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viernes, mayo 17, 2024
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Extraterrestre ****

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Extraterrestre, una divertida comedia de enredo con imaginación, intriga, platillo volante y pelotas de tenis.

Para empezar reconozco que me molesta intentar ponerle una etiqueta y tratar de descifrarles a ustedes lo que es y lo que no es Extraterrestre, el último trabajo de Nacho Vigalondo. Creo que ponerle etiquetas a esta película y al trabajo de sus actores es partirle el alma y de paso cargarse la sorpresa que pueda sentir el espectador al empezar a ver por dónde van los tiros en este relato en el que la ciencia ficción tiene un papel muy especial, tan imprevisible e imaginativo como el que suele gastarse el talento de Vigalondo. Sería robarles a ustedes la sorpresa de descubrir qué es Extraterrestre por sus propios medios, una sorpresa que yo sí pude disfrutar descubriéndola en el pase de prensa. Así que por una vez no voy a entrar en describir lo que es así de buenas a primeras, sino que prefiero aclarar lo que no es, para que nadie se despiste y al entrar en el cine crea que va por otro camino.

Puedo decir que no es Attack the Block. No hay alienígenas viscosos deslizándose a golpe de sátira por los pasillos de un edificio en penumbra. Tampoco es Chronicle, porque aquí nadie tiene superpoderes. O Super 8, La guerra de los mundos, La invasión de los ultracuerpos, Invasores de Marte, Independence Day, Marte ataca o Invasión a la Tierra, porque no es un blockbuster y no tiene tanto presupuesto.

Pero de algún modo todas ellas están contenidas en su planteamiento. Se reflejan en algunas de sus ideas visuales, como la del platillo sobre el cielo de una ciudad que es Madrid pero podría ser otra cualquiera, porque la historia que cuenta la película podría ocurrirnos a cualquiera de nosotros, o eso nos gusta pensar cuando salimos de ver la película.

Y en algunos de esos planos con esas calles vacías, que por ser calles de barrio o de urbanización nos resultan más familiares y por tanto más inquietantes, está también el espíritu de todo ese cine de serie B (o de serie B disfrazada de serie A, que no otra cosa viene siendo el blockbuster en los últimos tiempos) en su manera de dejar que la imaginación del espectador rellene los huecos que faltan en la historia. Vigalondo aplica ese relleno de la imaginación del espectador como cemento argumental con el que construir su película, bien sea poniendo a los actores a montarse una especie de flashback verbal de lo que les ha ocurrido hasta llegar allí, o dibujando en un papel la parte del gigantesco platillo que no llegamos a ver, pero que el público, quiera o no, acaba imaginando en su totalidad.

Vigalondo vuelve a demostrar que es un director muy hábil en la administración de la participación y la imaginación del espectador, lo cual que nos respeta como tales. Y ese respeto por el público incluye no darnos lo más previsible, sino cambiarnos la copla, contarnos el cuento de otro modo, rebuscar alternativas novedosas. O que al menos lo parezcan. Así que si van ustedes a ver Extraterrestre pensando en que van a ponerles en pantalla a Michelle Jenner corriendo por las calles de la mano de Julián Villagrán mientras son perseguidos por una horda de bestezuelas alienígenas empeñadas en abducirlos, la cosa no va por ahí.

Cierto: en Extraterrestre hay un platillo volante. Y pelotas de tenis. Muchas pelotas de tenis. Montones de pelotas de tenis. Y hay cuatro personajes que interactúan en un edificio de comedia de enredo que, como toda buena comedia de enredo, tiene su lado picante, su lado romántico, su lado de intriga y su lado de sátira, que suele ser cuando consigue que la fábula que nos están contando se convierta en un espejo en el que nos vemos reflejados. Y para eso Vigalondo no necesita liarse a volar edificios y dejar la urbe echa un laberinto de cascotes. Lo que hace es demoler las vidas cotidianas de sus personajes y dejarlas hechas cascotes sentimentales poniéndolos en una situación excepcional, y desde ahí vuelve a reconstruir esas mismas vidas desde las ruinas de un caos emocional que, como vamos a comprobar al terminar la película, no tiene nada que ver con la invasión extraterrestre, sino con el encuentro de dos desconocidos que se enredan sentimentalmente y la lían parda a su alrededor.

De manera que sí hay un hecho extraordinario en la película, pero no es la llegada de un gigantesco platillo volante a la ciudad, sino el encuentro de Julia (Michelle Jenner) y Julio (Julian Villagrán). Lo que ocurre es que ese encuentro se produce en el marco de una visita masiva extraterrestre que vacía las ciudades y da lugar a una serie de situaciones de enredo cómico y sentimental entre cuatro supervivientes y alguno más que tendrán que convivir en una situación que parece sacada de una película de serie B. Aunque al final se enfrentan a asuntos tan cotidianos como los sentimientos cruzados, el deseo, la mentira, la deslealtad, la egomanía, la soledad, el acoso de un vecino particularmente plasta… y las pelotas de tenis.

De todo ello se traduce una comedia de enredo que en su corazón está más cerca de Descalzos por el parque de Neil Simon y respira al estilo de Opera Prima, de Fernando Trueba, aunque a su alrededor tenga el paisaje y los recursos de explotación de la imaginación del espectador aplicados habitualmente en los clásicos de la ciencia ficción de serie B.

Y ciertamente también tiene efectos especiales. Con nombres y apellidos: Michelle Jenner, Julián Villagrán, Carlos Areces, Raúl Cimas y Miguel Noguera. Sus actores son el mejor efecto especial de esta comedia parida con imaginación por un director que, para variar, no parece aspirar a cambiarnos la vida, ni quiere contarnos su vida, sino que simplemente parece aspirar a hacernos pasar un buen rato sin insultar nuestra inteligencia y entreteniéndonos.

Miguel Juan Payán

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