Crítica de la película Josefina
Intimista y cuidada película de Javier Marco, en la que sobresalen las contenidas interpretaciones de Emma Suárez y Roberto Álamo.
Un tono voluntariamente desapasionado y carente de elementos transgresivos preside la trama de esta obra hiperrealista, sobre el amor ocasional entre dos personas incapaces de dar rienda suelta a sus sentimientos. Un par de individuos a los que parece obstaculizar la tristeza que domina sus respectivas existencias, mortalmente hundidos en rutinas que se han convertido en actitudes crónicas de desamparo emocional. Así es como el alicantino Javier Marco concibe el romanticismo crepuscular y deslucido de Josefina: una película de ritmo contemplativo, en la que los conflictos se diluyen en medio de un contexto dado a la inactividad colectiva, y hambriento de impulsividad.
La historia arranca con un funcionario de prisiones llamado Juan (Roberto Álamo); el cual, un día, se cruza en el autobús de camino a la cárcel con una desconocida. La misteriosa mujer llama la atención del celador, quien descubre que los traslados de esta al penal están motivados para visitar a su hijo, encarcelado en la institución. Pronto, y casi por casualidad, el protagonista averigua que la citada dama responde al nombre de Berta (Emma Suárez), y que es costurera de profesión. Sin embargo, tras una conversación en el transporte público, Juan oculta que trabaja en la prisión, y se inventa que él también tiene a una hija presa en el módulo femenino, que se llama Josefina. A modo de acercamiento, el funcionario ofrece a Berta la posibilidad de que Josefina y el vástago de ella intercambien cartas, para darse ánimo mutuamente. Un acto de generosidad que da pie para que ambos comiencen una relación sentimental y de amistad, mediada por los engaños y unas misivas que vuelan entre las celdas.
Javier Marco compone esta delicada y fría película sobre dos tipos solitarios con una cuidada técnica de minimalismo dramático, que permite a sus protagonistas realizar sendos retratos profundos y sensibles de sus agrietados personajes. Emma Suárez saca un inmenso partido a los silencios que marcan la realidad de Berta, mientras afila la cansada gestualidad de una mujer que se ha rendido a la hora de mantener la esperanza en los cambios vitales. Por su parte, Roberto Álamo explota hasta sus límites increíbles la pétrea personalidad de Juan: un funcionario de prisiones que siente cómo el aislamiento emocional ha hecho mella en su aburrida existencia. Álamo somete su rictus facial y físico a una coreografía desangelada y pretendidamente gris, que alimenta con vulnerabilidad la psique de su deprimido papel en el film. Semejantes actuaciones son los elementos más resaltables de esta cinta intimista y de milimétricos ingredientes románticos.
Precisamente, esa férrea compostura expositiva provoca en ciertos momentos la sensación de que el argumento no avanza hacia ninguna parte. El visionado de Josefina genera una sensación de voyerismo consciente en los que se asoman a la historia de amor ralentizada que protagonizan Emma Suárez y Roberto Álamo, como si se accediera a un lapso temporal congelado en las existencias de Berta y Juan. Esto provoca una cierta desazón en quien se encuentra al otro lado de la pantalla, como si se contemplara un pedazo de vida que no marca transformación alguna; sino continuidad carente de resoluciones anhelantes.
Jesús Martín
Entérate de las últimas noticias en nuestro canal de Telegram
★
{spoiler spoilerID , haga clic en mí para abrirlo , cierre la etiqueta tanto en la parte superior como en la parte inferior , ambos} texto dentro del spoiler {/spoiler}.
