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jueves, octubre 3, 2024
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Éternité

ÉternitéEl vietnamita Tran Anh Hung monta un bello cuadro escénico, de imágenes casi pictóricas; en el que sublima el papel de la familia. No obstante, el ejercicio es más preciosista que efectivo, y los personajes se pierden en comportamientos difícilmente atrayentes.

Intentar hacer lo que a los otros les funciona es algo que debería estar prohibido en el manual de uso de cualquier creador con ansias de destacar, y Tran Ahn Hung entra de lleno en esta categoría. El interesante autor de El olor de la papaya verde parece poseído por el ego narrativo del Terrence Malick más plástico, y abandona el desarrollo de su última película al inmovilismo reinante, como si se tratara de una obra del cine mudo.

Éternité comienza con frases en off que enganchan, perfectamente hilvanadas (probablemente, en este apartado tenga más que ver la novela original de Alice Ferney que el talento de Hung), y desplegadas en torno a una sucesión de imágenes pletóricas de color y naturaleza impresionista. Pero, al cabo de veinte minutos de sucesión reiterativa de situaciones escasamente sorpresivas, el filme cae en picado a los abismos del aburrimiento sombrío.




El libreto sostiene cansinamente su propuesta audiovisual en torno al mensaje de que los hijos dan verdadero sentido a un matrimonio. Afirmación que el director asiático intenta suavizar con la inclusión del amor de pareja. como eje sobre el que gira todo proyecto común entre un hombre y una mujer. Sin embargo, la incapacidad para apelar a la pasión sentimental de los diferentes amantes que aparecen en la pantalla desvirtúa el objetivo de tal componente romántico.

Varias centurias y más de quinientos parientes son los pasos que sigue la evolución de la cinta. Desde el siglo XIX, cuando Valentine (Audrey Tautou) pasa por el altar y comienza a tener -y a perder- hijos, hasta el siglo XXI (con una breve aparición de una de las descendientes); la historia vuelve una y otra vez hacia los mismos asuntos, sobre la importancia de poseer descendencia en el mundo: siempre aderezada con la aparición de la Dama de la Guadaña, para cortar de raíz las felicidades duraderas.

Tran Anh Hung afronta los desafíos del destino con una actitud de mero espectador, como si contemplara los acontecimientos desde fuera, sin entrar a valorar lo que les ocurre a los personajes. Un papel que únicamente vulnera con la incorporación de una banda sonora que nunca guarda el debido silencio, y que enfatiza en exceso cada uno de los supuestos sentimientos de los protagonistas.
En medio de una concepción tan sumamente espartana en cuanto a las caracterizaciones, el cuadro interpretativo intenta respetar las normas, y no traicionar en ningún momento esa artificial concepción de trances congelados. Así, lo que el elenco transmite es una sensación de una frialdad suprema, solo amortiguada por ciertos fotogramas puntuales de ternura maternal.

Dentro de semejante esquema de trabajo, es bueno destacar la esforzada labor de las tres actrices principales: las normalmente eficaces Audrey Tautou, Bérénice Bejo y Mélanie Laurent. La belleza de este trío de damas consigue que Éternité no se pierda del todo en los infiernos de la indiferencia más absoluta.

Jesús Martín


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