Crítica de la película Heat de Michael Mann
Director: Michael Mann; Interpretes: Al Pacino, Robert De Niro, Tom Sizemore, Val Kilmer, Ashley Judd, Hank Azaria, Wes Studi, Jon Voight, Danny Trejo, Natalie Portman ; Año de producción: 1995; Nacionalidad: USA; guión: Michael Mann; Director de fotografía: Dante Spinotti; Banda Sonora: Elliot Goldenthal; Color; Duración: 170 minutos.
En un suburbio de Los Angeles un furgón blindado recorre varios tramos de la autopista sin que ninguno de sus ocupantes sospeche que van a ser víctimas de una emboscada mortal. En una intersección del recorrido, al amparo de un puente, varios hombres enmascarados que se mueven con la precisión propia de un grupo de combate de elite ha preparado todo para detener el vehículo de la forma más expeditiva posible,. En cuestión de segundos el furgón es atacado con un potente explosivo que hace que su conductor pierda el control. La secuencia es vertiginosa, y en un abrir y cerrar de ojos los hombres armados que esperaban ocultos consiguen acceder al interior del furgón y robar todo su contenido. Mientras tanto, en el exterior, los empleados de la empresa de seguridad levantan las manos aturdidos por el efecto de la explosión y sin saber muy bien lo que está ocurriendo. En ese momento todo lo que parecía una operación cuidadosamente milimetrada parece irse de las manos: uno de los atracadores se encara con los vigilantes y desata un fugaz arrebato de furia que culmina cuando abre fuego contra uno de los hombres desarmados y atónitos. Los compañeros del hombre que ha hecho los disparos no pueden evitar el fatal desenlace, pues en ese momento, tras eliminar a los que pudieran actuar como testigos, se afanan por iniciar la huida. Cuando finalmente consigan desparecer en medio del endiablado tráfico de la ciudad llevarán consigo millones de dólares en valores negociables en la bolsa y habrán dejado a su paso un reguero de muertos.
Algún tiempo después la policía acordona la escena del crimen con el propósito de encontrar pistas que les lleven hasta los delincuentes que han perpetrado el atraco. Salta a la vista que se trata de un grupo altamente jerarquizado y que sus miembros han planeado cada detalle con absoluta precisión. A pesar de las reticencias de los oficiales de la policía local, será el teniente Vincent Hannah, un experimentado miembro del FBI, quien se encargue de la investigación. Para Hannah, que antes ha desarticulado a varios grupos criminales que operaban en Nueva York y Chicago, el atraco tiene el sello de los auténticos profesionales, y precisamente por eso le llama la atención el desenlace del mismo. En su fuero interno, Hannah empieza a sospechar que pese a su aparente perfección, algo en el golpe no ha salido como estaba planeado.
Mientras tanto, en otra parte de la ciudad Neil Mc Cauley se reúne con sus hombres una vez que estos han borrado todos los indicios que podían relacionarles con el golpe. Tras pasar varios años en una cárcel de máxima seguridad, Neil es el cerebro de una banda dedicada a cometer espectaculares atracos en los que el beneficio siempre supera los riesgos. Todos los miembros del grupo son hombres de su más absoluta confianza; todos menos uno, el que ha asesinado a sangre fría a los ocupantes del furgón blindado. Contratado para un solo trabajo, ese hombre violento e irreflexivo que responde al apodo de Waingro no ha sido capaz de comprender las normas que rigen los mecanismos internos del grupo, y esa falta de profesionalidad que se traduce en un gusto excesivo por apretar el gatillo, será lo que marque su destino, ya que en su fuero interno Neal no consiente el asesinato gratuito. A la equivocación que supone haber contratado a un hombre incapaz de situarse a la altura de las circunstancias se sumará un caprichoso giro del destino que permitirá que en el último momento Waingro escape con vida convirtiéndose desde entonces en una amenaza para todo el grupo. Sin embargo, el mayor peligro para Neil y sus hombres será Vincent Hannah, quien a pesar de soportar en su propio hogar las tensiones de una vida familiar que se desmorona a causa de su excesivo celo profesional será capaz de organizar el cerco que se cierne en torno a Neal mientras este intenta organizar en tiempo record un último golpe y mientras comete otro error, quizás el más imperdonable de todos, y se enamora de una joven solitaria y melancólica a la que ha conocido en una librería.
Con una carrera profesional que en un periodo cercano a veinte años le había llevado a alternar el cine con la televisión, donde desempeñó funciones de guionista y de director de algunos capítulos de la mítica Starsky y Hutch antes de dirigir la no menos legendaria Corrupción en Miami, Michael Mann consiguió llamar la atención del público y de las grandes productoras en 1992 de la mano de su peculiar, violenta y crepuscular adaptación del clásico de la literatura americana El último mohicano. Sin embargo, y pese al éxito de esa película que bien pudiera aspirar a reescribir las normas del cine de aventuras, el principal interés de Mann como director no eran las épocas pretéritas, sino el presente, y de manera más concreta el presente de un país como Estados Unidos en el que la delincuencia adopta múltiples y sofisticadas variantes.
Con esa concepción del crimen como elemento de la vida cotidiana, Mann había escrito en 1976 un primer borrador de lo que casi veinte años se convertiría en Heat, una de las películas más ambiguas y profundas del cine americano de los 90 que pese a la complejidad de su guión supo conectar con el gusto del público mayoritario, si bien es cierto que para compensar los riesgos que suponía la negrura y el pesimismo que recorren de principio a fin de sus casi tres horas de duración ideó una brillante campaña publicitaria basada en el hecho de hacer que dos gigantes de la talla de Robert De Niro y Al Pacino, tanto monta, monta tanto, encabezaran el reparto dando vida a lo que en realidad no es sino una visión dual del mismo tipo de hombre obsesionado con su trabajo y con las normas no escritas que rigen la vida a uno y otro lado de la ley.
Provista de una desacostumbrada densidad narrativa en cuyo guión se equilibran historias paralelas que la sitúan al nivel de otros “dramas criminales” como El Padrino, Heat ofrece al espectador un pormenorizado retrato de dos formas de concebir la vida que pese a las apariencias guardan muchos puntos en común. Y lo hace respetando todas las claves del género negro previamente actualizadas en una estética contemporánea y sobria que consigue inusitadas cotas de realismo; ese realismo de las secuencias de acción que acercan el cine a la textura de las noticias sobre atracos o enfrentamientos armados de todo tipo recogidas a pie de calle por esforzados reporteros.
Articulada sobre dos ejes que discurren de manera simultanea, Heat habla de lealtad y de traición, de amistades llevadas al límite, de la ambigüedad de matrimonios que se rompen mientras sus componentes aún observan, pese a todo, un insólito vínculo de complicidad, de honor de ladrones y de la soledad del policía endurecido por todo cuanto ve, de la mutua necesidad de empezar una nueva vida a todas luces imposible y, sobre todo, de la indudable y férrea afinidad que surge entre dos hombres enfrentados por distintas concepciones de la acción. En su conclusión, Michael Mann hace del duelo épico un reconocimiento entre iguales De principio a fin, bajo la apariencia del gran espectáculo cinematográfico, este director dotado de un excepcional talento para la puesta en escena demuestra que también tiene algo que contar; algo íntimo y desalentador que hunde sus raíces en el más profundo pesimismo existencial.
A. Batlen
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