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viernes, abril 19, 2024
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La carretera ****

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Nadie ha contado lo que ocurre después del apocalipsis como Cormac McCarthy en su novela En la carretera. Todos aquellos que hayan leído y disfrutado Soy leyenda de Richard Matheson encontrarán en esta otra obra una especie de vuelta de tuerca definitiva que te corta la respiración desde su primer párrafo. McCarthy es capaz de ponernos un nudo en la garganta con su descripción de lo que ocurre después de la catástrofe, sin adornar la fábula en modo alguno, llevándonos directamente a la boca del mismísimo infierno a pelo y narrando desde lo cotidiano, desde los pequeños gestos y las pequeñas cosas, desde el detalle más ínfimo, ese épico viaje a ninguna parte que viven un padre y su hijo con el único objetivo de seguir existiendo en un mundo que se ha quebrado definitivamente a nivel material, pero también, y esto es lo más terrorífico, en lo referido a la moral. La antropofagia campa por sus respetos ante la falta de comida, de manera que los integrantes de la especie humana se dividen en dos tipos principales: los que comen y los que son comidos.

En el traslado a la pantalla grande de este impresionante fresco que nos traslada a un momento particularmente oscuro de la humanidad, el cine ha encontrado uno de sus más difíciles retos de adaptación de la literatura al celuloide. La novela era ya en sí misma tan cinematográfica y tan inevitablemente adaptable al cine que a la película no le queda sino ser escrupulosa y elegantemente fiel al original literario. Estamos por tanto ante una película sabia que ha optado por trabajar desde los bancos de la modestia, reconociéndose desde el primer momento como una sencilla pero no por ello menos válida ilustración visual del relato de McCarthy. Ello puede llevar a algunos a pensar que este largometraje anda algo falto de personalidad para dar su propia visión de la obra que adapta modificándola para ajustarla a las claves del audiovisual, pero tal cosa no es posible, ya que McCarthy ha escrito esta pesadilla con un claro instinto de narrador y dialoguista para el cine. En esta situación,  a The Road, que es como ha decidido titular la distribuidora española esta producción para su  paso por nuestra cartelera, no le resta sino ilustrar cada momento de la novela, cosa que hace con astucia y habilidad, ciñéndose por otra parte, en un ejercicio de coherencia, a la sobriedad de que hace gala la versión literaria. Afortunadamente los responsables del largometraje esquivan toda tentación de recrearse en los aspectos más gore de la trama, limitando los alardes visuales al mínimo, lo cual redunda en beneficio de la asfixiante verosimilitud de la misma, que es lo que realmente le pone al espectador un nudo en la garganta.

El estilo seco y contundente con el que McCarthy narra su historia encuentra así un eco repleto de guiños sutiles a la hora de quedar plasmado en imágenes de la película. Por ejemplo en lo referido a la fotografía y el trabajo con la luz, la imagen nos mete en el cuerpo el frío intenso que habita en las almas de los dos protagonistas y del resto de seres humanos que pasean por las ruinas de la humanidad, materializando no sólo el gélido aliento de la soledad a la que todos ellos están condenados, sino también la angustia de la pérdida de la humanidad que ha convertido a muchos de ellos en monstruos. El director de fotografía español Javier Aguirresarobe vuelve a mostrarse como uno de los más grandes de su profesión, contribuyendo a ese ejercicio de ilustración con un alarde visual de marcados ecos pictóricos.

Sacando el máximo partido a la construcción en forma de flashback que le permite el recurso de los sueños del protagonista, la película se despliega con un impecable ritmo ante nuestros ojos como una especie de retablo de la catástrofe que temáticamente nos recuerda los cuadros del Bosco y flirtea con las Pinturas Negras de Goya (la entrada en la “despensa” subterránea es un buen ejemplo). A mí al menos los interiores parcamente alumbrados con una vela y el fuego me recuerdan el tratamiento de la luz de los maestros holandeses de la pintura, de la misma manera que los exteriores me llevan a pensar inevitablemente en el cuadro Paisaje tormentoso, de Rembrandt.

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Emparentada en lo cinematográfico con películas como Hijos de los hombres, A ciegas o La niebla, aunque mirada desde la experiencia del niño en alguna que otra escena me trajo también esporádicos ecos de Donde viven los monstruos, The Road cuenta con un momento clave en el que pone sobre la mesa cuáles son los mimbres de su propuesta: la escena en la que el protagonista deja su anillo de boda sobre el puente y lo empuja hasta el borde. Es uno de los momentos más demoledores que hemos visto en el cine este año, en el cual, sin alarde alguno, con economía de gestos y gran elegancia, el director nos pinta la terrible soledad a que está sometido el protagonista (no es casualidad que la primera imagen de la película sea la de Charlize Theron en el día de la catástrofe, porque toda la película se construye sobre su ausencia, que es la ausencia del mundo pasado y perdido, la ausencia total de la felicidad en el mundo presente). Nunca veremos cómo tira el anillo al vacío, porque el director ha elegido la sobriedad como clave para el relato y además,  como en el resto de la película, apuesta por dejar que el espectador participe activamente completando el cuadro y rellenando los huecos terribles de la historia. Nosotros mismos empujamos ese anillo hacia el vacío en nuestra imaginación, sintiéndonos en ese momento tan solos, desvalidos y derrotados  por la ausencia como el propio protagonista.

Desde su belleza terrible de relato en el ocaso de los tiempos, más allá de la frontera que nunca se atrevió a cruzar el cine de catástrofe, The Road es sin duda una de las películas más poéticas y duras que ha disfrutado quien esto escribe en sus muchos años de dedicarse a ver cine. No es una película fácil, y junto a ese papel participativo que nos otorga e director, el excepcional trabajo de sus actores hace que la empatía que sentimos por los personajes haga aún más amargo el viaje. Por todo ello y por su fidelidad inquebrantable y sin fisuras a la novela original, sin entregarse a los devaneos del espectáculo gratuito, es también una de las películas más valientes del año. Sólo elimina de la versión cinematográfica el fragmento en el que el relato se perdía narrando las peripecias del protagonista dentro del barco. Incluso en eso la adaptación cinematográfica me parece acertada: cuando leí la novela por primera vez ya esa parte me pareció ajena a todo lo demás, una desviación innecesaria hacia la narración de una acción que en nada completaba o ayudaba al resto.

Si La carretera, el libro, es un excelente compañero que merece la pena leer una y otra vez, The Road, la película, es sin duda uno de esos títulos que debemos ver varias veces, un intenso paseo por el amor y la muerte que bien podría haber firmado un gigante del cine como John Huston.

Miguel Juan Payán

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