepción respecto a las premisas del inicio.
Quizá, consciente de lo rocambolesco del argumento, Byrne descansa el peso de Entre sombras en el físico convincente y electrizante de Natalie Dormer. La actriz inglesa exhibe sus tablas dramáticas para diseñar una Sofia fuerte y vulnerable a la vez: una mujer que tiene que sobrevivir en un mundo donde la ceguera es una desventaja, y que se ve obligada a luchar con determinación, para no sucumbir ante la fiebre homicida que se presenta en su propia casa. Sin embargo, y pese a que la intérprete de Los Tudor aguanta el tipo hasta donde puede, Dormer es incapaz de esconder los puntos débiles de un guion que muestra una excesiva desidia por acabar por la vía rápida y estereotipada.
Lo que podría haber sido un producto cinematográfico heredero directo de la excelente Sola en la oscuridad, o de la no menos impactante La muerte y la doncella, queda lastrado por un desarrollo un tanto deslucido, montado sobre la esencia del mal. Un punto de vista que Byrne saca a colación con una subtrama de intercambio de identidades que no despierta la emoción pretendida.
Jesús Martín
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