Tony Scott despacha una nueva entrega de cine de explotación con vocación de consumible para acompañar las palomitas y no pararse luego a pensar mucho. Él cita Tiburón como referente –por citar que no quede-, pero está claro que la naturaleza de esta su bestia sobre raíles es más cercana a productos como Speed…. Puro blockbuster, entretenida pero previsible y demasiado pegada a la fórmula del cine tipo montaña rusa, aunque con menos curvas y trepidación de lo esperado.
Trailer
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Su solvencia le viene precisamente por el camino de dos de sus actores, que tienen tal facilidad para sostener con elegancia sus personajes sin dejar de ceñirse a la fórmula y el tópico que uno podría caer en la trama de pensar que su trabajo es sencillo. Nada más lejos.
A Denzel Washington y Rosario Dawson les cae encima el marrón de tener que solventar personajes de un carácter extremadamente tópico, cosa que hacen tirando de astucia tanto como de talento. Washington se reedita a sí mismo, pero no al estilo De Niro, más propenso a la autoparodia y peligrosamente inclinado a vivir de las rentas, sino con total convencimiento y entrega a un personaje que es puro boceto que él llena y habita como si fuera una criatura de Shakespeare, aunque sea pura fórmula hija de las circunstancias y el cine de explotación. El actor es perfectamente consciente de que en el fondo el protagonista de la función es el tren destructor que avanza sin conductor y lo suyo es prácticamente un cameo como estrella, y como además conoce perfectamente al director y sabe cuáles son sus claves y registros, es muy posible que incluso pueda ver la película ya montada en su cabeza. Aplicando todo ese conocimiento, Denzel Washington construye a su héroe de la calle, clase currante, con una solvencia envidiable y una economía de medios impagable. No hay un solo gesto fuera de lugar, y sí una gran humildad para ponerse a un lado a ver pasar el tren y aparecer sólo cuando se le pide. Algunos dirán que Washington repite el papel de Pelham 1,2,3, y se estarán equivocando lamentablemente. No es la misma cosa, ni de lejos. En Pelham todo recae al cincuenta por ciento entre él y Travolta, es una película más cercana a otra colaboración del actor con este mismo director, Marea roja (si bien que sensiblemente inferior a aquella, todo hay que decirlo). Este caso es distinto: es todo fórmula de acción, incluso desde su cartel anunciador. No pretende engañar a nadie: va a lo que va sin pararse a pensar o desarrollar otras cosas. Todo muy funcional, todo muy formulario, todo predecible, pero igualmente todo moderadamente entretenido. Que eso pueda darle un cierto aire de telefilme a todo el asunto no lo voy a negar. A ratos pareciera que estamos viendo una de esas películas cocinadas para la televisión y destinadas al consumo en la sobremesa televisiva. Pero ello no significa que no mantenga bien el tipo como vehículo para pasarse la tarde en el cine echando el rato a base de ver cómo otros prójimos lo pasan mal en la pantalla grande.
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En cuanto a Rosario Dawson, saca petróleo de un papel que no es prácticamente nada, puro recurso secundario, un apoyo de segundo nivel al que vemos venir de lejos y que automáticamente podría convertirse en elemento prescindible en otras manos. No es el caso, porque merced al trabajo de la actriz consigue rebañarle protagonismo y momentos de peso dramático en la trama al que se supone que es el co-protagonista masculino del asunto, un Chris Pine que es mejor actor de lo que le dejan demostrar en esta ocasión y aquí cae en la trampa de posar y convertirse en un cromo. Que la historia de su personaje se narre simultáneamente al mismo tiempo que una de las escenas de acción clave de la película, como si fuera un adorno secundario mientras él le cuenta su peripecia personal y el motivo de la orden de alejamiento que ha pedido contra él su compañera sentimental, es una muestra palpable de dos cosas. La primera: que o bien Chris Pine es un poco tontarras para dejarse colar ese personaje en la filmografía, porque esa escena es muy reveladora del papel de cromo de Hollywood que le han enchufado, o bien se ha dejado liar por su agente y por la cifra del cheque que le han ofrecido a cambio de personificar a esta especie de sombra de héroe. La segunda: que a Scott lo que le interesaba de verdad era el tren lanzado a toda pastilla, así que debió acordarse de lo que le dijo su hermano Ridley al encargado del casting del primer Alien, algo así como “búscame actores que sepan actuar solitos y no necesiten ayuda porque yo quiero centrarme en el ambiente, la luz, los decorados…”. Lo cual que Denzel y Rosario se las apañan muy bien solos para currarse sus papeles, pero el amigo Pine necesita más dirección de actores, y anda algo perdido. Si no es bobo se habrá dado cuenta de que el motivo central de su personaje, la explicación del mismo, está metida con calzador en la trama como convidada forzosa de un momento trepidante.
