Vaya por delante que Wes Anderson no es uno de mis directores favoritos, ni de lejos. Más bien lo contrario. Ni entiendo lo que hace ni me interesa lo más mínimo, francamente. No obstante en esta ocasión creo que ha encontrado en la animación y la fábula de Roald Dahl un buen yunque en el que estrellar su martillo de director excéntrico, de ésos de los que, a falta de poder decir otra cosa, los críticos más asustadizos suelen afirmar “es un cineasta con estilo propio”, o alguna otra alpargatada en el cielo de la boca de la misma índole.
Así que por una vez, y seguramente sin que sirva de precedente, el tipo que se sacó de la manga a los inaguantables Tenenbaums y me llevó secuestrado de paseo por los siete mares con el Steve Zissou de Life Acuatic (que todavía intento explicarme, créanlo), ha conseguido retenerme como espectador de una de sus películas, voluntariamente y sin tener que estar atado a la butaca por mis obligaciones profesionales.
Vamos que he visto El fantástico Mr. Fox con gusto, me lo he pasado bien, y hasta me he reído unas cuantas veces. Y tampoco es que yo sea precisamente un aficionado al cine de animación con animalillos antropomórficos. Más bien al contrario…
Intuyo que Dahl , su originalidad y talento, tienen mucho que ver con ello, o quizá se trata simplemente de que a ratos entiendo y empatizo con ese señor Zorro que nos define a todos un poco, o por lo menos define en lo que nos estamos convirtiendo: somos animalillos domésticos que en cierta ocasión ya lejana (me encantó la aparición del lobo), fueron salvajes (o si lo prefieren, jóvenes y rebeldes dispuestos a pasarse por el forro lo que fuera menester). El final de la historia (ahí va un amago de SPOILER) me recuerda Zombi, de George A. Romero, y no sólo por el escenario, sino por lo que significa: el nuevo altar al que acudimos para quemar miserablemente nuestro reducido tiempo libre y dejar que las cenizas se alcen al cielo cual ofrenda a los dioses es un supermercado bien nutrido, lo cual habla mucho y mal de la civilización de nenazas biencebadas en que se ha convertido el primer mundo y sus autoagasajados habitantes.
Por otra parte, imagino que el realizador se ha sentido a su vez identificado con el hijo del Señor Zorro, el pobre adolescente incomprendido que intenta encajar sin conseguirlo con un calcetín en la cabeza a modo de pasamontañas y no acaba de entender por qué su talento natural no es reconocido universalmente, lo cual, unido al bailoteo que se traen sus hormonas, lo tiene bastante mosqueado. Su relación con el primo Kristofferson proporciona algunos momentos ciertamente hilarantes por cercanos a cosas que hemos visto o vivido de cerca: ni un campo de entrenamiento de marines es tan eficaz como la familia para poner al día nuestro instinto de supervivencia …
Creo que la película saca el máximo partido a su puzzle de propuestas y Anderson acierta finalmente con una historia que parece hecha a medida para que el hombre pueda jugar a construir su puzzle de referencias visuales y musicales.
Por otra parte, su señor Zorro tiene la voz de Clooney, pero el espíritu del personaje me recuerda más a los papeles de golferas elegante y despreocupado que tan bien encarnó Cary Grant en sus mejores películas. Atrapa a un ladrón de Hitchcock se estaba proyectando en el patio trasero de mi cabeza al mismo tiempo que veía la película de Anderson, y aunque no está en la naturaleza de este director sacarse de la manga algo parecido a Luna nueva de Howard Hawks, algunas de las argucias de Mr. Fox para salirse con la suya a espaldas de su mujer y especialmente su relación con esa especie de Sancho Panza peludo que ejerce como su socio en el crimen (genial el gag visual de los ojos, por cierto), me recordaron el personaje del parlanchín y liante periodista en esa comedia de los años 40.
Lo que en mi opinión le falla a la película empieza a manifestarse tras la inundación de sidra en los túneles, cuando de repente el asunto entra en una abigarrada sucesión de secuencias de acción que no añaden nada realmente humorístico al asunto, y lastran el desarrollo humorístico de los personajes. Las persecuciones en moto y demás intentos de añadir naturaleza trepidante al desenlace son en general bastante ajenas al desempeño de personajes e historia en el primer y segundo acto del relato.
Por otra parte, y en lo referido a las voces, Clooney, Meryl Streep y Bill Murray son buenas opciones, pero volver a poner a Willem Dafoe en el papel del villano Rata me parece un tópico que pone otro clavo en el ataúd de la carrera de este excelente actor, totalmente desaprovechado por Hollywood. Dafoe tira de lo obvio y de la autoparodia para darle vida a un personaje cuya salida del relato es bastante estulta y abre paso a esa tercera parte de la que hablo, bastante menos interesante que el resto de la película.
No obstante, por las dos primeras partes de la fábula, y por el intento de ponerle un poco de vitriolo a las películas con animalejos aquejados de antropomorfismo, creo que El fantástico señor Fox es una buena opción para ir al cine esta semana, con o sin el pretexto de llevar a hijos o sobrinos a verla, porque es de dibujos animados, cierto, pero tiene muy mala leche entre líneas y en algunos momentos, y eso siempre es grato reconocimiento a la inteligencia del espectador… sea éste o no un animalillo camino de la domesticación absoluta.
¡Qué buenos tiempos aquellos cuando todavía robábamos gallinas!
Miguel Juan Payán
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