Gerardo Olivares firma un intenso drama con mensaje ecologista, en el que destaca la interpretación conjunta de Maribel Verdú y de Joaquín Furriel.
La Patagonia, con sus paisajes especialmente inspiradores, es el escenario principal de esta película, basada en la homónima obra del naturalista Roberto Bubas. El estudio de las orcas y la relación de las mismas con el desarrollo afectivo de un niño autista marcan un guion abiertamente humano, que no renuncia en ninguna escena al romanticismo implícito que despliega la pareja protagonista.
Un viaje de España al otro lado del mundo es el que arranca el argumento de la movie; travesía que llevan a cabo Lola (Maribel Verdú) y su hijo autista. La mujer decide coger las maletas en busca de Beto Bubas: un experto en orcas, que trabaja en una reserva natural de la Patagonia, donde estudia y facilita el entorno salvaje de las citadas ballenas. El motivo del desplazamiento de la esforzada madre estriba en que su pequeño mostró una leve reacción frente al televisor, cuando estaba en pantalla un documental de Bubas.
Al llegar, lo que la fémina encuentra es a un hombre algo arisco, callado y no dado a los recibimientos afectuosos. Sin embargo, conforme pasan los días, el oceanógrafo y la familia de dos comienzan a establecer unos peculiares lazos sentimentales, que refuerza la peculiar realidad que les ha unido.
Gerardo Olivares desarrolla un relato no exento de situaciones sensibles, en donde la posible previsibilidad de los acontecimientos no es un lastre suficientemente pesado como para hacer naufragar la propuesta. El cineasta acierta al no cargar las tintas únicamente en los problemas de comunicación que presenta el niño autista, ya que lo que realmente da validez a la historia es la profundidad con la que interactúan los tres personajes principales de la trama.
En este sentido, Maribel Verdú y Joaquín Furriel firman sus respectivos trabajos (en la piel de Lola y Beto) con la verosimilitud de sus comportamientos por bandera. Los dos son lo mejor de una obra que vierte su capacidad de enganche en torno a un romanticismo casi ancestral, íntimamente ligado a los áridos paisajes en los que tiene lugar.
Dentro de semejante esquema narrativo, la naturaleza no ve mermada su presencia a lo largo del metraje, sino que potencia su protagonismo a través de los silencios y ruidos continuos, capaces de moldear la manera de sentir y de pensar de Beto y de Lola. Una opción de dibujar el mensaje ecologista en el que las orcas ejercen de leitmotiv constante con sus apariciones tangenciales, pero determinantes en la trama.
Pese a este caldo de cultivo, El faro de las orcas no escapa a la inevitable actitud de los cineastas por incorporar algunos elementos demasiado tópicos, ya aparecidos en obras similares (en este caso, las correspondientes a los amores desatados entre personas de distintas procedencias culturales y geográficas); pero el filme se sobrepone rápido a la dejadez de lo común, mediante su inteligente utilización de los escenarios. Fórmula en la que tiene mucho que ver el engranaje temático de defensa de la libertad de la fauna marina, que es -a la postre- el que explica las alegrías y tristezas de Beto y de Lola.
Jesús Martín
COMENTA CON TU CUENTA DE FACEBOOK