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Lo lógico sería preguntarse si no será que el papel de Pine es totalmente prescindible, pero ese tampoco es el caso, o al menos no del todo. Verán ustedes: es prescindible desde el punto de vista narrativo (vale que la película es adaptación de un hecho real, pero no me vengan a decir ahora que el cine no cambia la realidad cuando le conviene para ajustarse a las necesidades de la ficción, y ese personaje es una reiteración innecesaria del de Washington desde el punto de vista de guión). Pero no es prescindible en absoluto si uno está pensando con la mente de una productora que quiere llegar al mayor número de espectadores posible porque se ha gastado una pasta en el asunto. Me explico: necesitan a un héroe juvenil para atraer al público juvenil, y con Pine consiguen a las mozas y de paso no es molesto para los mozos. Luego tenemos a Rosario Dawson para reforzar el gancho del caramelo de cara a las féminas. Y para redondear la jugada, nada como asegurarse al público de más de cuarenta metiendo en el ajo a Denzel, que es solvente como pocos para personificar al tipo normal y corriente metido en un lío de mil demonios del que sale con un par, al estilo de una especie de John Wayne pero más progre y demócrata que republicano y derechista, esto es, con valores humanistas a cuestas y sin soflamas patrióticas. Denzel lo lleva haciendo toda la vida, y el tío es muy competente en ese registro.
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Eso sí, en el final se les ha ido la mano y además se le cae la careta a todo el asunto, que por otra parte es tan fiel a la fórmula y tan previsible que se le puede seguir la pista cronometrando lo que va a ocurrir en cada una de sus partes, sin equivocarnos. Primer acto: el país de los tontos, dicho sea de paso, vinculando la torpeza a un tipo de aspecto físico determinado, de manera que nadie pueda llamarse a engaño al identificar quién es el tarugo que va a liarla parda. Si amigos, es ése, el tipo con sobrepeso y pinta de brutote, una especie de versión adulta del maltratador habitual de la escuela primaria, más o menos. Primera parte del segundo acto: dedicado a la incompetencia de las instituciones, en este caso de la empresa de ferrocarril, para solucionar la crisis. Segunda parte del segundo acto: ¡Apocalipsis! ¡Oh, Dios mío, vamos a moooriiiir! Tercer acto: el momento de los héroes machotes de la calle que salvan el día y de paso solucionan todos sus problemas laborales y personales de una tacada a poco que se descuiden (nota para el guionista: no olvidarse de meter el tema del paro por algún sitio, que estamos en crisis).
Bueno, por ese camino morirá alguien, pero ¿quién dijo que no habría daños colaterales?
Junto con todo lo anterior hay sin embargo algo que me ha encantado porque es todo un discurso del mundo de sinergias en el que vivimos e incluso estamos atrapados: cómo bajo el pretexto de adaptar un suceso real y ganar credibilidad para el asunto a modo de falso reportaje tirando de los informativos como elemento de verosimilitud sociocultural que nos narra parte de la historia la cadena Fox se hace una publicidad de lujo como portavoz de la actualidad más candente y trepidante.
En serio, eso me ha encantado. Es genial. Me quito el sombrero.
Miguel Juan Payán