La desaparición de Eleanor Rigby, interesante relato sobre la pérdida y la recuperación después de la tragedia.
La tragedia es un país extranjero y no hablamos la lengua de los nativos. Así lo dice William Hurt en su papel de padre de la protagonista en este relato que sigue la pista a una pareja, él y ella, enfrentados a la pérdida y el intento de recuperación de sus vidas después de sufrir una tragedia que los deja marcados. Pero no se asusten. El director se las ingenia para que las lágrimas y el melodrama convencional no se hagan los amos de su propuesta. Lejos de seguir el canon de transparencia de los géneros al estilo del cine de Hollywood, Ned Benson opta por declararse heredero de los recursos de distanciamiento del espectador frente al relato que emplearan los directores de la Nouvelle Vague y los nuevos cines europeos y además espera que seamos plenamente conscientes de ello, jugando la baza del estilo Godard, destapando todas las cartas en su propuesta. La protagonista, una Jessica Chastain “a la europea”, con su pelo cortado a lo chica de la Nouvelle Vague, el cartel de Un hombre y una mujer de Claude Lelouch colgando de la pared en la habitación de la adolescencia en casa de sus padres que vuelve a ocupar huyendo de su tragedia, y otros muchos guiños nos guían en ese sentido casi como si estuviéramos consultando un mapa de carreteras para aprender a seguir el camino por el que el director quiere que nos desplacemos. Los diálogos de conversaciones que no acaban, llegando sólo hasta el punto en el que los personajes ya no tienen nada más que decir que sea útil para la trama (el protagonista hablando con su suegra, la protagonista hablando con su profesora…) y los paseos, esos muchos paseos que nos remiten a los paseos de las heroínas del cine de Agnes Varda, la “abuela” de la Nouvelle Vague, intentando encontrarse a sí mismas, persiguiéndose a sí mismas al tiempo que caminan por las calles presas de su propia soledad… Los paseos son una clave esencial que el director explotará incluso en ese desenlace cargado de tensión en el paseo por el parque, con la llegada a esa encrucijada. ¿Qué camino seguirá ella?
El eficaz trabajo de distanciamiento que elige el director para contarnos su historia desde las ruinas de una pareja rota por la tragedia que sin embargo nos revela cuidadosamente y por etapas. Primero el intento de suicidio, y desde ahí, las explicaciones, desgranadas poco a poco, la información sobre lo que les pasa a los personajes que cae como un goteo constante sobre el espectador y hace que cambie nuestra percepción sobre ellos y sobre lo que les ocurre. El director revela lo que espera del espectador: que hagamos un camino con los dos protagonistas. Para ello nos hace identificarnos con esa la voz de la razón en toda esta historia de gente perdida en el laberinto del drama, materializada en esa profesora escéptica y quizá incluso nihilista, a la que da vida Viola Davis, en la escena de la comida en la que bromea y satiriza con cinismo sobre la maternidad frente a la protagonista, sin tener la menor idea del pasado de ésta y consecuentemente absolutamente ignorante del dolor que le está infringiendo. Nos lleva desde la incomprensión inicial, en la que no sabemos nada de los protagonistas, hasta la comprensión final, que llega en el momento en que ellos mismos se enfrentan a su pérdida. El haciendo paquetes con los enseres, sacando trastos de los armarios que materializan su pérdida, mientras la cámara retrocede para ir de un primer plano a un plano general y revelarnos todo el cuadro del dolor.
Resultado de todo ello es una película que nos hace participar plenamente en su desarrollo desde el primer momento, y que nos pilla desprevenidos en nuestras precipitadas conclusiones. Desde el momento en el que todavía pensamos, como la profesora, que estamos ante unos niños pijos que lo tienen todo y son incapaces de hacer frente a la parte más dura de la vida sin salir corriendo de vuelta a la casa de sus papás. Lo que nos propone la película es que caminemos junto a los personajes y aprendamos a conocerlos, aplicando para ello recursos visuales y narrativos que esquivan la transparencia del estilo de narrar más clásico para aplicar el distanciamiento y hacer que nos entremos en su juego de incógnitas y demostrarnos que nuestras primeras conclusiones fueron precipitadas.
Una propuesta muy interesante.
Miguel Juan Payán
COMENTA CON TU CUENTA DE FACEBOOK