Crítica de la película Green Book
Una de las mejores nominadas al Oscar de este año. Mortensen y Alí brillantes.
A priori, The Green Book tiene todos los elementos para ser una película interesante. Pero también podría haber sido una acumulación de tópicos. No lo es. Es una historia de carretera, fábula de itinerario en el que el viaje de los dos protagonistas sirve como reflexión del viaje de los Estados Unidos por el pedregoso sendero del racismo en los años sesenta. Podría haber sido una película-discurso, de esas que nos enchufa el cine estadounidense a modo de reflexión sobre la falta de igualdad de una sociedad peleada consigo misma -no se hagan ilusiones, esto de la discriminación es cardo que crece en todas partes con pasmosa facilidad, por mucho que nos engañemos pensando que es problema de otros-, pero no lo es. No lo es por varios motivos.
El primero es la humanidad cercana con la que Viggo Mortensen, nominado al Oscar como mejor actor, dota a su personaje desde cada gesto hasta cada palabra del diálogo, sin caer en ningún momento en el pozo del melodrama. Otro tanto puede decirse de la forma en la que Mahershala Ali pone en pie una interpretación que consigue distanciarse de sus anteriores trabajos, sin renunciar a mantener en este personaje una clave que pienso define no sólo el tema de este largometraje, sino toda la galería de personajes del actor: la dignidad. No es tema fácil pero el dúo formado por Mortensen y Ali lo convierten en un mensaje claro y sencillo para el espectador sin tener que subirse a ningún púlpito ni prostituir el tema convirtiéndolo en rehén del melodrama. Basta en reparar en cómo no cargan las tintas en la alusión navideña o en el tema de la sauna, o en la forma en que se trata cómo esos dos personajes van acercándose en momentos concretos de la trama, sin alardear de emotividad en los puntos de giro del guión, para darse cuenta de ello. Pero pondré un ejemplo para dejar más claro como no tiran a la primera de cambio del discurso lacrimógeno o del alarde victimista: la escena en la que el coche falla y paran frente a una plantación donde están trabajando un puñado de afroamericanos, o la escena en la que Don Shirley intenta sobornar a Tony Lip con más sueldo cuando teme que le abandone son dos modelos de cómo contar una historia dejándole espacio al público espacio para que reflexione por sí mismo sobre el tema que propone la película.
Son los actores y la manera de contar esta historia la que consiguen que el tema de la película sea la dignidad y no el racismo. La película no duda en meterse de lleno en una red más compleja de encrucijadas para los personajes mostrando esa sociedad peleada consigo misma de la que hablaba, donde la discriminación por raza, clase social, sexo y orientación sexual son el nudo gordiano que se le plantea a los personajes.
Miguel Juan Payán
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