Crítica de la película Invictus
Invictus supone un cambio importante en la carrera de Clint Eastwood como director, un nuevo rumbo en mi opinión, comparable al que experimentó en su día con la sorprendente y desconcertante Medianoche en el Jardín del Bien y del Mal. Estamos ante un vuelco estilístico, y, lo que es más destacable, un llamativo cambio argumental. Pero sin duda, lo mejor, es que el nivel de su obra no se ha resentido. Invictus es una película estupenda.
Pero trata sobre el perdón, representado en esa figura icónica en la que se ha convertido Nelson Mandela. Efectivamente, varias de las anteriores y exitosas películas del cineasta trataban sobre la venganza, obras sin duda beneficiadas por las posibilidades que ofrece un tema tan visceral. Pero, no lo neguemos, el perdón vende menos, y ésa puede ser, en mi opinión, la razón por la que la película ha sido recibida por la crítica con menos entusiasmo que otros anteriores trabajos de un cineasta que, toque el tema que toque, lo hace con una maestría indudable. Invictus carece de la energía y de la contundencia de Mystic River o Gran Torino, pero no por ello resulta menos estimable. Es más reposada, más tranquila, casi como la figura del propio Mandela. Y es que la historia que cuenta así lo requería.
Cint Eastwood, republicano recalcitrante, nos muestra alguno de los mayores actos de generosidad que se le conocen a un ser humano, y retrata la imponente figura de alguien que tras casi tres décadas encerrado injustamente en una mínima celda fue capaz de perdonar a todos aquéllos que provocaron su cautiverio. Todos estamos convencidos de que el director no hubiese actuado precisamente así si estuviese estado en la piel de Mandela, pero ni él ni probablemente muchos de nosotros. La figura de Eastwood, puesta en duda ahora que se ha editado en nuestro país una biografía no precisamente amable, se engrandece con semejante retrato, tan generoso, tan veraz y tan edificante para quien por un momento haya dejado de creer en la condición humana.
Como todo el mundo sabe, Invictus se basa en El Factor Humano, el libro en el que John Carlin recogió las intensas fechas en las que en Sudáfrica se disputaba la Copa del Mundo de Rugby, en 1995, apenas cuatro años después de que Nelson Mandela fuese elegido presidente del país en sus primeras elecciones democráticas bajo un sufragio universal. La película cuenta la disposición de Mandela a ser el presidente de todos sus compatriotas, negros y blancos, a pesar de la segregación racial que éstos habían practicado contra aquéllos, y que provocó el encierro del propio presidente. Se nos muestra que el deporte, contra la opinión de muchos, es un imparable fenómeno de masas capaz de aglutinar a gentes de muy distintas convicciones, y de promover la unidad de un país tan dividido como aquella Sudáfrica de los años 90.
La película se divide entre los pasajes en los que el nuevo mandatario toma posesión, y los que reflejan los intensos partidos que llevaron al país a proclamarse campeón del mundo. En mi opinión son los primeros los que demuestran, una vez más, el buen hacer de Eastwood tras las cámaras, gracias a su excelente ritmo narrativo (que para nada se resiente de la reposada trama que se nos cuenta), mientras que a la hora de filmar esos partidos cae en la reiteración y en los tópicos tantas veces vistos en las películas deportivas (las arengas desatadas, el plano a cámara lenta mientras el balón surca los aires…). Pero a pesar de esa irregularidad, el resultado final es una película preciosa, emotiva, y que cuenta con esa solvencia que presentan todos los biopics que Hollywood produce, aunque en este caso se nos cuente sólo un periodo muy concreto en la vida del protagonista.
Mención especial merece el gran Morgan Freeman, quien se mete en la piel de Mandela con una sutileza impecable, sin que dejemos de ver al actor que tantas veces nos encandiló, pero detectando al mismo tiempo el temple del hombre al que interpreta, con su exquisita educación, sus gestos de complacencia y su infinito liderazgo. Por su parte, Matt Damon tampoco defrauda, en un papel más asumible como es el del capitán de la selección de rugby.
Lo que no acierto a comprender es la ausencia de esta película en la terna de nominadas, sobre todo este año en el que el número de aspirantes es de diez. Me cuesta creer que las nominadas que están pendientes de estreno aquí sean mejores que Invictus, aunque tendremos que esperar para comprobarlo. Lo que tengo claro es que Distrito 9, Un Tipo Serio o Malditos Bastardos son estupendas películas, pero inferiores en mi opinión a ésta. Pero es de esperar que Morgan Freeman logre el premio al mejor actor.
Hay historias que deben de ser contadas en una película, y si el responsable de hacerlo es alguien con el talento de Clint Eastwood, mejor que mejor. Eastwood, como Mandela, es el amo de su destino, el dueño de su alma, la que le lleva a filmar como los más recordados clásicos, y es que, para mi, es el último clásico de Hollywood.
Santiago Vázquez Gómez