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sábado, mayo 18, 2024
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Infiltrados en clase **

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Infiltrados en clase es una gamberrada entretenida con algunos golpes de humor y autoparodia divertidos.

El gran acierto de este remake cinematográfico de la serie Jóvenes policías que lanzó a la fama a Johnny Depp consiste principalmente en no tomarse en serio. La autoparodia es el arma secreta de Infiltrados en clase, que sabedora de la imposibilidad de que actualmente alguien se tome en serio el presupuesto argumental de partida –dos policías de más de veinte años son devueltos al instituto como agentes infiltrados para investigar delitos en ese entorno juvenil-, deciden sacar todo el partido jocoso que tiene el disparate acumulando momentos de reconocimiento del absurdo del mismo que acaban por hacer que el público acepte la película como lo que es: principalmente una gamberrada concebida especialmente para público juvenil, difícil de digerir por mayores de treinta años, pero igualmente entretenida para todos los públicos. Tal y como suele suceder en este tipo de proyectos, algunos gags funcionan mejor que otros. Además le sobra todo el rollete romántico de uno de los protagonistas (hagamos memoria: ¡en Desmadre a la americana y la saga de Porky´s no había rollete romántico, sólo sexo). Le sobra también ese empeño, totalmente absurdo, de que los protagonistas ajusten cuentas con su pasado y sean “mejores” que cuando empezó la trama, consiguiendo el “éxito”. Pero vamos a ver: ¿no habíamos quedado en que eran dos friquis en el principio del relato? ¿Acaso no debe ser la comedia gamberra esencialmente rebelde con lo establecido, respondona con lo previsible y fundamentalmente revolucionaria contra la realidad? Pues entonces ¿a qué viene convertir a estos dos impresentables en tipos de éxito, gente “respetable”, integrados en su profesión? Vuelvo a remitir a Desmadre a la americana y Porkys, pero por si eso no basta, repasen las series de animación de la televisión: Los Simpson, South Park, Padre de familia…. ¡Beavis y Butthead! Esa insistencia en acabar integrando a los personajes en el éxito de las comedias norteamericanas para público juvenil supongo que está motivada por el adocenamiento y la falta de personalidad que propicia en las mismas la exigencia de aplicación de fórmulas por parte de los directivos de la industria norteamericana, totalmente legos en la creación cinematográfica propiamente dicha.

A pesar de la insistencia en la fórmula de domesticación del gamberrismo y de su reincidencia en algunos tópicos, Infiltrados en clase tiene algunos momentos de sátira moderada pero eficaz en la que se ríe de la corrección política, esa peste social que corroe y pudre los cimientos de nuestra sociedad desde hace unos años y le está robando la personalidad a tantas creaciones de ficción, además de instalarse como ejemplo de un despotismo ilustrado particularmente nocivo para los individuos que por otra parte está mutilando sibilinamente las posibilidades de una auténtica madurez de nuestra civilización en referencia a los conceptos que dice defender. Los chistes sobre discriminación en positivo en referencia a mujeres, negros y homosexuales son tibios, suaves, casi temerosos, pero dejan cierta huella en la historia, del mismo modo que las bromas sobre el tipo de cine de acción estilo blockbuster que queda ridiculizado en el gag de las explosiones durante la secuencia de persecución en la autopista y en ese tiroteo final desde las limusinas.

Hay que decir que además la película hace mofa y befa sistemática de la serie de televisión en la que se basa, no sólo en sus diálogos, sino en alguna de sus sorpresas finales con estrella incluida, y sobre todo en el mejor personaje de toda la peripecia, el capitán “negro y cabreado”. Le da vida a ese personaje, resumen de tantos otros tópicos del cine de acción de los ochenta y noventa un Ice Cube totalmente entregado a la causa que les roba a los dos protagonistas todas y cada una de las escenas que comparte con ellos. Tiene además una de esas frases lapidarias contra la doctrinaria corrección política hablando de la raza del joven muerto, entre otras cosas. A eso hay que añadir la broma sobre la costumbre de reciclar productos de décadas anteriores del cine y la televisión actuales, una falta de originalidad que incluye uno de los diálogos del superior de los dos protagonistas en la comisaría, aludiendo a la poca originalidad de retomar el proyecto de investigación policial en institutos denominado 21 Jump Street (el título de la serie original que protagonizara Johnny Depp).

A fuerza de ser sincero tengo que reconocer que, como me ocurre habitualmente con algunos otros cómicos norteamericanos con los que la gente suele partirse de risa (Steve Martin, Chevy Chase, Rob Schneider… a éste último no lo trago, porque además de no hacerme gracia me da mal rollo, francamente), el amigo Jonah Hill nunca me ha parecido especialmente desternillante, y aquí tampoco, por mucho que se haya puesto de moda. Pero igualmente reconozco que me esperaba algo más doloroso, tipo las dos entregas de los insufribles Ángeles de Charlie, pero al final me ha resultado más entretenida y hasta me he reído con algunos golpes. Eso ya es mucho, tratándose de una comedia americana de fórmula y concebida esencialmente para público juvenil.

Ahora bien, les propongo un ejercicio: imaginen esta misma película sin hacer concesiones, imaginen al gran John Belushi (Blutarsky) por ejemplo junto al gamberro Bill Murray (el profesor Venkman, cazafantasmas) en los papeles principales y totalmente desatados, y díganme si el resultado final no se les antoja más hilarante y lo que es aún más importante: más irreverente.

Para eso está la comedia para ser irreverente, no para dejarse domesticar por fórmulas o repartir mensajes de superación personal.

Como dice Belushi/Blutarsky en Desmadre a la americana: ¿Acaso nos rendimos cuando los alemanes bombardearon Pearl Harbor?

Pues eso.

Miguel Juan Payán

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