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domingo, mayo 5, 2024
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Sombras tenebrosas ***

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Sombras tenebrosas, irregular parodia del cine de terror con una genial Eva Green. Tim Burton monta su circo de miedo y risas con Johnny Depp.

Empezaré por lo más positivo: Eva Green y Michelle Pfeiffer se llevan la palma. Además hay momentos de sátira muy curiosos, como el relacionado con la publicidad y Mefistófeles. Es entretenida. Johnny Depp se lo debe haber pasado muy bien interpretando “su” versión de Barnabás Collins. Y como todas las películas de Burton tiene numerosos anzuelos de corte eminentemente estético y visual que nos mantienen pendientes de la trama esperando que surja la sorpresa en cualquier esquina del relato.

Más que un remake del culebrón televisivo Sombras en la oscuridad propiamente dicho, la última película de Tim Burton toma el camino de la parodia para mezclar el género de terror en su clave más gótica y setentera con un intento de construir una comedia. Pero el problema es la ambigüedad que mantiene todo el largometraje, sometiendo al espectador a un cambio constante de registro que va de lo trágico –el pasado de Barnabás Collins, el vampiro protagonista interpretado por Johnny Depp-, a lo siniestro, introduciendo además una trama romántica de “amour fou” no correspondido en la que reina como gran protagonista, configurándose como lo mejor de toda la película, una fantástica Eva Green. Todo ello complementado con toques de humor que satirizan personajes y situaciones. Una buena muestra de esos bandazos que provocan la irregularidad de la película la encontramos en la escena que sigue al “despertar” de Barnabás: tras una secuencia sangrienta, rápidamente llega el primer chiste claro de la trama (¡Mefistófeles!) que de paso sirve para hacer una recaudación de publicidad en clave product placement bastante obvia, incluso diría que descarada, algo que no me parece mal, sino todo lo contrario. Siempre aplaudo la caradura a la hora de perpetrar estos ejercicios recaudatorios.

Que Eva Green, con su personaje de bruja, sea capaz de devorar todo lo demás –excepto a la gran, siempre impresionante, Michelle Pfeiffer-, no me ha extrañado. A Tim Burton le vuelve a ocurrir lo que marcó sus dos películas de Batman (donde dejando al margen el título el verdadero protagonismo reposaba sobre los supervillanos, Joker, el Pingüino, Catwoman…), su Bitelchús y su Planeta de los simios. Los antagonistas le interesan más como personajes que los protagonistas, e inevitablemente se inclina, quizá sin proponérselo, a restarles brillantez a estos últimos en beneficio de los primeros. Eva Green tiene aquí espacio sobrado para lucirse en un papel de villana sexy capaz de competir con la Catwoman de Michelle Pfeiffer, aunque cuando Green y Pfeiffer comparten escenas, saltan chispas y la cosa queda en empate, porque la Pfeiffer es mucha Pfeiffer y aquí está brillante. De hecho, Green devora al propio Johnny Depp, muy pasado de vueltas en su recreación entre bromas y veras del vampiro Barnabás Collins, pintado como una puerta, al uso de las versiones clónicas del Sonánbumo coprotagonista del clásico expresioniseta alemán El gabinete del Doctor Caligari que suele tomar como principal referencia en sus trabajos con Tim Burton. El exceso de adorno de su personaje convierte su interpretación en una especie de broma menos macabra de lo que debería. Convertido así en una especie de marioneta, la inclinación a la ternura del vampiro intentando encontrar un lugar donde dormir transforma a Barnabás en otro monstruito de peluche en la filmografía de Burton. Esa asociación visual del personaje que intenta reposar en los lugares más rebuscados mientras la anciana sirvienta no se entera de nada me hizo temer que en cualquier momento iba a escuchar a mi espalda a la típica niñata yanqui exclamando “¡so cute!”, o a la típica barbiepija autóctona diciendo: “¡Qué mono, o sea, Mary!”. Frente a eso, Eva Green se come a un Depp que empieza a resultar ya un poco cansino en su despliegue de mímica y sobreactuación. Además en la relación sentimental que acaba convirtiéndose en el epicentro del relato, desperdiciando otros temas más curiosos, como ese nexo que se establece entre la psiquiatra encarnada por Helena Bonham Carter, que me parecía un territorio más fértil que el tópico romance con la niñeta, no llega a brotar la química que llegamos a ver entre Michael Keaton como Batman y Michelle Pfeiffer como Catwoman en Batman vuelve.

Lo cual que la película está muy bien servida de actores, pero hay cierto desequilibrio y desaprovechamiento de algunos personajes y se desperdicia esa ficción de protagonismo en grupo, tipo culebrón, que parecía insinuarse al principio, con la presentación de la familia, pero desaparece en el momento en que brota en pantalla como una fuerza de la naturaleza, respaldada por el guión y por las propias preferencias de Burton a la hora de contar la historia, el personaje de Angel, encarnado por Eva Green.

La irregularidad de la película se muestra también en su manera de expresarse visualmente. Empieza con un alarde de paisajismo en un acelerado prólogo que cuenta el pasado de Barnabás a toda velocidad, y en el que la voz en off resulta un tanto molesta. Además ya en esos primeros momentos la interpretación de Depp como héroe trágico de terror gótico está exagerada en exceso y no está contrastada con algo de humor. Tocada con un tono de farsa artificial que nos saca de la película y puede resumirse en esos dos parones de contemplación de la chica a punto de tirarse al vacío, una interpretación más antinatural que sobrenatural… Tras establecer la continuidad visual de corte épico presente en el prólogo aplicándola también al viaje en tren, este ejercicio visual eminentemente paisajístico abandona la película definitivamente con la llegada de la niñera a la mansión de la familia Collins (por cierto, el día que en alguna película de este tipo vea que alguien que abre una puerta se ocupa también de cerrarla voy a aplaudir, porque lo contrario, que abran y no se ocupen de cerrar, me saca de la película).

Tras presentarnos a la familia, un grupo de personajes para el que cabría esperar un desarrollo de protagonismo en grupo al estilo del que se practica en el guión de Los Vengadores, Burton vuelve a despistarnos convirtiendo todo el asunto en esa historia de “amor loco” entre la bruja y el vampiro. Así pierde la posibilidad de desarrollar más, quizá con más humor e incidiendo más en la farsa, esos interesantes personajes que nos presentó en un principio.

Creo que hay un momento en el cual la película se convierte en algo menos ambicioso de lo expuesto en su primera parte y pierde el rumbo: es la escena de Victoria Winters y Barnabás Collins en la que pasean y charlan junto al mar. A partir de ese momento es como si la película renunciara a desarrollarse coma la deliciosa locura que habría podido ser y se convirtiera simplemente en otra historia de amor con elementos sobrenaturales de las muchas que nos despacha el cine de hoy en día. El desenlace es también un ejercicio de espectáculo visual que no aporta nada a la filmografía de Burton, al que he visto en esta ocasión más inclinado a correr pocos riesgos y quedarse en lo superficial, caer en el chiste fácil –Alice Cooper confundido con una mujer muy fea por Barnabás y reclutado para darle un aire de videoclip ochentero a una parte del relato-, y buscar asociaciones sencillas de corte musical que ciertamente son pertinentes para situarnos en la época setentera en la que se desarrolla el relato, pero aportan poco más que esa ubicación eminentemente cronológica al relato. Como ejemplo de ello bastacomparar el uso que hace Burton en esta película del impresionante tema Noches de blanco satén, de los Moody Blues con la utilización mucho más rica y evocadora que hace de ese mismo tema Rob Zombie en Halloween II

Miguel Juan Payán

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