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viernes, abril 26, 2024
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UN EXTRAÑO EN MI VIDA; Y otro, detrás de las cámaras…

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Hay cineastas que permanecen en el olvido a pesar de habernos dejado alguna que otra obra maestra. Es cierto que aquéllos de quienes siempre nos acordamos presentan una filmografía grandiosa, imponente, con multitud de películas indiscutibles. Alfred Hitchcock, Billy Wilder, John Ford o Howard Hawks estarán siempre en toda lista de ilustres del cine que se precie. Richard Quine no, y puede que justamente. Su filmografía, como la de otros muchos, no está repleta de obras maestras, pero ello no significa que no merezca la pena acordarnos de ellos, recuperarles, porque alguna maravilla sí tienen. Un Extraño en mi Vida demuestra que Quine era capaz de estar a la altura de los más grandes, aunque nadie se acuerde hoy de él.

Extraños Cuando nos Conocimos, es el título de la novela de Evan Hunter que Richard Quine adaptó en su película de 1960, y que aquí conocimos como Un Extraño en mi Vida, que se estrenó en España en 1964, relegada por su supuesto atrevimiento argumental, inaceptable en principio para la rígida censura. Pero afortunadamente, el cine Callao, de Madrid acogió el estreno de una obra maestra indiscutible, de visión obligada para todos aquellos que amen el cine, aunque su director sea para ellos un auténtico extraño.

 

Estamos ante una historia de amour fou, una locura de romance protagonizada por dos astros como Kirk Douglas y Kim Novak, en lo que, en mi opinión, constituyen los mejores trabajos de sus carreras, lo cual tratándose de gentes con sus currículums no es decir poco. Los dos realizan una interpretación sublime, encajando a la perfección en sus complicados registros.

La primera referencia que uno tiene tras ver Un Extraño en Mi Vida es Breve Encuentro, la maravilla dirigida por David Lean en 1945, pionera quizás en mostrar en el cine una historia de amor adúltera sin complejos. Pero Quine fue mucho más allá que el maestro Lean, mostrando la pasión, la lujuria, la tentación de los protagonistas de una manera salvaje, casi esquizofrénica, a lo que, como decía antes, ayudaba sin duda la genial interpretación de los protagonistas.

Y ojo, que teniendo en cuenta la época de la que hablamos, todo ese desenfreno pasional se muestra con miradas, con ácidos diálogos, con insinuaciones, para que nadie piense que el olvidado director desafió a su tiempo con escenas eróticas o atrevidas. Era un tiempo en el que el talento era capaz de mostrar mucho más que quienes hoy en día son absolutamente explícitos.

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Kirk Douglas es Larry Coe, un arquitecto de éxito que conoce, en la primera escena de la película, a Maggie Gault, una mujer que no es feliz en su matrimonio, a pesar de que aparentemente tiene todo lo que podría desear: un marido de importante status, un hijo, una posición…Pero ya en la parada del autobús en donde los dos protagonistas se conocen se intuye la infelicidad latente en la figura de Maggie, quien lucha contra la atracción que inmediatamente siente hacia Larry.

 

Vista hoy, Un Extraño en mi Vida aparece como el principal referente de dos de las mejores películas que uno ha podido ver en el cine en los últimos tiempos. Ese barrio residencial magistralmente filmado por Richard Quine, con novedosos recursos estilísticos para la época (los constantes planos horizontales, los planos altos que descienden paulatinamente y que hacen que nos acordemos de la pluma que cae hasta Forrest Gump…) remite sin duda a American Beauty y a Juegos Secretos, esas dos maravillas de Sam Mendes y Todd Field. Como ellos no hace mucho, Quine nos mostró en los 60 un barrio en el que toda la felicidad que suponemos inherente a la existencia de sus habitantes no es real, sino que varios de ellos se ven atrapados en una existencia menos idílica de lo que uno espera visto ese estrato social. El dinero, la familia, pueden no ser suficientes, cuando descubres al llevar a tu hijo a la parada del bus que el amor de tu vida no es el que vive contigo en tu preciosa casa.

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El pulso narrativo de Quine es magistral desde el principio. La película arranca con mesura, con tranquilidad, para desembocar poco a poco en un torrente de pasiones en las que el sexo y el adulterio están siempre presentes. Douglas y Novak dan un recital de miradas, gestos e impulsos contenidos, incluso cuando pretenden dejarse llevar por la pasión. Sus personajes son redondos, pero también lo son los secundarios: el escritor de éxito encarnado por Ernie Kovacs es el perfecto contrapunto al protagonista Kirk Douglas, representando en parte lo que ansía éste, la libertad de su condición de soltero picaflor que alterna con quien quiere. Pero, paradójicamente, el Roger Altar que interpreta Kovacs envidia a ese Larry de familia idílica, cuando éste ansía estar con una mujer distinta a la suya.

Walter Matthau es Felix, un vecino de Larry que termina descubriendo a los amantes y mostrando la cara más vil del ser humano. Resulta triste que nadie recuerde a este Matthau, y que todo el mundo le vea solamente como el compañero de Lemmon en aquellas maravillosas comedias. Pero aquí, como en Charada, podemos descubrir a un actor enorme con una variada gama de registros.

 

Del amor desatado habla Un Extraño en mi Vida, pero también de otros aspectos vitales. Habla sobre la inseguridad, la que siente el escritor Roger, que ve que a pesar de haber logrado lo que más buscaba y deseaba, el éxito de sus libros, siente de repente la desazón provocada por su soledad personal. Esa inseguridad afecta, cómo no, a Larry y a Maggie, que no aciertan a tomar las decisiones que más convienen a su existencia. Y, por supuesto, está el adulterio, la manzana que tienta a dos seres humanos que comprenden que si finalmente caen es porque realmente no son felices.

Maravillosa película, Un Extraño en mi Vida lo tiene todo: una historia memorable y un reparto magnífico, con esos insuperables Kirk Douglas, Kim Novak, Walter Matthau y ese Ernie Kovacs trágicamente fallecido en accidente de coche cuando salía de la casa de Billy Wilder de jugar a las cartas dos años después del estreno de la película. Y, pos supuesto, tiene a un director de primer nivel, un Richard Quine siempre eclipsado por colegas más considerados, pero que no deben de hacernos olvidar a un cineasta genial, desgraciadamente, un extraño para muchos…

Strangers When We Meet

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